
En las últimas semanas, la cuestión ambiental recobró un protagonismo central en la escena sociopolítica nacional, al calor del fallido intento de avanzar con la actividad minera en Chubut y la actual intención de iniciar la exploración de hidrocarburos offshore en el mar argentino próximo a la costa bonaerense.
Luego de que el gobernador de la provincia patagónica, Mariano Arcioni, diera marcha atrás con la Ley de Zonificación de la Actividad Minera ante las auténticas puebladas que tuvieron lugar en algunas ciudades; la autorización del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible a la firma Noruega Equinor a explorar regiones del mar argentino para la posible explotación petrolera volvió a encender las alarmas entre los activistas.
Desde el jueves pasado, las discusiones -que oscilaron entre la argumentación ambientalista y la política partidaria- se cristalizaron en manifestaciones en el día de ayer, en diferentes ciudades bonaerenses, como La Plata, Mar del Plata, La Costa y Necochea.
No obstante, a la esperable resistencia de sectores ‘verdes’ también se opusieron numerosos argumentos de diferentes sectores políticos, económicos y especialistas en el tema.
Para comenzar por la conclusión más obvia, la realidad es que la actividad petrolera per se es contaminante. No hay discusión al respecto y, honestamente, lo más amigable con el medio ambiente sería retornar a la vida en aldeas, trasladarse tracción a sangre, vivir de la agricultura y la ganadería, para finalmente hacer uso de la energía que provee el sol y culminar las actividades al caer el ocaso.
Ahora bien, para dotar de realismo y espesor histórico la discusión, una enorme parte de la actividad económica global continúa siendo motorizada por hidrocarburos.
Otra realidad es que Argentina ni siquiera se sienta en la mesa de los países que más contaminan por su actividad; y otra es que -según afirmó el secretario de Energía, Darío Martínez- la exploración sísmica de petróleo offshore en Buenos Aires lleva décadas practicándose en más de una quincena de pozos y los desastres ambientales hasta el momento no ocurrieron.
Si bien nuestro país actualmente tiene una dinámica agenda para la producción de energías renovables -que se puede observar en el avance de los parques de energía eólica en Buenos Aires, los de energía solar en el norte del país, o en los recientes anuncios de multimillonarias inversiones para investigar la explotación de hidrógeno verde en Río Negro- las urgencias económicas no dejan lugar a despreciar ninguna chance de aumentar la generación de divisas y de empleo de calidad.
El Medio Oriente es la zona petrolera más importante del mundo, por su actividad convencional. Qatar, sin embargo, extrae petróleo y explota en su mar la tercera reserva gasífera del mundo. Así se ve la playa Al Taquira, en el #marconpetroleras, ubicada en pleno Campo Norte. pic.twitter.com/oDRZhQGTyO
— Martín Schapiro (@MartinSchapiro_) January 1, 2022
En este marco, es preciso recordar que, aunque la renovación de fuentes de energía es un objetivo claro a largo plazo, los hidrocarburos continúan siendo la energía del presente.
Respecto a la campaña de Greenpeace que vaticina una costa marplatense completamente empetrolada, el economista Francisco Barberis Bosch arrojó algo de luz explicando, entre otras cosas, que las plataformas (que presuntamente se instalarían en caso de que se observara viable el proyecto) estarían a unos 300 kilómetros de la costa.
Así, ni generarían una contaminación visual desde las costas, ni las teñirían del oscuro líquido en caso de un eventual accidente, debido al sentido de las corrientes oceánicas en la zona de exploración.
De todas maneras, queda claro que un posible derrame sería una pésima noticia por más que no perjudique visiblemente el territorio nacional. No obstante, las estadísticas marcan que sólo el 3% de los derrames ocurren en las plataformas, mientras que la enorme mayoría corresponden a los buques de traslado.
Otra de las cuestiones difusamente planteadas son las chances de que ocurran accidentes, que en los argumentos esgrimidos por la ONG global y replicados por diferentes grupos ambientalistas, promedian la cantidad de accidentes ocurridos entre 1964 y 2015.
Sin embargo, al revisar la tendencia, la declinación de los accidentes en ese período es escandalosa: La Federación Internacional de Contaminación de Propietarios de Petroleros (ITOPF) indica que, mientras que en la década de 1970 hubo 24,5 grandes derrames de petróleo (> 700 toneladas) por año, en la de 2010 el número promedio de grandes derrames de petróleo disminuyó a 1,7 derrames de petróleo por año. Y ese número continúa decreciendo.
¿Esto indica que adquirió una seguridad infalible? No necesariamente. Lo que sí se desprende al analizar brevemente las aseveraciones ambientalistas es que existe una notable tendencia a sobredimensionar las consecuencias de la actividad tal y como está planteada en este caso particular y en este momento histórico.
La polución ambiental y los riesgos de derrame que implica pueden constituir argumentos suficientes para dar una discusión sobre el tema. Por ello, no deja de llamar la atención que sean magnificadas con interpretaciones que rozan la tergiversación.
En definitiva, el debate más amplio en el que se engloba esta discusión debería incluir los riesgos que el país está dispuesto a adoptar para comenzar a desandar un camino que solucione una pobreza del 40%, una crisis económica que viene de cumplir -al menos- 6 años y un estancamiento arrastrado en esta misma materia que excede por varios años la llegada de la administración Cambiemos.
En este marco, las bondades que las energías renovables pueden ofrecer a la economía son insuficientes por demás y -si vamos al hueso de la cuestión- incluso la agricultura y la ganadería a gran escala comienzan a catalogarse como agresivas con el medio ambiente.
Tal vez la coyuntura exija discusiones más pragmáticas y mejor informadas. Quizás las decisiones requieran algún tipo de consenso en el que las partes encuentren la hoja de ruta relativamente razonable. Incluso puede que sea el momento de poner alternativas sobre la mesa a la hora de rechazar de plano cada actividad que asoma como una chance de aliviar las urgencias imperantes.
Lo que queda claro es que, si hay algo que Argentina no puede hacer en este momento, es quedarse inmóvil a la espera de que sus falencias estructurales se solucionen haciendo lo mismo o menos de lo que viene haciendo.