De pensar en presidir Diputados a ‘ganar perdiendo’, el pecado de confianza de una oposición apolítica - Política y Medios
10-12-2024 - Edición Nº6157

ANÁLISIS POST ELECTORAL

De pensar en presidir Diputados a ‘ganar perdiendo’, el pecado de confianza de una oposición apolítica

¿Por qué la victoria de Juntos en las legislativas arrojó un clima de celebración en el oficialismo y de escaso entusiasmo en la coalición vencedora?

Las elecciones legislativas del pasado domingo dejaron un peculiar escenario político, donde no terminó de concretarse un resultado que definiera con claridad vencedores y vencidos, sino más bien dos climas híbridos en el Frente de Todos y Juntos por el Cambio.

Para comenzar por el principio, más allá del contexto, el oficialismo perdió con claridad las elecciones, aunque en el reparto de representantes no quedó tan mal parado como las PASO preveían.

Sin dudas, tras el cachetazo de las primarias el gobierno buscó generar un golpe de efecto que le permitiera en dos meses incrementar su volumen electoral: en principio, desde la recuperación del apoyo perdido, pero también motivando al electorado a asistir a las urnas, ya que la participación del 12 de septiembre fue de regular para abajo.

La incisiva carta post derrota de la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, cayó como un baño de realidad en el Frente de Todos. Blanqueó las diferencias internas a cielo abierto, le expresó al electorado las tensiones que habitaban el frente gobernante y propició un rápido volantazo hacia una fortalecimiento de los ingresos de las capas populares intentando expresar un mensaje claro a quienes previamente habían hecho lo propio en las urnas.

El alejamiento de los objetivos enfocados en el equilibrio fiscal a los fines de aliviar la urgente situación que atravesaban amplios sectores de la sociedad existió, aunque no en la clave de despilfarro descontrolado que intentó instalarse bajo el concepto ‘plan platita’. 

Incluso es probable que la crítica de la oposición a los fines de indignar a los indignados haya abonado a enaltecer la narrativa de que el Alberto Fernández quemaba las naves para inyectar dinero en las capas más pobres, aunque con un sentido crítico.

Lo cierto es que los ingresos se engrosaron, el mensaje llegó, y también comenzó a tener su correlato inflacionario, con un rebote a partir de septiembre tras cinco meses consecutivos de tendencia bajista que se habían conseguido a base de una prudente administración fiscal; que sin dudas no estimulaba la simpatía de las mayorías con el Gobierno.

Además, la intervención de Cristina, planteada en términos de ‘emerger a la escena gubernamental después de dejar hacer’, interpeló no sólo a la militancia que le responde a título personal, sino también al electorado que le responde a su figura, que no es nada despreciable.

El presidente y la vicepresidenta, juntos durante el acto del cierre de campaña en Merlo.

[¿Por qué una victoria cayó como un ‘cachetazo’ para la oposición?]

La oposición pecó de confiada. Las PASO habían arrojados números contundentes, en medio de una polarización de sufragios no sólo hacia numerosas alternativas partidarias, sino también hacia diferentes listas de cada partido (no fue el caso del oficialismo y su lista única).

Como primer diagnóstico, establecieron los votos del Frente de Todos casi como un techo, olvidando que muchos partidos quedarían afuera de la jornada electoral del domingo pasado.

Otro factor de influencia  de cara a los comicios definitorios puede haber sido, precisamente, el resultado de las primarias: si buena parte del electorado de Juntos vota por oposición al peronismo, ¿por qué no contemplar que también hay segmentos cuyo voto es motorizado como antagonismo a su proyecto, cuyo gobierno golpeó con dureza hasta hace menos de dos años a las grandes mayorías?

En este sentido, evidentemente, la reaparición de Mauricio Macri -ex presidente y máximo símbolo de la administración Cambiemos- así como su demanda de protagonismo creciente, pudo haber sido un factor, o bien ‘piantavotos’, o bien motivador del voto ‘anti’ oposición.

Por otro lado, es necesario realizar una aclaración: las elecciones legislativas pueden tener un carácter bien distinto para el electorado que las que definen quién estará a cargo del Poder Ejecutivo.

Claro que la oposición podría intentar capitalizar este resultado electoral buscando magnificarlo, pero creer realmente -como sugirió el ex mandatario- que determina el fin de un gobierno que atraviesa la primera mitad de su gestión -y, además, uno peronista- denotaría un completo desconocimiento de la dinámica política de Argentina.

Cristina Fernández de Kirchner, que resultó vencedora en cada elección presidencial donde conformó la fórmula, perdió nada más y nada menos que en la provincia de Buenos Aires con Esteban Bullrich (Cambiemos) en 2017, al encabezar la lista de candidatos a senadores de Unidad Ciudadana.

Tras vencer en las PASO, la actual vicepresidenta terminó perdiendo con Esteban Bullrich en 2017.

En 2019, un Frente de Todos diseñado desde su criterio estratégico, con Alberto Fernández como candidato a presidente, venció con claridad al intento de Macri de reeditar su mandato, tras un rebranding que  bautizó al espacio como Juntos por el Cambio.

