
Casi como un déja vu, décadas más tarde el accidente de Ernesto, un repartidor de la plataforma Glovo de 63 años, se tornó noticia luego de que se haya hecho viral su conversación con la aplicación al sufrir un choque en el barrio de Colegiales. “¿Cómo está el pedido?” le preguntaba la plataforma. “No lo sé, no puedo moverme” respondía el repartidor. La alienación y la deshumanización trazan el hilo rojo entre ambas escenas, a pesar del paso del tiempo y de la transformación de las dinámicas laborales, marcadas fundamentalmente por la desregularización económica y el avance tecnológico. De la deslocalización de las producciones y la complejización de las cadenas de valor hasta la irrupción de las plataformas digitales y el esquema Uber.
Frente a estos cambios, la pregunta que subyace allí es ¿dónde quedan los derechos adquiridos por los trabajadores? Este planteo emergió de forma subterránea en los albores de la campaña presidencial de 2023, en donde recurrentemente se repetía “con Milei peligran los derechos laborales adquiridos hasta acá”. Para aquel entonces, en agosto de 2023, la tasa de informalidad ascendía a un 42% según el INDEC. Sin contar los dos millones de monotributistas que asomaban para aquella fecha, según la Secretaría de Trabajo, Empleo y Previsión Social. Muchos de ellos empleados estatales, en donde por ende el propio Estado es el agente precarizador. Lo cual significa que un poco menos de la mitad del universo de trabajadores se encuentra excluido del argumento esgrimido por la campaña del ex Ministro de Economía Sergio Massa.
A este panorama se le suma el cambio cultural que ha avanzado a través de las últimas décadas respecto de la premisa “soy mi propio jefe”, en donde la figura del “emprendedor” no resulta solo una etiqueta de Instagram, sino un actor de la época. Algunos por inclemencias cotidianas y otros como complemento a sus actividades laborales han encontrado en la figura del emprendedor un medio para salir adelante y hacer frente a los costos de vida que se incrementan paulatinamente “sin depender de un jefe” (otro signo de época: la crisis de la autoridad, eso es otro tema que exige un capítulo aparte). Un sujeto que tampoco ha encontrado lugar en el discurso de la actual oposición, a pesar de ciertos atisbos por parte del ex candidato del peronismo y que cayó por omisión del otro lado del muro del prejuicio ideológico.
Si bien el mundo laboral transita otras transformaciones que exceden a este artículo, los escenarios expuestos previamente decantan en una realidad concreta que no se puede soslayar: el trabajador industrial - entendido en el marco del modelo fordista - que experimentó el ascenso social con la proclamación de los derechos laborales durante la era de Perón hoy se encuentra en franco retroceso. No es casual que esa regresión se vea también en la clase media, actor político fundamental en donde dicho trabajador encontraba su lugar. Hoy esa clase media resulta más una fantasía autoperceptiva que una pertenencia real. Tampoco es casual que el peronismo no sepa a quién hablar o se dirija a un espejismo, ya que estos tres actores se encuentran intrínsecamente entrelazados.
Hoy existe un trabajador despojado de los derechos que han poseído sus antepasados recientes, en donde el establecimiento colectivo de las fábricas se individualizó, y en donde el estamento de bienestar y ascenso social de la clase media dio paso a lo que Guy Standing llamó como “precariado”. Una clase emergente caracterizada por la inseguridad crónica, ajena a las viejas normas laborales y separada de la clase obrera. Un actor social que en su comportamiento electoral se manifiesta de forma volátil, y que aún está expectante de quién los represente. A pesar de que en el discurso de Javier Milei ha encontrado su canal de representación momentánea, anclándose en la figura de la “casta”, que aglutina a aquellos que disponen de derechos, garantías y estabilidad laboral (especialmente en relación a lo sufrido durante la pandemia), nada está dicho en este mundo líquido…
Lejos de pecar de pesimista, la realidad descripta más arriba en consonancia con la víspera del día del trabajador invita a imaginar y plantear futuros alternativos al esquema deshumanizante de hoy. No hay margen para rifar banderas. Hay que tomarlas y adecuarlas a los tiempos y a los sujetos de hoy, y salir de la paralización auto-conformista que trajo el triunfo de Milei. Es preciso discutir una reforma laboral inclusiva que antagonice con la propuesta liberal-libertaria-conservadora, en favor de la ampliación de los derechos de aquellos trabajadores que hoy se encuentran en la informalidad. Al mismo tiempo que impera la necesidad de incluir otras figuras (como la del emprendedor) en la propuesta laboral a gestionar a futuro, entendiendo las nuevas formas y dinámicas laborales. Es necesario combatir el precariado para transformarlo y encauzar su ascenso social.
En un mundo donde la motosierra está de moda, y en donde magnates tecnológicos como Elon Musk defienden la ampliación de la jornada laboral “en favor de la innovación (?)”, la mirada humanista en torno a un modelo laboral inclusivo y sustentable se hace urgente. En donde Ernesto prime en lugar de una pizza y que un algoritmo no lo despida, y en donde el trabajador de Buarque goce de garantías que le permitan volver a su casa con su familia, sin que su muerte “estorbe el tráfico”. Un trabajador está allí exigiendo ser representado y vivir dignamente. Por eso, lejos del pesimismo autoinfligido y por todo lo que hay por delante, en este 1 de mayo ¡Que viva el trabajador!