Mauricio Macri tiene el 19 de noviembre uno de sus desafíos más importantes de su vida: lograr que Javier Milei, un liberal que no superó la barrera del 30% de los votos en las primarias y en la primera vuelta, sea el próximo presidente de la Nación.
Necesita transferirle el respaldo cosechado por Patricia Bullrich en las primarias y lograr que los indecisos lo vean votable. Nada fácil. Además, tal vez más complicado es que sus boletas estén en los cuartos oscuros de todo el país.
El expresidente tiene miedo. Sabe que si el ministro de Economía, Sergio Massa, se convierte en presidente, nunca logrará archivar las causas judiciales en su contra que lo incomodan, como la licitación de parques eólicos, en la que también está involucrado el director técnico de Independiente, Carlos Tevez.
Mesiánico y con una demostrada capacidad de liderazgo, Macri logró digitar la campaña de Milei. Lo obligó a incorporar mini actos en la calle y sumar banderas argentinas, que supieron ser insignias de sus recorridas y también de las de Cristina Kirchner. Es una fórmula que funciona.
Macri consiguió además que el diputado controlara sus desbordes emocionales: “No me caliento más, como Walt Disney”, dijo en una entrevista grabada con Luis Majul, un periodista cercano al expresidente. El economista abandonó los vivos en estudios de TV luego de aquel pedido de que no haya ruidos durante una entrevista en América TV.
También empezó a dar la cara ante sus legisladores electos, para que al menos sepan como es en persona y no sigan atendiendo llamados para buscar otros destinos. Le pasó con futuros integrantes del Congreso nacional, de Legislaturas provinciales y muchos concejos deliberantes.
El encargado de detener esas diásporas es Guillermo Francos, expresidente del Banco Provincia durante la gobernación de Daniel Scioli y representante ante el BID hasta agosto, cuando recibía órdenes de Massa.
Macri no le confía y le preocupa la falta de un equipo profesional que rodee a Milei, pero cuando se dispuso a enviarle gente de su confianza no hizo más que trasladar la internas PRO al universo libertario. El senador José Torello y la exdiputada Paula Bertol, a cargo de controlar la fiscalización, se contradecían. Bertol abandonó la tarea.
Hubo sobre actuaciones, como las de Guillermo Dietrich y Javier Iguacel, que decían estar dispuestos a reclutar gente en todo el país. Y apareció un tal Eduardo Bastitta, empresario logístico de profesión, quien se presentaba como el encargado de financiar a los nuevos fiscales que quieran ayudar.
En La Libertad Avanza no entienden aún si habrá tanta colaboración de Macri cómo dicen, sobre todo en zonas ásperas como el conurbano o el norte del país. Hay provincias donde no saben si podrán cuidar las boletas y las internas del PRO, sumada a la desintegración de Juntos por el Cambio, no ayudan.
La relación de Macri con la UCR no tiene retorno, después de los duros intercambios de twitter que tuvo con su actual presidente, Gerardo Morales, quien lo acusó de enfermo y corrupto. El exjefe de Estado no está acostumbrado a que le hablen así. No lo entiende.
En el Congreso, Milei y el PRO ya actúan en tándem. Presentaron proyectos juntos sobre el repudio al ataque de Hamas a Israel y plantean una agenda común para el 10 de diciembre.
El nexo con Milei es el presidente del bloque PRO, Cristian Ritondo. Lo sigue al economista a todos lados y trata de bajar sus deseos a la realidad, siempre con Macri al teléfono.
Ante sus legisladores, el libertario tuvo que aclarar que es una alianza coyuntural y no tiene jefe. Si cuenta con un nuevo líder, que está dispuesto a hacer sonar todos los teléfonos y mover sus fichas para convertirlo en presidente. Y lo está haciendo.