
Mg. Lautaro González Amato
Pareciera que en estos tiempos, el peronismo y sus derivados contemporáneos como el kirchnerismo están cancelados en la sociedad. Son “mala palabra”, sinónimos de corrupción e ineficiencia. Néstor Kirchner decía “nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio”, cuya versión actualizada sería “nos llaman la casta para corrernos del juego”.
Todavía varios dirigentes del peronismo no comprenden la importancia de la comunicación política, ahora en su extensión digital, para mantenerse a flote en la disputa de sentido. En cómo poder transmitir que la justicia social no es una aberración y explicar que la solidaridad conlleva un valor moral y ético que supera al mero individualismo meritocrático propuesto por los sectores liberales y conservadores de la Argentina.
En definitiva, el peronismo debe volver a reconfigurar su doctrina para entender los nuevos retos que depara la comunicación al tiempo de atender las demandas sociales. Esto sin perder la frescura significativa de sus otras dos banderas: la independencia económica y la soberanía política.
Ser precisos en la batalla cultural tanto en el territorio como en el mundo online es clave. Aquí van algunos salvavidas para no quedar atrapados en los nuevos paradigmas y encrucijadas.
Se abre el telón
En estos tiempos, el liberalismo, más precisamente su versión de la escuela austríaca, que encandiló tanto al propio presidente Milei como al electorado argentino del 2023, supo construir un relato disruptivo. Además de catapultarse en tiempo récord a la presidencia del país, puso en jaque y cuestionó la manera de hacer política del movimiento conformado por Juan Domingo Perón en 1945, que hasta hace un puñado de horas atrás ocupaba la centralidad de la política nacional.
Es complejo poder encuadrar este nuevo espacio político liberal que expresa las necesidades de una parte de la población, al tiempo que muestra falencias profundas en la gestión de gobierno (renuncia un funcionario cada cinco días). Lo que sí pudo establecer en el inconsciente colectivo de gran parte de sus votantes, donde el apoyo es transversal en cuanto a clases sociales y franja etaria, es un “nuevo modo de hacer política” que menosprecia el rol de los dirigentes políticos-sociales como “mediadores” entre el Estado y las personas. Además, le habla a la población de manera directa desde las redes sociales.
Este gobierno, entonces, construye política y sentido en X a través de la propia imagen y voz del presidente Milei, identificada con una figura que emite fuerza como la de un león. Además, el Gobierno dialoga con los medios consolidando su relato desde las conferencias del vocero presidencial Manuel Adorni y apuesta por dar pelea dentro de la batalla cultural en modo showtimecommunication, inaugurado la semana pasada en el Luna Park. La apropiación del color amarillo y negro con la serpiente enrosacada de Don’t trade on me, utilizada por los seguidores del ex mandatario estadounidense Donald Trump, completa el universo icónico-discursivo.
Primer acto: apropiación simbólica
En política, para conquistar el sentido común de los votantes, primero hay que enamorar, construir un relato que se pare desde las emociones por sobre la razón, se posicione como novedoso, diferente y distinto a lo que todo el mundo conoce. En definitiva, que no aparente ser uno más del montón. Porque hoy, en un mundo tan cambiante y veloz, el espacio político que se atreva a innovar sin perder su esencia es el que lleva varios cuerpos de ventaja sobre los otros.
Por eso, el espacio liberal de Javier Milei rompió con todos los guiones y manuales de comunicación política: primero trabajó mediáticamente la construcción de nuevas categorías como “la casta”, reseteó el “que se vayan todos” y se adueñó semánticamente del concepto “libertario”, hasta hace poco utilizado como referencia de las figuras del proceso independentista de América Latina en el siglo XIX como San Martín, Bolívar o Artigas.
Si bien el término “libertario” se caracteriza por su polisemia, y etimológicamente significa “partidario de la libertad”, puede ser un antónimo de autoritario o esclavista, lo que dependerá del significado de la palabra “libertad” que se pretenda ejecutar en el contexto. Milei comenzó a utilizarlo cuando el gobierno de Alberto Fernández impuso el ASPO (aislamiento, social, preventivo y obligatorio) durante la pandemia del Covid-19, en marzo de 2020. La libertad era no estar encerrados.
