Mauricio Macri se apresuró en anunciar que no será candidato a presidente para definir al sucesor de Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad y, si es posible, al candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Como se anticipó en varias oportunidades en esta columna, ningún dirigente que visitó a Macri se fue con la impresión de una candidatura presidencial, pero hubo dos momentos que lo obligaron a dar un paso al costado.
El primero fue poco antes de fin de año, cuando Larreta y Patricia Bullrich anunciaron que competirán aún si Macri se anotaba en la primaria.
El segundo fue este verano, cuando Macri volvió a internarse en su country de Villa La Angostura y ningún empresario del círculo rojo se comunicó para ponerse a disposición para ofrecer recursos.
En esos días, Macri, que si algo sabe es disputar poder, se concentró en retener al menos parte de lo que supo tener. A la esperanza de ganar Boca le sumó la de controlar a control remoto la Ciudad de Buenos Aires.
Con Larreta pudo hacerlo a medias, porque si bien nunca chocaron de frente, Macri perdió el control de los resortes económicos de la administración porteña. No por nada, la dirigencia del PRO tuvo que pedir ayuda en el edificio de Parque Patricios.
Pero Larreta no se animó a impedir el desembarco de Jorge Macri en su gabinete para ser candidato a sucederlo. Su primo fue el gestor y hoy es el más interesado en su triunfo.
Hay dos características que identificaron a Macri desde 2019, según describen quienes lo frecuentan: se permitió reuniones largas con sobremesa y estudió la coyuntura política de cada rincón del país, como nunca antes.
Logró lo más difícil para un líder caído en desgracia en las urnas: nadie dejó de atenderle el teléfono y sólo los radicales Gerardo Morales y Facundo Manes se atrevieron a criticar su gestión. Recibieron duras respuestas desde el PRO.
Metódico, Macri dividió su tiempo entre sus viajes como presidente de la Fundación FIFA y la rosca interna, con repaso de encuestas y análisis de coyuntura. Muchos se sorprendían al recibir su whatsapp con opiniones de diversos temas de actualidad.
Otro factor que le permitió a Macri detener su erosión fue el poder mediático que tuvo con La Nación TV y radio Rivadavia, a cargo de empresarios amigos que lograron sumar audiencia con figuras del prime time anti K.
Además, un ejército de trolls lo protegió en el influyente ecosistema digital, donde Alberto Fernández nunca hizo pie.
Con esas armas, Macri nunca pasó al ostracismo definitivo, pero tampoco enamoró a quienes en 2019 fueron a las urnas a expulsarlo.
Lo aceptó el año pasado y diagramó una salida anticipada, con una interna presidencial en el PRO que al menos le permitirá sostener el liderazgo un tiempo más.
En ese lapso, quiere influir en el resto de las candidaturas. Con el retiro de Emanuel Ferrario, ya logró achicar la oferta electoral en la Ciudad para que su primo la tenga más fácil. Resta que se retiren los ministros Soledad Acuña y Fernán Quiroz.
El radical Martín Lousteau pide que la elección porteña tenga boleta electrónica, para no quedar preso de la interna del PRO. Macri se lo concederá si la victoria de su primo no está en riesgo.
La pelea por Buenos Aires será más dura porque Larreta no quiere entregar a Diego Santilli así nomás y su victoria en 2021 le da cierta chapa para seguir en carrera. Cristian Ritondo, Javier Iguacel y Joaquín de La Torre son los preferidos de Macri. Peleará por ellos. Es lo que le queda.