El presidente Javier Milei parece tener el De Lorean de Volver al Futuro. En menos de ocho meses, las promesas de cambio y consignas novedosas del dominio de la macroeconomía catapultaron al sector productivo nacional directo a los 90.
Como si hubieramos retrocedido 30 años en el tiempo, las industrias comienzan a observar que el poder adquisitivo de la población ya no alcanza para la compra de bienes, y sostener las estructuras productivas se vuelve imposible.
El sector textil, uno de los más dependientes de las políticas de estímulo al consumo, vuelve a ser uno de los que manifiesta los síntomas con mayor claridad. Las cifras compartidas por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) al respecto son demoledoras.
El 90% de las compañías vieron reducidas sus ventas, mientras que el 80% ya tomó la decisión de aminorar su producción, en medio de una brutal recesión que pone en evidencia la soga en el cuello que el Gobierno le puso a los ingresos de los argentinos.
Los ingresos impactan en el consumo, el consumo en la producción y la producción en el empleo. Las consecuencias colaterales de esta incipiente crisis ya son devastadoras: el organismo estadístico del Estado relevó al menos 5.000 despidos y 10.000 suspensiones sólo en esta industria.
A todo esto, la brutal recesión económica y sus efectos se explican tan sólo por el programa económico sostenido en una reducción drástica del gasto estatal -que incluyó despidos masivos, salarios estatales virtualmente congelados, y provincias asfixiadas por la falta de fondos- con el objetivo de lograr el obsesivamente perseguido déficit cero.
Todavía falta la parte de la película donde empieza a afectar la apertura de importaciones y la librecompetencia con productos textiles elaborados en el exterior. Esto se profundizó la semana pasada y sus consecuencias son aún imperceptibles.
Las empresas textiles reportan que 6 de cada 10 máquinas se encuentran hoy paralizadas, y en el primer semestre del 2024 la producción de manufacturados se contrajo un 20%. En el mismo período, las ventas -admiten 9 de cada 10 firmas- se desmoronaron un 40%.
Desde la fabricación de hilos, hasta la producción de telas o indumentarias, demanda de maquinaria y equipamiento e insumos (y empezando por los bienes finales) los diferentes eslabones de la cadena acusan los golpes de este deja vu económico y productivo.
Las Pequeñas y Medianas Empresas (PYMES) son las primeras en sufrir la malaria -y las que más profundamente lo hacen-. Esto se explica en primera instancia por su estructura de menor calibre y también por destinar fundamentalmente su producción a un -arrasado- mercado interno.
La situación no promete giros convenientes ni mucho menos una mano de parte del Poder Ejecutivo: la semana pasada se eliminó el control aduanero del etiquetado de productos textiles y calzado.
El uso de la capacidad instalada de la industria en general se ubicó en el mes de mayo en 56,8%, que significa no sólo una caída interanual de 11 puntos sino también niveles inferiores a los ocasionados por la pandemia en 2020. Allí el rubro tuvo el peor registro, con un 41, 4% de maquinaria ociosa.
Luego, entre los más afectados, le siguieron: Productos de caucho y plástico -cuyas empresas ya comienzan a suspender personal- (41,6%), Metalmecánica por fuera del sector automotor (45,3%), Industria automotriz (45,5%), Edición e impresión (46%).
Naturalmente, el derrumbe textil no se da aislado de su ecosistema, sino inscripto en una crisis socioeconómica más amplia que abarca a diferentes sectores, pero fundamentalmente a la industria.
Así lo reportó el Índice General de Actividad (IGA) de la consultora Orlando J. Ferreres, que precisó que la actividad económica en general registró en junio un nuevo retroceso interanual del 3% -a pesar del repunte mensual- marcando una contracción del 5% para el acumulado del primer semestre. En la medición desestacionalizada, junio registró una mejora de 0,6% respecto al mes precedente, que había tenido una caída del 0,1%.
Como síntomas positivos, el Gobierno observa que la actividad económica en el sexto mes del año ya superó en un 2% el piso tocado en marzo y el segundo trimestre marca un leve crecimiento de 0,7% en relación al primero. El impulso productivo se lo debe en gran medida al crecimiento anual de 132,3% del complejo agroexportador, que venía sufriendo las cosecuencias de la sequía, y en menor medida a la minería.
No obstante, a nivel general, las actividades con mayor impacto en la vida cotidiana de la gente se mantienen con números muy negativos: el comercio y la industria, que explican la enorme mayoría de los empleos, con contracciones del 8,6% y 11,2% interanual respectivamente. También la construcción tuvo una drástica caída del 17,2%.
En este marco, la caída interanual de los textiles marcó en mayo 21,4% interanual. Respecto a 2019, la caída fue del 19,8%; y de 43,4% frente a 2016.
Los primeros datos de junio los arrojó el Índice de Producción Industrial Pyme (IPIP) de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) y reportan un nuevo derrumbe interanual de 20,4%, acumulando en el semestre una curva descendente del orden del 19,2%.
El viaje en el tiempo es un hecho para las industrias y pone en riesgo una matriz productiva -y por ende un universo de empleos- que resulta difícil de imaginar cómo lograrán absorber las áreas de la economía que pueden mostrarse prósperas.
De no maniobrar un giro drástico, la próxima estación parece ser el incremento abrupto del desempleo y una crisis social sin precedentes en las últimas dos décadas. Si se tratara de la clásica saga de ciencia ficción, el Doctor Brown y Marty McFly estarían buscando por todos los medios cambiar el punto donde la historia se quebró y nos trajo de regreso a los 90.