Muchos fueron los errores. Quizás, el más doloroso para la militancia, fue la globalización del movimiento nacional. El peronismo nunca fue ajeno a los debates internacionales, pero muchas veces supo guardar la distancia acorde a su ideario político. No por cierto, en la época del realismo periférico y la asunción acrítica del alineamiento automático. Esta vez, sin embargo, y salvando la pandemia, no existe un contexto internacional que justifique la asunción de agendas que nada tienen que ver con los intereses de nuestro pueblo. No había que globalizar al peronismo. Más bien, había que situar la agenda internacional en función de los intereses históricos del movimiento. Globalizar los debates internacionales. En todo caso, mas sincretismo y menos discusión sobre la apropiación cultural. Buscar el modo de lograr continuar la lucha por la grandeza nacional y la felicidad del pueblo peronizando a los sectores progresistas de izquierda y centro izquierda. Seducir a estos jóvenes educados en “el colegio” y en bachilleratos internacionales e incorporarlos a las filas del movimiento en el que siempre hay lugar. En cambio, nos sumamos nosotros a sus luchas que son las de las grandes capitales. Abandonamos lo maldito, lo incómodo, lo extraordinariamente genuino que implica ser parte del movimiento nacional justicialista. Fuimos en búsqueda de una liberación de juguete e individual.
Así las cosas, los debates de Palermo, similares a los de Barcelona, Paris o Portland, capturaron la agenda pública nacional. Las centenares de miles de personas que participaban de las marchas del “Ni Una Menos” y de todas las discusiones en torno a las diversidades y tendientes al logro de mayores libertades individuales, generó un verdadero movimiento de masas. No una masa homogénea y con un proyecto común, sino más bien la suma de individualidades. Era lógico que ante semejante marea humana, el poder político se tentara. Sin embargo, las diversidades que se sumaban a los espacios políticos, sin duda resultaron difíciles de conducir y, en términos electorales, una pésima inversión por parte del gobierno. No era raro pensar que toda esa marea, que representa por cierto un cambio de época, podía ser cooptada e incorporada al espacio político del Frente de Todos. Los resultados de las PASO y aún de las elecciones generales demostraron que no. La necesidad de esconder los debates o postergarlos fue imperiosa y resurgieron las cuestiones más urgentes e incómodas: la pobreza, el trabajo, la producción, la inflación y la inseguridad. La necesidad, a su vez, de rehacer la relación con la iglesia y de incorporar al gobierno a personas que se encuentran en el rincón opuesto a los temas de la progresía.
Todo esto condujo a una verdadera desazón de amplios sectores de clase media identificados con el Frente de Todos. El gobierno en general -y el peronismo en particular- parece haberse distanciado de Eros, apenas a tiempo, justo antes de convertirse en Erostrato. El precio del discurso del deseo fue muy caro. Esta eliminación de las represiones adicionales que las mujeres y las diversidades sufren, encontró un límite en la silenciosa imposición de una nueva agenda pública más relacionada con lo cotidiano. Mientras tanto, amplios sectores sociales que participaban del Hedonismo de Masas y que imponían sus temas en la agenda pública con una lógica minimalista, no encuentran más respuesta que el diván. Alguien debe tener la culpa y esa seguramente es la sociedad conservadora, la derecha o al fascismo que avanza gritando libertad, los que no entienden y no les permiten realizar su deseo. Sin embargo, la reflexión y el diván nos corresponde a todos. Analizar qué nos pasa y por qué nos cuesta tanto sintonizar con las nuevas generaciones y con el pueblo, es tarea de de toda la militancia política.
El cenit de la agenda que se propuso fue el slogan “La vida que queremos” y los planteos sobre el deseo formulados por el candidato porteño del Frente, fue el clímax que alcanzó esta agenda. La realización del deseo, de los instintos, es por cierto, contradictoria a cualquier tipo de organización política y más a algo que tenga que ver con la grandeza o la liberación nacional. Si lo bueno o lo malo es lo que produce o impide el placer, la realidad -y más aún en pandemia- es maldad en su estado puro ya que nos impuso diferir la satisfacción del deseo y aún de nuestras necesidades. Este re-sometimiento, al principio de realidad se transforma así en algo traumático. Algo a tratar en el diván. Domesticar el placer y el deseo es, sin duda, más difícil que domesticar la razón. Cierta imposibilidad de movimientos, las dificultades a la hora de viajar, algunas restricciones al consumo y las contradicciones que implica el despliegue de la libertad en constante colisión con el despliegue de la justicia, en especial la justicia social, deriva en un cierto abandono de las luchas: la resignación, la fuga, el todo es lo mismo, el acá no se puede, ezeiza y de nuevo, el diván. Es que, en política, el minimalismo nunca rinde frutos: menos nunca es más. La idea de que ciertos temas podrían ser el nuevo significante vacio chocó de frente con la pandemia.
Nos toca a todos amasar un destino sobre la desidia, la desesperanza y la anomia social. Toda lucha es fructífera. Y sobre lo conseguido no se vuelve atrás. Es necesario encontrar un diálogo con esas nuevas generaciones que se asoman a la política o que se esconden de ella: estos jóvenes (y no tan jóvenes) que no tienen un Dios, pero sí leen el horóscopo; que no tienen hijos pero sí cachorros o gatos; que comen con culpa el asado pero calculan las calorías y sienten que el país por el que no están dispuestos a luchar les debe algo. No queda otra que recoger el guante. Es necesario generar un diálogo. No es, por supuesto, con desprecio que se logrará sumar a todos, si no a la vida que queremos, a la vida que nos alcanza. El peronismo puede tener algo de esa masa pegajosa, que sirve para unir, recomponer, arreglar, reconstruir. Frente a un futuro minado de peligro, donde la riqueza de los ricos va en aumento, la libertad de los libres se expande y la pobreza de los pobres se profundiza, reivindicar ciertas conquistas no es poco. Todo lo público, sea la escuela, la salud o una simple plaza de juegos, es la utopía. El desafío es cómo reconstruir lo colectivo ante una sociedad exacerbada de individualismo. Las batallas no se ganan atacando de frente sino más bien por los flancos, maniobrando sobre las alas.
Queda frente a nosotros la pregunta que temerosa asoma en el horizonte independientemente de la circunstancial recuperación económica que ya se vive. ¿Si hasta hoy no hemos podido crecer con equidad, equilibrar libertad y justicia, que queda para las futuras generaciones forzadas más tarde o más temprano a decrecer?