Mauricio Macri no se rinde. No es su esencia. Peleó su herencia familiar hasta los últimos días de la vida de su padre y rompió relaciones con sus hermanos cuando lo consideró necesario.
Eligió a sus sucesores en Boca y monitoreó cada decisión que tomaron, si era necesario, para tener la palabra decisiva, como cuando echó a Carlos Bianchi en su última y fallida incursión como director técnico.
Armó una interna para que Horacio Rodríguez Larreta fuera su sucesor en la jefatura de gobierno y relegue a Gabriela Michetti, que estaba arriba en todas las encuestas y quería competir. No pudo.
Y tras convertirse en el primer presidente que busca la reelección y no la consigue, no se resignó a quedar en segundo plano y siguió dando órdenes, con agenda y discurso propio. Y lo obedecen.
El año pasado aceptó que no podía definir las candidaturas, se fue de viaje, volvió después de las primarias e hizo lo que quiso: defendió su gestión, elogió a los liberales que enfrentaban a Juntos y ninguneó a Larreta y María Eugenia Vidal.
Logró lo más difícil: ningún dirigente del PRO lo enfrenta, contrario a cualquier manual de política, que presagia príncipes destronando reyes derrotados.
En el resto de Juntos tampoco hay tantos valientes: sólo el presidente de la UCR Gerardo Morales se anima a cuestionar a Macri.
Si es necesario, cara a cara y a título personal. Ningún correligionario lo sigue, a excepción de Facundo Manes, sin peso en la estructura radical, pero con pretensiones de llegar a la Rosada.
En el PRO, Macri sigue siendo un rey y lo demostró en las últimas semanas, con recorridas por la provincia de Buenos Aires y operaciones contra sus detractores ocultos.
La última visita fue a Tres de Febrero para caminar con el intendente Diego Valenzuela, quien desafía a Diego Santilli y Cristian Ritondo con una por ahora tímida candidatura a gobernador.
El ex vicejefe de Gobierno tampoco aparece demasiado y pisó en falso con la peña peronista que le armó Florencia Casamiquela. Macri fue el principal crítico.
Ritondo sí recorre territorio bonaerense, pero cada tanto debe interrumpir sus viajes para defenderse del fuego amigo: hace diez días le apuntó Elisa Carrió y en la última semana la jueza Sandra Arroyo Salgado. Ambas le apuntan por tareas no tan santas de la policía bonaerense, mientras estuvo a su cargo.
Lilita reconoció que antes a Ritondo había hablado con Macri, quien en esos días almorzó con él, con foto y abrazo. Sufrieron su lengua filosa también Vidal, Larreta y Emilio Monzó, operador de Patricia Bullrich.
Arroyo Salgado tiene entre sus históricos interlocutores a Miguel Pichetto, asistente full time de Macri en temas varios, como la justicia. Sería el encargado de seguir de cerca el juicio a Cristina Kirchner por Vialidad.
Larreta también recibió mensajes encriptados: varias usinas cercanas a Macri criticaron por su contrato de acarreo en la ciudad. La principal fue LN +, el canal que regentea el ex presidente, si es necesario, con whatsapp en vivo a sus conductores.
Todos le dicen que sí, como en el PRO, donde la presidenta Patricia Bullrich, tal vez asustada, dedicó las últimas semanas a recorrer el país con perfil bajo.
Su foto más reciente es con el gobernador de Corrientes, el radical Gustavo Valdés. “Si Macri no es candidato, yo sí”, es la frase repetida de la ex ministra.
En las últimas semanas, Macri retomó su vínculo con Martín Lousteau, quien intenta competir en internas para ser jefe de Gobierno y empezó a entender que su alianza con Larreta no es garantía.
Por pedido del ex presidente, mientras recorría el país con Lousteau, Larreta nombró de ministro al primo Jorge Macri y lo posicionó como sucesor. Las encuestas no muestran preferencias, por lo que el aparato de la política porteña será decisivo. El acertijo es quién lo maneja.
Tanto es el sometimiento de Larreta a Macri, que en su entorno se esperanzan con entregar a Lousteau a cambio de ser candidato a presidente sin internas. Nadie imagina al jefe de Gobierno imponiéndose a su líder sin pedir permiso.
Tal vez con ese diagnóstico, el senador se acercó al ex presidente y hasta le escribió proyectos de ley sobre temas de su interés. Suele bajar a tierra sus deseos de ajuste. Sabe que su palabra sigue siendo la más importante. Nadie la desautoriza. No se animan.