Más allá de la cantidad de horas que Javier Milei pasa en “X”, de lo disparatado de los contenidos que valida y comparte, de la improvisación con que se maneja su entorno, de la incapacidad para completar cargos importantes del gobierno y de la falta de rumbo en áreas claves, el nudo de la cuestión sigue estando en el complejo vínculo que se teje entre la viabilidad del plan económico y la sustentabilidad política.
Una vez separada la paja del trigo y corridos del centro los fuegos de artificio, puede verse con claridad que Milei está librando una batalla a todo o nada contra el sistema político con el objetivo de construir en tiempo record una hegemonía que él considera necesaria para llevar adelante su plan de gobierno.
Ese intento de construir hegemonía, a diferencia de otras experiencias históricas, no parte de apalancarse en un sector para condicionar a otros ni de establecer círculos de cercanía sobre los que consolidar alianzas tácticas. Por el contrario, el presidente busca hacerse fuerte a partir de mostrarse en soledad contra todo el sistema político.
Cree que no se animarán a ponerle un freno y que, por lo tanto, seguirá avanzando sin obstáculos. Sabe que un sector moderado de la oposición teme quedar conspirando junto al kirchnerismo. Además, sabe que en el PRO están completamente desorientados; sabe que no hay precedentes de juicio político a un Presidente constitucional y sabe que, por ahora, mantiene buenos niveles de aprobación y de expectativas.
En la vereda de enfrente comparten resignación los que plantearon desde el inicio una oposición clara y manifiesta con los que trataron de ayudarlo a encaminar el gobierno mediante la construcción de una mayoría legislativa “razonable”. Al frente de esa idea estuvo Miguel Pichetto que, pese a múltiples y denodados esfuerzos, no pudo convencer a las Fuerzas del Cielo de la necesidad de un gobierno de coalición. No es la primera vez que le pasa ya que con Mauricio Macri estuvo cuatro años tratando de hacer lo mismo.
En esta especie de “tiempo muerto” en el que Milei sabe que no se animan y los opositores dudan, el elemento definitorio será el programa económico. Mientras el libertario cree que puede seguir humillando a diestra y siniestra amparado en el éxito venidero de su plan, en la oposición creen que si el resultado no es el que Milei espera quedará completamente arrinconado.
Para la política tradicional la cuenta sería sencilla: si el plan económico funciona, se amplían los márgenes de autonomía del Presidente para con el sistema político; si el plan económico tambalea, se reducen los márgenes y aparece el famoso “consenso”. Si el plan económico fracasa, desata el “aguante y contención” con el favor del sistema político.
En este caso el riesgo es extremo, porque si el plan económico no empieza a dar resultados, el presidente quedará solo frente a la bronca social. Ese amortiguador que él tanto detesta llamado "política" no va a estar ahí y cada pozo por el que pase va a ser un duro golpe en la pera, con el riesgo de que, con un pozo más profundo, quede knock out.
El setentismo de Milei anula la política. Es “todo o nada”, sin mediaciones ni intermediaciones, sin diálogo ni consenso. La política está sin salida y eso es un verdadero problema para una nación moderna. La política tiene dos caminos que no quiere aceptar porque, paradójicamente, son la anulación de la política: o espera que Milei los arrastre de manera humillante amparado en los logros de su programa económico o lo destituyen producto de las previsibles consecuencias de un eventual fracaso.