
Por: Federico Martelli
La bioeconomía es sin lugar a dudas uno de los motores económicos de nuestro país. La producción agropecuaria, la agroindustria y toda la cadena de valor en torno al campo, tienen una enorme importancia en el PBI nacional, en la generación de empleo, la captación de inversiones, la investigación científica y el desarrollo regional.
En los últimos 20 años, las nuevas tecnologías (biotecnología, nanotecnología, software, robótica, inteligencia artificial e industria aeroespacial) nos han permitido asistir a una verdadera revolución del campo y produjeron un salto enorme en productividad.
Cuando hablamos de producción agropecuaria, estamos hablando de producción con alto valor agregado. Atrás de un poroto de soja hay miles de horas de estudios científicos; hay satélites que monitorean la calidad del suelo y el crecimiento de las plantas, y miles de aplicaciones desarrolladas en los polos tecnológicos de CABA, Tandil, Córdoba o Mendoza. También hay paquetes tecnológicos de semillas, fertilizantes, fungicidas y reguladores de crecimiento, entre varios otros. La industria metalmecánica ha evolucionado de manera exponencial y, en breve, asistiremos a la conducción autónoma de la maquinaria agrícola (y esto es sólo por mencionar algunos de los ejemplos de tecnología aplicada y empleo de alta calificación que son necesarios para producir)
Si ya antes del poroto tenemos semejante nivel de tecnología, una vez cosechado comienza una nueva etapa que la mayoría de los argentinos desconoce, pese a la enorme importancia que esta industria tiene para el país. Todos los días en múltiples formas y usos, estamos consumiendo los derivados de la industrialización de la soja. Con el aceite de soja más de 25 PYMES ubicadas en La Pampa, San Luis, Entre Ríos, Buenos Aires y Santa Fe producen miles de toneladas de biodiesel que, luego de mezclarse en una proporción de 7,5%, llegan a las estaciones de servicio de todo el país.
Cuando un turista carga diesel en Mar del Plata o un transportista llena el tanque de su camión en Mendoza, está cargando 7,5% del biodiesel que llegó ahí tras una larga cadena que genera valor, empleo y contribuye al cuidado del medioambiente. Pero la cadena no termina ahí: como derivado de la producción de biodiesel, se elabora la glicerina farmacopea que es utilizada en la industria de los alimentos, farmacéutica y cosmética y que se exporta a decenas de países. La rodaja de pan de molde del desayuno de la mañana, el jarabe de los nenes o el make-up para la fiesta de la noche, tienen la glicerina que, en algún momento, fue un simple poroto de soja.
Este enorme y fascinante entramado productivo es el fruto de décadas de trabajo del sector más competitivo de nuestro país que, junto con las instituciones educativas y financieras, movilizaron enormes recursos humanos y económicos que permitieron transformar a la Argentina en una referencia global y nos posicionan en un lugar expectante para aprovechar los cambios geopolíticos que se avecinan.
UN CONTEXTO GLOBAL FAVORABLE
Nuestro planeta cuenta con 8 mil millones de habitantes y según las proyecciones de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) para 2100, superaremos los 12 mil millones de habitantes. Este crecimiento demográfico necesariamente deberá ser acompañado por un incremento sustancial en la oferta de alimentos y energía y, a su vez, tendrá un fuerte impacto medioambiental.
Este crecimiento demográfico, concentrado principalmente en Asia y África, coincide con la transición de poder global de occidente a oriente, donde el PBI per cápita aumenta de manera sostenida al igual que la demanda de todos los insumos fundamentales para sostener el crecimiento económico.
La guerra en Ucrania y las tensiones geopolíticas globales, dispararon los precios de las materias primas y la energía. En este contexto, a seguridad alimentaria y la seguridad energética están seriamente amenazandas, incluso dentro de países desarrollados que creían tener estos temas resueltos. A esto debemos sumarle la crisis medioambiental que atraviesa nuestro planeta. El cambio climático amenaza la estabilidad en amplias zonas del globo y suma una tensión extra al problema global de los alimentos.
Ante esto, avanza una agresiva agenda de descarbonización que irá trazando una nueva legalidad biobasada y trazable para el comercio internacional. Es decir, en forma progresiva, los poderes internacionales (países desarrollados), incorporarán a las buenas prácticas ambientales, incluyendo a los biocombustibles y bioproductos, como exigencias de primer orden para comercializar (barreras para-arancelarias).
Esta nueva situación mundial, combinada con los recursos naturales y humanos disponibles en Argentina, determinan la existencia de una ventana de oportunidad enorme para apalancar el crecimiento económico y el desarrollo nacional.
NO MATAR A LA VACA VIVA
Sin dudas, el orden macroeconómico al que el gobierno aspira es una condición necesaria pero no suficiente para el campo y las economías regionales. Nuestro país también necesita política industrial, política educativa, de infraestructura y de ingresos.
Bajo ningún punto de vista el Estado no puede desentenderse de estos aspectos. Sin las instituciones académicas de agronomía, ciencias naturales, forestales y ciencias exactas o sin el INTA, no hubiera habido revolución agroindustrial. Sin embargo, el poder ejecutivo desafinacia las universidades.
Sin el Banco Nación, cientos de miles de productores no hubieran accedido al financiamiento adecuado para invertir y muchos hubieran perdido sus tierras tras la crisis del 2001. No podemos olvidar que el Banco Nación llegó a tener casi 14 millones de hectáreas hipotecadas. ¿Qué hubiera pasado si en vez de ser un banco público hubiera sido un banco de capitales transnacionales? Y sin embargo, el Poder Ejecutivo insiste en privatizar el Banco Nación.
Sin infraestructura vial y ferroviaria (que se encuentra muy deteriorada) sería imposible mover los insumos y la producción, y sin embargo, el Poder Ejecutivo ha abandonado la obra pública y pretende que actores privados se hagan cargo de inversiones de miles de millones de dólares que se recuperarán en décadas de uso.
Hoy las economías regionales se enfrentan nuevamente a dificultades, en algunos casos muy serias. Sin ir más lejos, la industria pyme del biodiesel se encuentra al borde la parálisis debido a que el Poder Ejecutivo ha fijado durante 7 meses consecutivos un precio por debajo de los costos de producción, haciendo que peligre una industria que produce casi un millón de toneladas de biodiesel al año, emplea de manera directa 2000 personas y contribuye decididamente al desarrollo del interior del país.
Es esperable que, tras el desborde inflacionario de la etapa anterior y los desajustes en todas las variables, la implementación de un programa de estabilización traiga aparejado problemas sectoriales y desacoples de todo tipo y es ahí donde la política debe entrar en acción para tender puentes y encontrar soluciones. No hacerlo y dejar que importantes sectores queden en el camino, únicamente redundará en más dificultades de las que ya tenemos. Ojalá el gobierno entienda esto antes de que sea demasiado tarde.