*Mg. Lautaro González Amato
La inexistencia de políticas públicas efectivas que contrarresten los sistemas discursivos que promueven el odio al que piensa distinto abre el camino para la injerencia de trolls con enunciados racistas y antiderechos sociales. En un contexto internacional agobiado por la hiperpolarización, las “nuevas derechas” en Argentina disputan sentido ahora desde la suma del poder político en el gobierno. El rol de la comunicación política, en una tarea más que compleja.
Las variables engagement, visibilidad y polarización se incrementaron con los avances tecnológicos de los últimos años. Tras la pandemia del Covid-19, emergieron agrupamientos neofascistas en Alemania que se dedicaron a articular un discurso contra el gobierno de la excanciller Ángela Merkel desde una fuerte crítica de la pérdida de libertades individuales. A esto se le sumó la desobediencia civil al aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO), calificándolo como “una herramienta de control social del Estado”.
Además, a este movimiento lo robustecieron las teorías conspirativas, el terraplanismo y los discursos de odio. Un cóctel que tarde o temprano iba a calar hondo en la sociedad argentina. De hecho, en pleno aislamiento en nuestro país, hubo manifestaciones que denunciaban una supuesta “plandemia” y se quemaron barbijos en plazas públicas.
La poca capacidad de análisis y adaptabilidad a un contexto adverso de parte de los gobernantes locales agudizó aún más el conflicto con la profundización de la pobreza, la crisis en el sistema educativo y la inflación. Así, surgieron grupos ultraliberales que proclamaron una fuerte crítica al aislamiento social obligatorio que se vio reflejado principalmente en la red social X. El año 2020 puede ser considerado un quiebre en el uso de X como plataforma de divulgación de propuestas antiderechos en Argentina. Allí comenzó a forjarse un nuevo espacio de ideas liberales, “rebeldes antisistema”, para un contexto conducido por el peronismo, que no logró dar respuestas y cometió incongruencias en su comunicación de gobierno.
Así se conformaron estructuras partidarias como La Libertad Avanza, que tomaron el control de la opinión pública y enamoraron a una generación entera desgastada por la situación económica y social heredada del macrismo y luego incrementada por la falta de respuesta del gobierno de Alberto Fernández.
Las plataformas como X o Youtube fueron suficientes para que una multitud vea a las ideas de la libertad como ideas de cambio. Influencers, periodistas y mediáticos de todo tipo trabajaron el sentido común y lo congregaron en las plazas: la participación activa en los temas sociales de la agenda pública fue total.
Los debates tuvieron un ida y vuelta: fueron digitales y territoriales, y así formaron una retroalimentación positiva que confluyó en el camino que desde hacía tiempo atrás Javier Milei, José Luis Espert y Victoria Villaruel promovían en los medios de comunicación.
La investigadora del Conicet y profesora de la UBA Melina Vázquez explica una de las hipótesis de la composiciíon de las “nuevas derechas”, que no logran asimilar críticamente su narrativa política en cuanto a componentes de odio y xenofobia, como por ejemplo, la oposición contra la “ideología de género” y el aborto.
“Algunos de los grupos militantes vinculados con Milei nacen en grupos de chats y de redes en los que circulan memes políticos. (...) Muchos de esos jóvenes son la primera generación de estudiantes universitarios, en ellos se ve la paradoja de un Estado que promovió el acceso a la educación superior pero que, al mismo tiempo, evidencia los problemas de la educación pública”, concluye Vézquez.
La Furia paga
En la actualidad, los discursos de odio son narrativas sociales que conforman un sistema que se reproduce en el espacio público, medios de comunicación y redes sociales. Allí se transmiten prejuicios y estereotipos acerca de un grupo o colectivo de personas en particular, con el objetivo final de legitimar la violencia social hacia ellos. Si bien pueden o no materializarse en violencia física, los discursos de odio cargan un alto nivel de violencia simbólica, lo que trae aparejado el deterioro de nuestro sistema democrático y la profundidad de la hiperpolarización.
De acuerdo a la Unesco, el discurso de odio en forma de xenofobia, racismo, misoginia, antisemitismo, contra los musulmanes, contra el colectivo LGBTQI+ y otros tipos de intolerancia aumenta en el mundo. Hoy se extiende más rápido y más lejos que nunca a través de las redes sociales. Ataca a las personas, tal cual vimos día atrás con el hombre que prendió fuego la casa de una pareja de lesbianas en el barrio de Barracas (CABA) causándoles múltiples lesiones.
Esto también es capitalizado por parte de jugadores en la arena política que buscan “llevar agua para su molino”. “El discurso de odio es una señal de alarma: cuanto más fuerte suena, mayor es la amenaza de genocidio. Antecede y promueve la violencia”, enuncia el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres.
Entre julio y diciembre de 2020, 1.628.281 contenidos publicados en la red social X infringieron la política de la empresa y fueron eliminados. Lo mismo pasó en Youtube: 85.247 videos que divulgaban discursos de odio fueron quitados de la plataforma desde enero hasta marzo de 2021.
Parte de las premisas de los discursos de odio se reflejan en la actual edición de “Gran Hermano”, que emite Telefe. Este reality-show muestra hoy las distintas reacciones de una de sus participantes estrella que desencadena fanatismos: Juliana “Furia” Scaglione. El apodo cae a la perfección con los tiempos violentos que transitamos como sociedad. La participante, declarada confesa votante del presidente Milei, se pelea con todos los integrantes siempre desde una actitud violenta. Sus apariciones públicas fueron en aumento hasta garantizar su popularidad en un contexto favorable a la violencia y con el rating picando en punta para un canal de aire. Además, (el programa) cuenta con altos niveles de facturación, ya que Telefe embolsa 100 mil dólares cada vez que “Furia” va a la votación para salir o no de la casa.
