Ninguna encuesta que circula en los despachos de Juntos por el Cambio le asigna 40 puntos a cualquiera de sus candidatos presidenciales, pero un dato que surgió de las elecciones provinciales les da esperanza: la gente que no asiste a las urnas o impugna su voto es cada vez más y si el fenómeno se repite a nivel nacional se podrá conseguir el pasaje al ballotage con pocos votos, menos que los obtenidos por Mauricio Macri en 2019.
El recorte de las elecciones provinciales demuestra que entre los ausentes hay más oficialistas que opositores. A las ausencias, que están en niveles récords, se suman los votos en blancos o anulados, que llegan a cuadruplicar los de hace 4 años.
El dato fue festejado por asesores de Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, porque puede contradecir la tesis de la elección de tercios que esgrime Cristina Kirchner.
Si los rebeldes representan un cuarto de la participación electoral promedio (entre el 70 y el 80%), a JxC no le resultaría difícil ganar en octubre y consagrarse en noviembre.
Antes debe resolver una interna del PRO que no tiene códigos y nadie sabe bien qué cicatrices dejará. Los candidatos no acuerdan nada: ni listas, ni repartos de candidaturas, ni un clima de convivencia capaz de avizorar un acuerdo de paz en diciembre, aún si vuelven a la Rosada.
Sus objetivos son muy distintos. El jefe de gobierno cree necesario un acuerdo con todo el que ande suelto y quiera participar de un gobierno de coalición. Partidos provinciales y peronistas no kirchneristas están en la primera fila y alcanzarían para consolidar una mayoría parlamentaria.
Su plan original era sumar al peronismo no K a las listas y aún tiene esperanza de colar al gobernador Juan Schiaretti en la fórmula. El reglamento de la alianza lo permite: habilita a extrapartidarios. Pero el cordobés no tiene ganas de entrar por la ventana.
Bullrich cree que no hace falta abrirse tanto. Alcanza con mantener una buena relación con Javier Milei y usar sus 15 votos de piso en Diputados que les darán los comicios de octubre para tener mayoría y fijar una agenda de gestión. Larreta no se imagina coordinando nada con el liberal. Y también piensa en el Senado, donde Schiaretti puede ayudar.
La interna está fuera de control y la exministra de seguridad cree que hay un plan para destruirla, con fraude en algunas provincias clave, como Córdoba, que puede ser decisiva si sólo el 35% del electorado se acerca a votar por JxC.
El jefe de gobierno hace oídos sordos a esas denuncias, mientras llama a aliados en todo el país para que trabajen en su candidatura. Sus buenos contactos con el establishment se están haciendo valer.
La gran batalla será la provincia de Buenos Aires, donde Bullrich apuesta al despliegue de la UCR, con intendentes en el interior del país y dirigentes en el conurbano que pueden ayudar a cuidar el voto el 13 de agosto.
Maxi Abad, el jefe del comité Provincia, está a cargo de su campaña, con el monitoreo de Ernesto Sanz. Se complementa con Néstor Grindetti, intendente de Lanús y candidato a gobernador.
Larreta apuesta a los intendentes de distritos grandes como Julio Garro (La Plata) y Guillermo Montenegro (Mar del Plata), quien fue tentado a tomarse una foto con Bullrich y prefirió no arriesgarse. En el gobierno de la Ciudad lo festejaron como un triunfo.
La guerra de encuestas es total, pero nadie muestra sus fichas. Bullrich asegura que intendentes y dirigentes los llaman para contarle que mide hasta 20 puntos arriba.
Larreta niega esas versiones: “Tiene amigos en municipios con 3 votos y habla de aliados”, se burlan. Algo de cierto hay, pero no está claro porque la ex ministra tiene seguidores si, como dicen sus rivales, no mide bien ni tiene plata para repartir entre dirigentes y medios.
La verdad se sabrá el 13 de agosto, pero lo más importante vendrá después, con una elección general de muchos gritos y poca participación, en la que ganará el menos odiado entre los que aún quieren elegir presidente. Son cada vez menos.