
Una nota de opinión del periodista Jorge Lanata en Clarín y un repudio del diputado del PRO Fernando Iglesias, cercano a Patricia Bullrich, mostró quién es quién en la interna de Juntos por el Cambio, que empieza su fase final para definir quién será el candidato a presidente.
Horacio Rodríguez Larreta se convirtió en el candidato del establishment, que en Argentina Mauricio Macri denominó alguna vez el círculo rojo.
Bullrich y el expresidente no quieren quedarse sin nada y tejen una alianza tácita con Javier Milei. No hay confluencia electoral, pero sí un pacto por si alguno llega al ballotage.
Lanata, en su columna, respaldó el discurso de Larreta de final de grieta, una idea que hasta hace no tanto indignaba a la línea editorial de su medio, pero que empezaron a acpetar.
El motivo no es otro que la presión del resto de los empresarios que escoltan al Ceo de Clarín Héctor Magnetto para no llamar al caos social, que los obligaría a ceder una porción de sus ganancias. En épocas de crecimiento, el conflicto político no es negocio.
Además, Macri logró que sus pares no hicieran una autocrítica de su gestión y hasta pregonen repetirla a mayor velocidad. Olvidan que tres de los cuatro años de la gestión la economía cayó, el salario real se desplomó 20 puntos en 2018 y el endeudamiento externo complica las cuentas públicas hasta estos días.
El círculo rojo no lo ignora, pero también quiere mantener sus privilegios, que incluyen el dominio de bienes estratégicos y el beneficio de cualquier transición económica. ¿Conviene devaluar? ¿Cuándo? Quieren definirlo ellos.
Macri vio cómo le daban la espalda hace 6 meses, cuando hasta Bullrich lo desafió a una interna y no salieron a pedir por él. Mucho menos en enero, cuando empezaban a definirse los aportes para la campaña.
Convertido en un operador político impensado hace una década, capaz de viajar a una provincia antes de una interna, el expresidente sostuvo su liderazgo mesiánico con sus tertulias de Villa La Angostura.
Quienes lo frecuentan aseguran que ya se rindió en la pelea nacional, porque, conocedor del establishment que lo vio crecer, sabe que lo empezaron a dejar afuera de todo. Sólo le queda la rosca política para imponer candidatos en las provincias y en eso está.
Imponer a su primo Jorge Macri en la Ciudad y evitar que Diego Santilli gane en la provincia, son sus únicos objetivos reales. Prefiere un triunfo de Bullrich, pero está fuera de sus manos y si bien sabe que las encuestas la favorecen, conoce de lo que es capaz el poder real cuando define a quien quiere en la Casa Rosada.
¿Acaso él era el que más medía en enero de 2015? Claro que no y sólo el 24% de los argentinos lo votó en las primarias. Pero se impuso en el ballotage.
La columna de Lanata fue el punto de largada de la interna de Juntos, con Larreta corriendo de atrás pero con la fuerza suficiente para financiar su campaña y beneficiarse del blindaje mediático, ese confort que suelen tener los candidatos elegidos por el poder.
El resultado, espera, es ser presidente por default. Lo inevitable para quienes quieran cambiar de ciclo sin demasiados sobresaltos. Un llamado al enfrentamiento permanente como el que hace Bullrich garantiza un núcleo duro de votantes, pero puede alejar a los más temerosos. No todos quieren participar de una guerra civil. Es lo que dice Larreta. Y empezó a repetir Lanata.