Por: Patricio Ballesteros Ledesma
En un contexto internacional en el que la fase expansionista del capitalismo mostró los alcances del paradigma globalizador, y las consecuencias para el todo y las partes, muchos países están volviendo al proteccionismo comercial tras evaluar el saldo de la experiencia.
Con la elección de Donald Trump nuevamente para encabezar la Casa Blanca, quedó en claro que hay consenso entre la población y la élite de Estados Unidos para frenar el avance extranjero en su mercado interno y reactivar su economía de adentro hacia afuera.
Antes paladines de la economía global, gran parte de los estadounidenses, así como muchos dirigentes y ciudadanos europeos, pusieron en la balanza los pros y contras de esta estrategia geopolítica y comercial, y concluyeron que la apertura indiscriminada deja pasar lo bueno y lo malo.
A nivel político resurgieron en todo el mundo nacionalismos rancios y modernos, poniendo en foco lo propio antes que lo internacional, y a nivel comercial se empezó a ver que la libertad económica y la desregulación de las fronteras trae más perjuicios que beneficios.
En esta línea resulta un hito la reciente firma del tratado comercial para avanzar en un acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur celebrado la semana pasada en el marco de la LXV Cumbre de Líderes del Mercosur, el bloque sudamericano y la UE.
El presidente Javier Milei había dicho en más de una oportunidad que la alianza de mercado sudamericana no tenía razón de ser, por eso faltó al encuentro en julio y mandó a la ahora excanciller Diana Mondino, y amenazó con abandonar el bloque, sobre todo por su mala relación con el principal socio comercial del país ahora (nuevamente) presidido por Luiz Inácio Da Silva, al que tildó de comunista y delincuente.
Pero más allá de sus prejuicios, y de admirar a Trump por sentirlo ideológicamente afín, si bien el electo presidente de los Estados Unidos no es libertario ni globalista sino nacionalista y proteccionista, el objetivo de Milei es avanzar en un tratado de libre comercio con su país.
Mientras tanto firmó este histórico pacto comercial, que lleva 25 años de negociaciones y que Lula venía reclamando desde su anterior mandato, con los mandatarios de Brasil, Uruguay, Paraguay y con la titular de la Unión Europea Ursula Von der Leyen.
Pero en su discurso ante sus pares Milei expresó que “el Mercosur ha sido un escollo para el progreso de los argentinos”, y aclaró que su intención es flexibilizar la normativa del bloque para poder rubricar acuerdos bilaterales sin quedar sujeto a la aprobación del resto.
El actual reglamento no lo permite y por eso el presidente argentino condicionó su continuidad más allá de esta rúbrica formal y de la asunción de la presidencia pro tempore del bloque sudamericano.
En otro párrafo de su alocución justificó su posición intransigente sobre la evolución: “Mientras vecinos como Chile y Perú se abrieron al mundo y entablaron acuerdos comerciales con los protagonistas del comercio global, nosotros nos encerramos en nuestra propia pecera, tardando más de 20 años en cerrar un acuerdo que hoy festejamos pero que aún dista de ser una realidad”.
Es cierto que el acuerdo firmado abre el potencial de nuevos mercados para las economías sudamericanas, reduciendo aranceles y obstáculos comerciales. Además, de concretarse su desarrollo final configuraría una de las zonas de libre comercio más grandes del mundo, reuniendo alrededor de 800 millones de habitantes y cerca del 20% del PBI global.
Según quedó plasmado en el documento, esta alianza entre la segunda y la quinta economía mundiales crea una enorme zona de libre comercio, que el año pasado alcanzó un intercambio superior a los US$88.000 millones.
Está claro que la UE es uno de los principales mercados globales: realiza el 14% de compras mundiales de bienes y servicios que representan el 72% de su PBI, según datos de la Cancillería. Hasta hoy, más del 14% de las exportaciones totales del Mercosur tuvieron como destino a la Unión Europea y el 20% de lo importado por consumidores regionales fue de ese origen.
La UE y el Mercosur apuestan a la cooperación para el fomento del crecimiento económico, el desarrollo sostenible, el empleo y las inversiones. Y en ese camino, alrededor del 70% de los aranceles de la Unión Europea serán eliminados de manera inmediata con su entrada en vigor.
Pero no todo es blanco o negro, y ahora se abren un sinnúmero de incógnitas, detalles y, claro está, la incertidumbre lógica de cómo se irán resolviendo las negociaciones particulares para cada producto y en cada envío. De hecho, el tratado debe ser ratificado o rechazado aún por el Consejo Europeo, ya que no hay concordancia entre todos los países del Viejo Continente.
Del otro lado atlántico hubo reacciones dispares sobre esta firma, ya que los gobiernos de Francia e Italia mostraron un claro rechazo, mientras que las autoridades de España, Portugal y Alemania tuvieron una posición favorable. Presionados sobre todo por los productores agropecuarios locales, los mandatarios detractores no aceptan el tratado tal como fue firmado.
“La Comisión concluyó sus negociaciones con Mercosur, que es su responsabilidad, pero el acuerdo no se firmó ni ratificó. Así que aquí no acaba la historia. El acuerdo con Mercosur no entró en vigor”, remarcó el gobierno francés durante una rueda de prensa.
Por su parte, el gobierno italiano declaró que “la firma de acuerdo sólo puede tener lugar a condición de que se incluyan garantías y compensaciones adecuadas en el caso de desequilibrios en el sector agrícola”, poniendo en valor el secular proteccionismo del agro continental y las barreras para arancelarias de las que gozan.
En tanto, para la Argentina, con el acuerdo funcionando se abren posibilidades mayores a las actuales y que durante décadas estuvieron vedadas. Por ejemplo, productos como la carne vacuna, el vino y las frutas se podrían expandir aún más dentro del mercado europeo, que por otra parte valora más el terruño y paga mejores precios.
A nivel industrial, las empresas del Mercosur podrían reducir los costos de los insumos importados, aumentando su productividad y competitividad. Y en particular para la Argentina, se estima que el stock de inversiones europeas podrían aumentar un 177% en 10 años y el país podría consolidarse como proveedor de minerales y energía para Europa, especialmente en proyectos como Vaca Muerta y la producción de litio.
Según fuentes oficiales argentinas, el objetivo final es que la UE elimine los aranceles para un 92% de las exportaciones pertenecientes al Mercosur; y como contrapartida, el bloque sudamericano suprima aranceles para el 91% de las importaciones que se realicen desde la UE.
En cuanto a beneficios para las manufacturas argentinas, se reducirán los aranceles para ciertos productos y se aplicará el régimen de libre comercio para los mismos, mientras otros obtendrán ventajas comparativas para su exportación.
En el caso de cítricos, hortalizas y algodón regirá el libre comercio, el cual será implementado gradualmente en un plazo de 4 a 10 años. Mientras tanto, para los vinos nacionales, la UE irá mermando los aranceles hasta su eliminación total en un plazo de 8 años.