“Es lo mismo que hicieron con lo de Constanza. Le chuparon el cul... a una mina nueva, sea quién sea, y nosotros estamos acá y no nos cuidan. Y nosotros a ustedes sí, bolu... Esa es la calentura, forr... de mierd... ¡Hijos de re mil put...!”, intervino Scaglione en una de sus últimas apariciones a puro grito y saltando arriba de la cama. Luego se acercó a discutir en esos términos a la cara de otro participante. “Nosotros somos sus hermanos, no esa conchu... de mier... que vino”, cerró con un grito al final. Menos mal que la transmisión se cerró al instante. Falta que televisen una acuchillada en vivo para tener más sangre en la picadora. Un espanto.
La síntesis no puede ser mejor: una de las principales figuras del reality, al igual que el actual presidente Javier Milei, elabora un discurso violento que acompaña con su comportamiento histriónico e irreverente dentro de la casa sin importar que tenga o no razón.
En contexto
Si bien no existen definiciones universalmente aceptadas acerca de lo que significa la incitación al odio y la desinformación, las instituciones que forman parte de la ONU desarrollaron algunas herramientas a tener en cuenta a la hora de analizar el tratamiento de la información. Porque la desinformación es información que no solo es inexacta, sino que también tiene la intención de engañar y difundirse para causar daño. En definitiva, para exacerbar los sentimientos y emociones negativas que fomentan los discursos de odio.
Aunque el uso de las redes sociales y las plataformas digitales para difundir odio es relativamente reciente, la utilización de ese sentimiento en el discurso público en política, precisamente en los procesos eleccionarios, es, por desgracia, algo relativamente nuevo.
Esta conjunción se dio con la llegada de Milei a la presidencia de Argentina, construida hace un puñado de años atrás. Sus modos violentos, irreverentes y rebeldes contra la “casta” lo mostraron como lo novedoso en la arena política: más, a sabiendas de que no era el típico actor político de carrera, sino todo lo contrario, un outsider formado en economía que llevaba las banderas de la libertad (individual) y el libre mercado (economía liberal). Un encuadre acorde a un contexto de crisis que pedía un giro de timón inmediato.
El rol de la #compol
La comunicación política ocupa un lugar preponderante en las democracias contemporáneas. Sin embargo, en los tiempos que corren aparece ligada en demasiadas ocasiones a operaciones políticas, campañas negativas, fake news y discursos de odio.
Para revertir este estigma, la comunicación política deberá asumir el compromiso de construir distintos espacios públicos, virtuales u off-line que gocen de buenas prácticas y sean tolerantes ante opiniones diversas. Espacios capaces de forjar y sostener democráticamente las disidencias y disputas para fortalecer la reconstrucción de la tolerancia. Tal vez sea pedirle mucho a una disciplina joven que debe adaptarse a un contexto de soportes cambiantes. Ese tal vez sea uno de los principales desafíos.
Lo que sucede es que el abordaje y combate de los discursos de odio es imperativo. Se necesita un enfoque holístico, interdisciplinario y movilizar a la sociedad en su conjunto. Todos los individuos y organizaciones, incluidos los gobiernos, el sector privado, los medios de comunicación, las redes sociales y corporaciones de Internet, los líderes espirituales, educadores, jóvenes y la sociedad civil, tienen el deber moral de posicionarse firmemente contra ellos. Deben desempeñar un papel crucial para contrarrestar este comportamiento.
Insistimos en este espacio con un ejemplo contrafáctico aunque valedero: estuvimos a un “click” de transitar una guerra civil, o al menos, de vivir una ola de violencia escalonada cuando se intentó matar a Cristina Fernández de Kirchner el 1 de septiembre de 2022.
Cómo seguimos
Habría que exigir responsabilidades a los autores y practicantes de los discursos de odio para acabar con su impunidad. Primero, como individuos, debemos abstenernos de realizar comentarios de este tipo y transmitirlos tanto en el ámbito privado como en las redes sociales. Además, para detectar información falsa, incluida la propaganda de incitación al odio, tenemos el deber de asegurarnos la verificación del contenido que compartimos. Esto lo podemos hacer con la ayuda de buscadores, herramientas de verificación de hechos como Factchequeado, Invid, Duplicheker o Ground News, y otras fuentes confiables.
Además es recomendable leer la noticia completa antes de compartirla, verificar la fecha de publicación (algunas ocasiones se viralizan noticias que son antiguas, mirar bien la URL (dirección del sitio web) porque se pueden hacer pasar por sitios verdaderos que tienen un nombre similar o simplemente realizar una búsqueda en Google para ver si la noticia está en otros medios de comunicación.
Cabe resaltar que en la mayoría de las plataformas y comunidades digitales existen reglas para mantener las discusiones entre usuarios. Permiten denunciar fácilmente los mensajes de odio a los administradores y moderadores.
Finalmente, tanto en reuniones familiares como en las redes sociales, al abordar los contenidos de odio se pueden pensar respuestas positivas y tolerantes en defensa de quienes fueron afectados. Es allí donde más se educa, es ahí donde aparece la solidaridad como fuerza motora para señalar las responsabilidades individuales y colectivas ante el fomento del desprecio y la eliminación del otro si piensa distinto.
Porque en definitiva la retórica del odio amenaza los valores democráticos, la tolerancia, la estabilidad social y el desarrollo histórico de las fuerzas vivas de la humanidad. Socava los principios y objetivos básicos de respeto por la dignidad humana, la igualdad, la paz y la fraternidad. Valores que no deberían perder terreno ante el avance de la intolerancia y pretendemos construir una sociedad más justa.