Javier Milei tiene motivos para sentir vértigo: a menos de un año de definir su candidatura a diputado nacional logró partir a Juntos por el Cambio, con una pelea entre sus referentes que no será fácil resolver.
Es que no se trata de una guerra de egos sino de un debate ideológico sobre qué le hace falta al país después de Alberto Fernández. Nada menos.
Si es por pragmatismo, una oposición debe estar unida y elegir un finalista contra el gobierno de turno. Pero para llegar a esa situación, los protagonistas deben tener un marco de convivencia mínimo y no estaría siendo posible.
El díscolo, como en 2015, es Gerardo Morales, ya con dos períodos de gobernador de Jujuy y la silla de presidente de la UCR, otra vez.
En aquella ocasión, el entonces senador no quería dejar afuera a Sergio Massa del acuerdo opositor, pero perdió en la convención radical de Gualeguaychú.
Ahora, no se imagina compartiendo un frente electoral con Milei. Y así lo hizo valer en la reunión de la mesa de conducción de Juntos, con la complicidad de Horacio Rodríguez Larreta y Maximiliano Ferraro, el presidente de la Coalición Cívica.
El jujeño discutió una hora sobre la inconveniencia de sumarlo a Milei y aprovechó la distracción de Mauricio Macri y Patricia Bullrich para estampar en el comunicado que se había decidido excluirlo del frente, si es que quiere venir.
No era tan así. La presidenta del PRO creía que no había que mencionarlo, porque no oculta sus reuniones con Milei y Macri de testigo.
Morales la conoce: sabe que intenta llevar a todos a un acuerdo inevitable en el cierre de listas, cuando se hace sentir la presión del círculo rojo de empresarios, entre ellos el poderoso Grupo Clarín.
El libertario siempre fue lapidario con la UCR y la Coalición Cívica. No los quiere. Los define como socialdemócratas, afines a un colectivismo que detesta. Carrió y Morales tienen motivos para imaginarse afuera de todo si lo dejan crecer como asociado y borraron esa posibilidad.
“Si Milei viene a Juntos por el Cambio, yo lo rompo”, amenazó Morales, quien antes había tenido que desmentir su presunto pacto con Massa para repartir cargos en el Consejo de la Magistratura. “Con vos, vamos a hablar afuera”, llegó a decirle a Macri, después de acusarlo de filtrar esa versión.
La discusión sobre el economista escenificó las disputas entre los líderes de Juntos por el Cambio, como también el poder real de cada uno de ellos. Larreta no habló: ni siquiera se inmutó cuando Macri dijo que no siempre le hacía caso cuando le sugería no hablar con Massa. Lo retó como a un chico. Si bien ni un solo día desde que dejó la Casa Rosada dejó de tratarlo como empleado, la novedad de este año es que el jefe de Gobierno ni siquiera lo toma a mal.
Tan enojados están Carrió y Morales, que dicen sin vueltas que no votarán a Macri si se presenta. Juegan con la idea de una oposición testimonial que vaya por afuera y se quede con el cartel de progresista. Aunque, se sabe, la chaqueña suele recibir instrucciones del poder real antes del cierre de listas. Y las cumple.
Pesa, además, Carrió tiene vínculos con las usinas demócratas de Estados Unidos, que la obligaron a repudiar la foto de Macri con Donald Trump y a denunciar los vínculos de Milei con la derecha estadounidense.
En la UCR las cosas son más simples: Morales cree que el partido podría haberse extinguido con el fracaso del gobierno de Macri y podría morir si apoya un segundo tiempo fallido. “Tengo diferencias ideológicas con él”, repite.
La otra línea interna de la UCR, patrocinada por Martín Lousteau, está aliada a Larreta, quiere quedarse con el gobierno de la Cuidad y necesita que Milei no crezca. O lo haga bien lejos.
Además, el economista tiene llegada a partidos provinciales de algunas provincias, como los demócratas de Mendoza y los bussistas en Tucumán, que si se suman a Juntos pueden reducir a los radicales a la nada misma. Pelea de conservadores de pago chico.
Macri y Bullrich quedaron aislados, pero firmes en su posición: que Milei es un socio, en un frente o en la ayuda decisiva en un ballotage. Y por lo tanto no se debe hablar mal de él. No conviene.
Lo que sigue es más y más tensión, porque Juntos por el Cambio ya está roto. Queda un año para arreglarlo y volver a presentarlo como opción electoral. Puede no ocurrir.