Más entrado el siglo XX, también se les llamaba “libertarios” a los referentes políticos vinculados con organizaciones del movimiento obrero-estudiantil, clasista y combativo, que defendían los derechos de los trabajadores y cuyo discurso estaba orientado hacia los postulados del socialismo, donde levantaban las banderas de la libertad: una libertad que tenía más que ver con “romper la dominación y explotación de la clase dominante hacia los trabajadores”.
Nada más lejos para la aplicación del mensaje estratégico que impulsa el Gobierno desde el “Viva la libertad, carajo”. No solo no cumple con la función de ser un faro para moldear la identidad de la gestión y traer certidumbre a la ciudadanía, sino que queda desfasado de la realidad. Ya no hay ASPO y no se vive en una “dictadura”, como se mencionaba en aquel contexto: ahora los libertarios son el gobierno.
Segundo acto: Moebius in aeternum
El 17 de octubre de 1996, Gustavo Mosquera R. dirigió “Moebius”, una película argentina de ciencia ficción protagonizada por Guillermo Angelelli, Roberto Carnaghi y Annabella Levy. Fue el primer largometraje producido por la Universidad del Cine, realizado íntegramente por sus estudiantes con un presupuesto de 250 dólares. Está basada en el cuento “Un subterráneo llamado Moebius” (1950), de Armin Joseph Deutsch, y se ubicó en el puesto 29 del ranking de las 100 mejores películas de Argentina. Trata sobre la desaparición de una formación de subterráneos.
Tras recorrer la extensa red, los protagonistas no logran localizar ni los vagones ni los pasajeros, aunque en el sistema comienzan a producirse cambios de vías y de semáforos sin que nadie los ordene. Así, pueden observarse modificaciones en la señalización del circuito sin que nada cambie: es el funcionamiento de “la cinta de Moebius”, una tira de papel en la que se gira uno de sus lados y se pegan ambos extremos para formar un aro, lo que hace imposible distinguir cuál es la parte de arriba o la de abajo, la de adentro o la de afuera.
Los matemáticos la llaman un “objeto no orientable”, ya que si uno camina por la parte de “arriba” cuando se da toda la vuelta y llega nuevamente al punto de partida, la persona estará, sin darse cuenta, parada en la parte de “abajo” de la cinta. La teoría de Moebius intenta explicar la naturaleza cíclica de varios procesos como la eternidad o el infinito. Fue creada por el matemático y astrónomo alemán August Ferdinand Möebius en 1858.
Algo así parece suceder dentro del gobierno de La Libertad Avanza: a las cientos de dimisiones de índole nacional, emerge una de las más importantes, la renuncia de Nicolás Posse como jefe de Gabinete (duró 169 días, poco más que Jorge Capitanich en el interinato de Eduardo Duhalde en 2002). Por añadidura, aparece otra no menor: el desplazamiento del director general de la Agencia Federal de Inteligencia, Silvestre Sívori. Esto precipitó dar crédito a las versiones más relacionadas con el espionaje interno al mismísimo primer mandatario y a la secretaria general de la Presidencia de la Nación, Karina Milei.
En este contexto, la entrada de Guillermo Francos, hombre de la política mainstream (estuvo en casi todas las gestiones), como flamante jefe de Ministros, pareciera traer el equilibrio que Milei necesita en el frente interno: “El Presidente me elige a mí porque se da cuenta de que con la política argentina a él se le hace complicado, porque no la entiende, porque tiene diferencias”, expresó el funcionario nacional a los medios de comunicación en sus primeras declaraciones.
Desde que asumió, el mandatario nacional parece estar más preocupado por viajar a Estados Unidos y posicionarse como el mejor presidente liberal del mundo que por subsanar los problemas internos. Hasta el propio referente de la Escuela Austríaca, el alemán Philipp Bagus, uno de los economistas consultados por el Presidente, lo calificó como un “populista de derecha” y aseguró que el respaldo de la sociedad a las recetas económicas del libertario estará ligado al crecimiento económico del país. Algo que los números no reflejan. Argentina parece sumida en un moebius in aeternum donde el Gobierno no encuentra la brújula para escapar y traer estabilidad institucional.
Tercer acto: la conversación
Argentina pareciera ser una obra de teatro que va continuamente de la farsa a la tragedia y viceversa. Por eso la conversación y la capacidad de escucha necesaria entre la política y la ciudadanía es el enclave para la salida y resurgimiento de una de las principales fuerzas políticas: el peronismo.
