Apuntes sobre la nanocracia  - Política y Medios
03-10-2024 - Edición Nº6089

OPINIÓN

Apuntes sobre la nanocracia 

Ante un escenario donde los derechos conquistados se deterioran y los nuevos se cumplen a medias, la democracia se hace pequeña. Una verdadera nanocracia.

Por: Nicolás Mujico - Politologo UBA- Maestrando en Defensa Nacional UNDEF

 

Es sabido desde nuestros años de escuela que la democracia es el gobierno del pueblo. De todo el pueblo. A lo largo de la historia, en la Argentina y en el mundo, la participación fue aumentando: del voto calificado, al voto popular (en nuestro país expresado por la ley Sáenz Peña primero y por el voto Femenino durante la década peronista, después). En paralelo, el Estado fue consiguiendo -o concibiendo- diferentes proyectos en los que esas mayorías accedieran a determinados derechos. Educación Pública primero, Salud Pública después y una serie de fueros que siempre tuvieron por fin favorecer a las grandes mayorías. En lo posible a todos. La Asignación Universal fue, quizás, el último coletazo. 

Sin embargo, de cada una de estas circunstancias, pequeños grupos quedaban fuera. En los últimos años se intentó equiparar esa situación trabajando férreamente por los derechos de las minorías, castigadas por la indiferencia social y estatal, o en ocasiones, perseguidas y maltratadas abiertamente. Esta circunstancia, lógicamente, tiene el mérito de hacer justicia con una incontable cantidad de sectores y grupos sociales. Tiene también la dificultad de trabajar denodadamente por las minorías, lo que implica una movilización social, discursiva y política muy diferente a la conocida y consolidada en grandes luchas y grandes conquistas por la que se luchó durante todo el siglo XX.  

La enorme cantidad de situaciones de las que el Estado debe dar cuenta es tan extensa que pareciera hacerle perder intención para aquellas cosas que nos complican a todos. No todos pertenecemos a una minoría, pero sí todos sufrimos la inflación, la inseguridad, y cada vez más, la precariedad  laboral. En Agentina existe una democracia casi a la griega en donde lo que se discute en el ágora no calma el hambre de los esclavos. Milei entonces aparece con una explicación simple que no es más que una cuenta: si las necesidades son infinitas y los recursos son escasos, tenemos una inconsistencia que debemos resolver. La propuesta, entonces, es quitar esa responsabilidad al Estado y que cada cual se valga por sí mismo en una sociedad en donde la libertad redundaría en beneficios sociales. Solo los haraganes y los parásitos no podrían cubrir sus necesidades y allí se despliega un enorme discurso moral en donde la venganza es justicia. En otra época fue el pretorianismo de masas que se eliminó por medio de la alternativa represiva. ¿Se puede por medio de resoluciones ministeriales y una nueva ley de ministerios y formulas de laboratorio financiero resolver un 40% de pobreza? Seguramente no y menos aún sin conflicto.  

Por su parte, la influencia del discurso progresista generó una intimidación esterilizante en quienes pretenden un discurso que abreve en la producción, el trabajo o la necesidad de realizar una enorme obra social nuevamente. Todo el que no comulga con determinados tópicos es la derecha, el fascismo, el peligro social o las rémoras de la dictadura. Todo hace y favorece a la pérdida de la iniciativa. La discusión se vuelve estéril e infructuosa, la extrapolación a tierras sudamericanas de las satisfechas agendas europeas. Hasta hace no mucho sólo se podía discutir el Lawfare y los discursos de odio.  

Ante este escenario, donde los derechos conquistados se deterioran y los nuevos se cumplen a medias, la democracia se hace pequeña. Una verdadera nanocracia. La participación política, entonces, refleja esa circunstancia. El 30 % de los habilitados para votar no lo hicieron frente al segundo lugar que consiguió Javier Milei unos 10 puntos más abajo.  

Las opciones que surgen parecen ir en búsqueda de un blanqueo de la verdadera situación en la que se encuentra el país. El peronismo realmente existente, siempre pluscuamperfecto, navega en una situación en la cual reitera las conquistas de Perón (que fueron todas reales), al tiempo que anuncia que eso que ya casi no existe, está en riesgo de dejar de existir. Es como obligar a los ateos a ir a misa y exigirles que comulguen.  

El peronismo realmente existente abandonó hace rato los sueños de favorecer a las grandes mayorías y el Estado, el gobierno, en cualquiera de sus formas, no garantizan ya la vida, ni la propiedad, ni la vivienda propia o de alquiler y tienen enormes dificultades para ofrecer cobertura educativa y de salud. A quienes pretenden desarrollar una actividad productiva, lo marean en un intríngulis impositivo, económico y financiero que desanima, desorienta y aleja. No es llamativo entonces que alguien que proponga dinamitar cualquiera de estas cuestiones sea escuchado. La democracia se volvió tan pequeña que muchas propuestas políticas no tienen más que una serie de propuestas vecinales. Algunos candidatos y candidatas ya no hablan de lo nacional, sino que ofrecen a cambio del voto ordenar el tránsito. En definitiva, una república municipal, con perspectiva de género, sin manifestaciones, sin baches y con los semáforos sincronizados.  

La confusión es tan grande que cualquiera podría ganar y cualquiera podría perder, pero ninguno puede realizar lo que dice que va a realizar. Decía Antonio Cafiero que el poder es como el violín: se toma con la izquierda, pero se toca con la derecha. Qué pasa entonces cuando se pretende tomar el poder con la mano con que se debería tocarlo. Los discursos de La libertad Avanza y de Patricia Bullrich o no suenan o no se sostienen. 

La democracia ofreció 3 grandes proyectos políticos. El alfonsinista, que culminó rápidamente en una hiperinflación galopante; el Menemista, que culminó ya con la Alianza en la implosión del 2001; y el Kirchnerista que no colapsó abruptamente, pero que lleva 10 años declinando en una constante degradación económica y social. La democracia argentina culmina siempre en nanocracia: inflación, deuda, pobreza o desocupación son los resultados que diluyen la fortaleza del Estado, la legitimidad de la democracia y el prestigio de los partidos políticos.  

Sergio Massa sabe que, aún con estos antecedentes, tendrá que diseñar un nuevo proyecto. Sin embargo, así como Kirchner ganó con el anquilosado peronismo bonaerense, él también sabe que necesita vencer con lo existente para dinamitarlo y generar algo nuevo después. Un nuevo proyecto peronista que ordene 10 años de histéresis kirchnerista que, en definitiva, no representan ya más que el 5% obtenido por Grabois. Ese proyecto solo surgirá en caso de victoria y, para eso, además de suerte, necesita liberarse de la realidad que lo ata a cada desgracia. También Néstor Kirchner era el candidato del oficialismo de un país acosado de pobreza, agobiado por la protesta social en la calle y ahorcado por las inexistentes reservas en dólares. En definitiva, una campaña es un cuento que desarrolla una narrativa de una Argentina posible, real y que no se resigne a la falta de destino, frente a la venganza y la argentina del recorte constante que propone hacer aún más pequeña la ya pequeña nanocracia. Quienes en base a un cálculo económico planean deforestar lo existente y plantar el futuro, parecen no ser conscientes que la argentino no es solo gobernar el dólar. La discalculia política es un pecado que se paga caro. Erostrato también quería ser famoso.   

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