Otro de los grandes estandartes del peronismo de este milenio, Néstor Kirchner, había encabezado en terrirotio bonaerense la lista de candidatos a diputados nacionales del Frente Justicialista por la Victoria en las legislativas de 2009, perdiendo ante una figura efímera en la política nacional: Francisco de Narváez, que participaba por la Unión-PRO.

Pero más allá de perder en el bastión del justicialismo por una escueta diferencia (34,58% frente al 32,11%), en esa misma elección el peronismo fue vencido por una diferencia notablemente más abultada, por caso, que la del domingo pasado. Cuando en 2011 Cristina Fernández buscó la reelección, la acompañó más del 54% del electorado.

Como dato de color, Kirchner renunció a la presidencia del PJ tras perder los comicios.

El más somero repaso de la historia política reciente habilita, como primera reflexión, que las elecciones de medio término, a menos que arrojen un resultado arrasador con efectos contundentes (como hubiera sido la emergencia de Juntos como primera minoría en la cámara baja), no tienen la incidencia trascendental que le intentan asignar los ganadores.

Otra idea que se desprende de este análisis es que el votante, en medio término, puede permitirse un criterio diferente para decidir su voto, y estar motivado por objetivos distintos.

Un ciudadano podría optar por una alternativa opositora para no permitir que un oficialismo obtenga una mayoría automática en el Congreso, a pesar de sentirse más cercano a las cosmovisiones o a la matriz de gestión del propio oficialismo. Sin embargo, este voto orientado a impedir un poder discrecional del gobierno no podría ser traspolado automáticamente como un apoyo indeclinable a la misma fuerza en unas presidenciales.

Cristina Fernández de Kirchner festejando la reelección en 2011, tras una derrota categórica en las legislativas de 2009.

[Conclusiones]

Como corolario de esta remontada del Frente de Todos, tan sorpresiva como insuficiente, en la escena política post legislativas abundaron los climas híbridos.

El oficialismo quedó lejos de su ambición pre PASO de adquirir una mayoría automática en ambas cámaras, pero también salvó -fundamentalmente en la remontada bonaerense- la posibilidad bien concreta de quedar relegado como segunda minoría en la cámara baja, tras el golpe de knock out que le habían propinado las primarias. En el Senado perdió el quórum propio, pero también sostuvo una mayoría simple.

La oposición, por su parte, tuvo su momento de éxtasis en las PASO, con una victoria que no vaticinaba ninguna encuesta. Después, debió atravesar el amargo camino desde plantear públicamente arrebatarle la presidencia de Diputados a Sergio Massa hasta conformarse con forzar una lógica de consenso como segunda minoría.

Esto propició reacciones inverosímiles a los resultados electorales: celebración de los perdedores, caras largas en el búnker ganador, y una obstinación casi caprichosa de la dirigencia de Juntos en el reclamo al Frente de Todos por no reconocer la derrota.

En la política, como en la vida misma, cuando hay que explicar demasiado algo su veracidad es automáticamente dudosa; y muchas veces las imágenes expresan más que cualquier discurso cuidadosamente diseñado con el objetivo de moldear opiniones.

Los ganadores no tienen necesidad de andar explicando a los cuatro vientos que ganaron, ni tampoco requieren de la aprobación de los presuntos perdedores.

En definitiva, las matemáticas son exactas y, en términos técnicos, hubo vencedores y vencidos. Sin embargo, los estados de ánimo de la dirigencia y la militancia de ambos partidos expresaron otra cosa, y en un plano más filosófico, se podría sugerir que ni la victoria tuvo tanto sabor a victoria, ni la derrota tuvo tanto sabor a derrota.

¿La síntesis? un panorama político no deseado por ninguna de las fuerzas mayoritarias: un Congreso dividido que exigirá consensos que, por caso, desde la oposición ya comenzaron a rechazar de plano, a pesar de que forma parte de la plataforma discursiva de uno de sus sectores más fuertes (‘larretismo’).

Las PASO legislativas de este año dejaron mucha tela para cortar y quienes hacen política deberían sacar la agenda y tomar nota. Las celebraciones desmedidas tras las primarias pueden ser el equivalente a gritar el gol antes de que entre (y no pocos te van a mirar de reojo).

También quedó claro que, más allá de la función fundamental, que es resolver internas, pueden operar como una brújula para quien gobierna. En este caso, el contundente mensaje del 12 de septiembre le aclaró las ideas a un Frente de Todos, que se encontraba curiosamente aislado de la realidad de las mayorías, con las expectativas puestas en profundizar sus mayorías en el Congreso al tiempo que la calle era una caldera.

Tras maniobrar con una batería de medidas y modificaciones estructurales en la plantilla de funcionarios de primera línea, el gobierno de Alberto Fernández también demostró que se puede torcer parcialmente una tendencia en dos meses.

La polémica desatada en las últimas horas sobre presuntos ‘ganadores que pierden’ y ‘perdedores que ganan’ sólo puede explicarse desde la enorme expectativa proyectada por Juntos, envalentonado por las primarias, que se cayó a pedazos aún ganando.

Se pueden trazar denominadores comunes entre la convicción de que cada vez que el peronismo pierde unos comicios llegó su fin y la idea de que una elección está definida por los resultados de una PASO. El más evidente y que primero se me ocurre es el perfil y la formación apolítica de buena parte de la dirigencia opositora, incapaz de prever los fenómenos más recurrentes en el rubro que los ocupa.

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