Lo que sucede acá es que, para erigirse como alternativa política, antes el peronismo y sus vertientes tienen que saldar cuentas: la interna partidaria, el proyecto político, su actualización doctrinaria y la estrategia discursiva para hablarle a la avenida del medio. Como uno de los principales movimientos de masas de América Latina, no hay que darle sepultura, no entra acá la chicana del “no vuelven más”, porque ya pasó en 2019. Sí debe darse un profundo debate interno, y en eso la comunicación política puede aportar varias herramientas.
Porque en un mundo donde la información fluye a una velocidad sin precedentes, la comunicación política se ha convertido en un eje central para el desarrollo de cualquier espacio político y de la democracia. La capacidad de los políticos para entablar una conversación genuina y efectiva con la ciudadanía es crucial no solo para ganar elecciones, sino también para consolidar la vida interna de sus propios espacios y gobernar de manera eficiente y con transparencia.
Esta dinámica fortalece la confianza en las instituciones y fomenta un entorno en el cual las políticas públicas pueden desarrollarse de manera más inclusiva, representativa, federal y democrática. Verticalismo en la toma de decisiones sí, pero con prácticas democráticas que generen los consensos necesarios para obtener consistencias seductoras en las propuestas.
El primer paso para una comunicación efectiva es la escucha activa. Los políticos deben abandonar la vieja práctica de hablar desde una posición de superioridad y, en su lugar, adoptar un enfoque más humilde y receptivo. La ciudadanía, en su diversidad, tiene mucho que aportar. Hoy hablamos de los “prosumidores políticos”, aquellos ciudadanos que producen y consumen información y no se muestran pasivos en su capacidad de generar conciencia crítica. Es en la retroalimentación desde la pluralidad de voces donde se encuentran las soluciones más innovadoras y efectivas para resolver los problemas.
Conversar con las audiencias implica intercambio de ideas, donde el político no solo transmite su mensaje, sino que también está dispuesto a modificar sus planteamientos basándose en el feedback recibido. Esta dinámica de ida y vuelta no solo enriquece el debate público, sino que también permite a los líderes políticos construir propuestas más sólidas acordes a las necesidades reales de la población.
Redes sociales y la Argentina más soñada
Las redes sociales y las plataformas digitales han democratizado el acceso a la información y creado nuevos canales para la interacción directa entre políticos y ciudadanos. X (antes Twitter), Facebook, Instagram y TikTok son herramientas para la difusión de mensajes, pero también espacios de conversación donde se puede medir el pulso de la opinión pública de manera inmediata y continua.
Es esencial que los políticos utilicen estas plataformas tanto para publicitarse como para fomentar un diálogo constructivo. Transmisiones en vivo, encuestas interactivas, foros de discusión y sesiones de preguntas-respuestas son algunas de las maneras en las que se puede promover una participación más activa de la ciudadanía.
Por eso, la transparencia es un valor fundamental en esta mirada desde la comunicación política. Los ciudadanos exigen y merecen saber qué hacen sus representantes, cómo toman decisiones y en qué se basan sus políticas. La rendición de cuentas no es solamente una obligación ética, sino también una herramienta de legitimación política. La difusión pública de los informes de gestión luego de cada mandato deben ser un elemento constitutivo de la transparencia. Más allá de que sean de dominio público, deben realizarse campañas para su mayor conocimiento.
Es que en este contexto, la autenticidad juega un papel crucial. Los ciudadanos son cada vez más capaces de detectar la falsedad y la manipulación y valoran a los políticos que se presentan tal como son, con sus fortalezas y debilidades. La autenticidad humaniza a los líderes y crea un vínculo emocional con el electorado, esencial para construir una relación de confianza duradera.
En conclusión, la conversación entre los políticos y la ciudadanía es un proceso dinámico y continuo que debe estar en el centro de cualquier estrategia de comunicación política. Escuchar, dialogar, ser transparente, auténtico y utilizar las herramientas digitales de manera efectiva son pasos esenciales para construir una relación de confianza. Porque una comunicación política efectiva fortalece la democracia y el sistema partidario, a la vez que crea un entorno más justo y equitativo para todos. Fundamental hoy para salir del laberinto de la serpiente.