El Congreso Mundial de Petróleo que se realizó hace unas semanas en Houston, EEUU, mostró en cierto sentido y como era esperable, la contracara del encuentro de Glasgow del mes pasado. Mientras que en el encuentro climático el petróleo y el gas eran demonizados y se discutían con optimismo, sin mucho sustento técnico, alternativas para reemplazar a los combustibles fósiles, en Houston los principales ejecutivos de la industria petrolera coincidieron en que el petróleo y el gas son indispensables y continuarán siendo indispensables para el futuro cercano y todavía más allá.
¿Se trata de una defensa corporativa de la industria o reconocimiento por experiencia y conocimiento del problema energético global? Seguramente, un poco de cada una de las dos alternativas. Entonces, en el contexto actual de la opinión pública global, influenciado por los discursos de los líderes mundiales respecto al cambio climático y la necesidad de ir hacia otras fuentes de energía limpias, lo planteado en Houston no es algo que mucha gente quiera escuchar. Tampoco es lo que las organizaciones ambientalistas quieren escuchar. Ciertamente no es lo que el gobierno de Joe Biden y la Unión Europea quieren escuchar. Sin embargo, parece reflejar una dura realidad y es algo que los líderes mundiales tienen que escuchar y enfrentar: la verdad sobre la demanda actual y futura de petróleo y las acciones que hay que tomar para poder satisfacerla.
Europa está luchando con precios récord del gas y, sin embargo, sus stocks almacenados de este recurso se están agotando a la tasa más rápida en aproximadamente una década debido a un comienzo del invierno más frío de lo habitual en gran parte del continente. En Estados Unidos, los precios de la “gasolina” se han convertido en una prioridad para un gobierno que llegó al poder con la promesa de reducir el consumo de combustibles fósiles en el país. Ya sea que a todos les guste o no, dejar el petróleo y el gas no será tan fácil como algunos esperan.
Actualmente, el mundo obtiene el 83% de su energía de los combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón). En el Medio Oriente, esa cifra es del 99%, Australia del 91%, China del 87% y Estados Unidos del 83%. Argentina el 85%. Alemania pasó 20 años volviéndose ecológica, pero todavía tiene un 78% de combustibles fósiles. Desde la primera reunión mundial sobre el clima, en 1992, el mundo sólo ha logrado una caída del 87 al 83% en la participación de los combustibles fósiles en la matriz energética primaria. Además, en términos absolutos, la cantidad de combustibles fósiles ha aumentado y seguirá aumentando. La Administración de Información de Energía (EIA) prevé que para 2022 el mundo consumirá un promedio de 100,5 millones de bpd.
A pesar de estos datos, los líderes de Estados Unidos y de la Unión Europea nos aseguran que en los próximos 30 años, para el 2050, vamos a pasar del 83% a cero. Esto tensa la imaginación.
Mientras tanto, la escasez y los altos precios de la energía están en juego después de dos años consecutivos de subinversión en la industria del petróleo y el gas. Las inversiones de este año en la industria serían de alrededor de US$ 341 mil millones, que es un 23% más bajo que los niveles de inversión anteriores a la pandemia de US$ 525 mil millones. Los analistas coinciden en que la inversión en petróleo y gas tendrá que volver a los niveles anteriores a la pandemia y permanecer allí hasta 2030 para restaurar el equilibrio del mercado, porque la crisis energética en Europa y Asia este invierno es un anticipo de lo que podría ocurrir en los próximos años.
Por eso, a pesar de lo acordado en Glasgow, respecto a dejar de financiar inversiones en petróleo y gas, Wall Street se aferra todavía a financiar los combustibles fósiles. Con la tinta apenas seca en aquella promesa histórica del sector financiero para combatir el cambio climático, los bancos más grandes del mundo están dejando en claro que planean seguir apoyando a sus clientes de combustibles fósiles. Por ejemplo, JPMorgan, el principal estructurador de bonos para compañías de petróleo, gas y carbón, si bien se unió en octubre a la alianza global para lograr cero emisiones netas de las finanzas, ha suscrito unos US$ 2.500 millones en acuerdos de bonos para compañías como la rusa Gazprom y la norteamericana Continental Resources, equivalente al mismo período en años anteriores. Wells Fargo, que según los datos de Bloomberg presta la mayor cantidad de cualquier banco a compañías de combustibles fósiles, está en camino de duplicar la cantidad de crédito que ha otorgado al sector este año.
En total, los bancos globales liderados por los “titanes” de Wall Street han ayudado a las compañías de combustibles fósiles a emitir casi US$ 250 mil millones en bonos en lo que va de 2021, una cifra que también coincide ampliamente con la recaudación de fondos anual promedio para la industria desde 2016. Y mientras que la Agencia Internacional de Energía argumenta que el financiamiento para nuevo petróleo y el gas debe detenerse ahora para evitar un cambio climático catastrófico, pero al mismo tiempo le pide a la OPEP+ que aumente su producción, los banqueros responden que se necesita financiar la transición a nuevas fuentes de energía y que lo seguirán haciendo.
Estas tensiones y contradicciones ocurren porque, como hemos repetido cuantiosamente, el mundo rico se embarcó en un programa de reemplazo de los combustibles a energías renovables intermitentes esperanzado en innovaciones tecnológicas que todavía no ocurrieron. Hoy, la realidad energética mundial nos muestra que esto no es tan sencillo y que la premura por la transición está generando importantes problemas. Los pocos acuerdos orquestados en la COP 26, están comenzando a resquebrajarse, aunque en silencio. Japón, por ejemplo, es un país que tiende a mantener un perfil bajo en los asuntos internacionales, y en la COP 26 firmó los comunicados sin plantear ningún problema en particular. Pero la tercera economía mundial, que depende de la importación de energía, que tiene inviernos duros y una gran capacidad industrial está planteando que no puede depender de las energías renovables.
El 1 de diciembre, un artículo de Bloomberg informó que “Japón está respaldando el petróleo y el gas incluso después de las conversaciones climáticas de la COP26”. Por lo que se filtró, los funcionarios del gobierno nipón han estado instando silenciosamente a las industrias, refinerías y empresas de servicios públicos a frenar su alejamiento de los combustibles fósiles, e incluso alentando nuevas inversiones en proyectos de petróleo y gas, según personas dentro del gobierno y la industria japonesa, que solicitaron el anonimato.
Según Bloomberg, el principal motivador es la seguridad del suministro de energía, que la energía eólica y solar hoy no puede proporcionar. Los funcionarios japoneses están preocupados por el suministro a largo plazo de combustibles tradicionales. Japón quiere evitar una posible escasez de combustible este invierno, así como durante futuras olas de frío, después de que un déficit el año pasado provocara temores de apagones en todo el país. El Ministerio de Economía, Comercio e Industria de Japón se negó a comentar directamente sobre si está alentando a las industrias a impulsar la inversión para aumentar la producción de gas y petróleo en otros países, y en su lugar señaló la existencia de un plan estratégico de energía aprobado por el gabinete del primer ministro Fumio Kishida el 22 de octubre donde se plantea claramente que garantizar la energía es la obligación del gobierno para la nación. En pocas palabras, el mayor compromiso debe ser garantizar la seguridad energética del país para generar un crecimiento económico que permita mejorar la calidad de vida de la gente.