
Estamos en un año par. Aparentemente atravesando una crisis de gobierno. El frente político que alcanzó el poder en 2019 está siempre a punto de colapsar según refleja la prensa. De igual modo, todas las semanas aparecen armados políticos, disidencias o incorporaciones encabezados por algún dirigente importante que vienen a transformar la realidad nacional, a llevarse puesto al gobierno o a fortalecerlo ante su crisis. A su vez, cada semana se deshace una opción política que parecía solida. Luego… lunes otra vez. Estamos, efectivamente, en un año par. Las oportunidades son nada más que distracciones. Los escenarios electorales todavía no están conformados como en cualquier año par anterior a un año de elecciones presidenciales.
Repasemos: en 2018, nadie dudaba que Mauricio Macri fuera por la reelección como cualquier gobierno que atraviesa su primer mandato. En la oposición, por su parte, nadie parecía dudar que Cristina Fernández se candidatearía para intentar volver a la Rosada. Las otras opciones eran Sergio Massa (la oposición constructiva), Roberto Lavagna o, quizás, Juan Schiarettii. Miguel Ángel Pichetto incluso se animaba a su propio armado político en sus últimos días en el peronismo. Alberto Fernández no estaba en los planes de nadie. Lo particular del modo en que se resolvió la candidatura en el Frente de Todos, hace pensar que lo imprevisible no sucede siempre, Sin embargo, no es la excepción sino la norma. En el año 2014, el Frente Para la Victoria tenía 7 candidatos. Todos trabajaron y fueron noticia en los medios. Ocuparon horas de televisión, tinta en los medios gráficos y espacio virtual en las redes sociales. Seis de ellos salieron desnudos del baño de humildad que se les pidió y no lograron llegar ni arrastrándose a mediados de 2015 con una mínima posibilidad de ser considerados. Jorge Miltón Capitanich pasó de querer ser presidente a ser intendente. Florencio Randazzo no logró ni eso. Uribarri menos que menos; Agustín Rossi y Jorge Taiana, nada y nada. La oposición de aquel entonces tampoco tenía ningún parecido con el resultado final. Solo la astucia de Ernesto Sanz (personaje que merece ser estudiado), transformó al PRO en un frente político con el acompañamiento radical. Antes de eso, no había oposición. El recuerdo del 2010, incluye la tristeza del fallecimiento de Néstor Kirchner. A mediados de ese año, era todavía impensable imaginar el 54% de Cristina en 2011. En 2006, nadie dudaba que Néstor re-elegía y en 2002 Reuteman era el candidato que podía aglutinar al peronismo.
Los años pares previos a elecciones presidenciales están expuestos a una altísima radiación de operaciones políticas. Cualquiera que crea que las noticias, las primicias o las alianzas en ciernes son la clave de lo que sucederá luego, es simplemente porque tiene problemas de ansiedad. En un año como este, solo se puede convencer a los convencidos. A los que necesitan tener fe. La realidad es que es un año donde no paga bien tomar decisiones. Solo los militantes convencidos son capaces de actuar. Los grandes jugadores trabajan en una sola cosa: obturar cualquier espacio nuevo que pueda surgir o bloquear todo intento de renovación. Como un sensor de movimientos disparan sobre todo lo que se mueve por fuera de ellos.
La carterización de la militancia funciona de esa manera. Organiza opiniones, realiza operaciones, genera adicciones a liderazgos, empobrece y debilita al Frente de Todos, al gobierno y al país. Sus operaciones están destinadas a cinco tipos de dirigentes: los incautos, los venales, los obsecuentes, los cobardes y los oportunistas. A la captura de ellos, Cristina y Máximo Kirchner muestran músculo. De igual modo, Macri finge romper lo que construyó con tan poco esfuerzo, los radicales amagan con animarse y Horacio Rodríguez Larreta sufre la condena de ser el candidato “natural” de la oposición. Javier Milei grita en un costado cada vez más alto porque cada vez está más lejos. Alberto por su parte, como cualquier presidente en su primer mandato, tiene y debe pretender su reelección. Quiera o no quiera.
Por supuesto, todos mienten. La expectativa de poder, genera poder. Nadie se atreve a la verdad porque sus consecuencias pueden ser catastróficas. Nadie se baja, nadie se termina de subir.
Las últimas noticias dan cuenta de un supuesto fortalecimiento del kirchnerismo en el Frente de Todos. Sin embargo, este fortalecimiento se da por la irrupción de Cristina luego de que la actuación de Máximo no obtenga los resultados esperados en su campaña de verano. La reorganización del PJ provincial aparece como una nueva avanzada del Delfín en acuerdo con el albertismo. La pregunta razonable sería: ¿qué otra opción hubiese sido coherente o posible? Días antes de estos eventos, la incorporación de Daniel Scioli nos aseguraba que era la plataforma de relanzamiento del futuro candidato a presidente. Las interpretaciones apresuradas son una constante. Hasta el momento -y desde el retorno de la democracia- no existió un solo ministro que salte del gabinete a la presidencia. Generalmente, los candidatos provienen de funciones ejecutivas o legislativas. La excepción es Alberto.
Sobrevolando este escenario, Massa visualiza que existe un porcentaje que podría quedar libre. Un porcentaje nada despreciable. En la oposición, Macri espera que las acciones de Milei terminen de caer para comprarlas a la baja. Larreta espera definiciones que no van a existir dado que los radicales definen estas cuestiones en congresos partidarios que suelen tener poco rating pero que, a veces, son definitorios. Todos mienten el envido. Saben que no tienen demasiadas cartas para ganar el truco y que ganará quien cometa menos errores.
Ante este escenario agobiante, hay que señalar que, por primera vez, comienza a creerse que lo que existe por fuera de La Cámpora y el Movimiento Evita, del gobierno y el Instituto Patria, podría ser más que lo que estos grupos representan. Esta situación genera la aparición de nuevas referencias. La reunión de gobernadores y las últimas reuniones en la ciudad de Rosario (en abril y en junio) son llamados de atención en ese sentido. La pregunta a responder de cara al 2023, es: ¿los votos son de los candidatos o de los espacios políticos? Responder este interrogante traza la hoja de ruta de cara a las próximas elecciones.