
Las caras largas de la noche del 14 de noviembre en el bunker de Juntos no hicieron más que darle inicio a una interna entre sus principales figuras que no dará tregua hasta la definición de las candidaturas presidenciales.
La más enojada era Patricia Bullrich, porque los números le daban algo de razón: María Eugenia Vidal no había logrado superar la barrera de 50 puntos y, por lo tanto, el PRO perderá un diputado por la Ciudad de los que ponía en juego, además de ceder los dos que en 2017 ganó el ahora aliado Martín Lousteau.
Y en Buenos Aires Diego Santilli transpiraba para contar más votos que la kirchnerista Victoria Toloza Paz y se repartían 15 bancas cada uno. Un avance respecto la elección bonaerense de 2019 pero un retroceso sobre las primarias y muy lejos de las expectativas de unos días antes.
La furia de la presidenta del PRO era total porque, sobre la medianoche, supieron que ni siquiera se llevarían el premio de ser la primera minoría de la Cámara de Diputados, un logro que parecía al alcance de la mano después de septiembre y hubiera significado ni más ni menos que controlar la agenda parlamentaria a gusto.
No había consenso en quedarse con la presidencia de la Cámara, pero sí en emplazar a Sergio Massa a ceder la el dominio de las comisiones y apurar expedientes en el recinto.
Los poroteos de cualquier encuesta daban que la suma de Juntos, los liberales y los cordobeses construirían una mayoría capaz de aprobar leyes y enviarlas al Senado para enrostrarlas ante Cristina Kirchner.
Nada de eso ocurrió y la Cámara baja quedará casi con la misma cantidad de diputados de Juntos y del Frente de Todos, un grupo de partidos provinciales y los extremos fortalecidos, con 4 de izquierda y 5 liberales.
En el Senado Cristina perdió la mayoría propia, como se esperaba, pero una derrota en Tucumán le hubiera impedido buscar quórum con sus dos aliados de estos años: el rionegrino Alberto Weretilneck y la misionera Magdalena Solari Quintana.
Como en ambas cámaras el oficialismo tendrá primera minoría, el Congreso no será de dominio opositor en el día a día y para Bullrich la culpa es de Larreta y Vidal.
Cree que ella sacaba más votos en la ciudad y la ex gobernadora ganaba sin problemas en Buenos Aires, donde hace dos años la eyectaron con una derrota histórica. El jefe de Gobierno le achaca haber coqueteado con el liberal Javier Milei, hacedor de los votos de 2017 que se le fueron al PRO.
Bullrich también quedó herida porque la UCR levantó la figura de Facundo Manes en la provincia y se fortaleció con las victorias categóricas de sus tres gobernadores de Jujuy, Mendoza y Corrientes, donde el caso de Gustavo Valdés es para tomar en cuenta: es el mandatario que más subió en las encuestas durante la pandemia. Insólito.
Mauricio Macri se sumó al desconcierto. Sus apariciones mediáticas y sus recorridas en la campaña, esporádicas e inconsultas, no sumaron a la causa de mejorar la performance y hasta algún encuestador podría concluir en que restaron y mucho. Al igual que la inoportuna citación judicial.
Bullrich se adjudica una mayor presencia del PRO en el interior del país, pero los resultados finales le quitaron un poco ese galardón.
Se adjudica el triunfo en Chubut, pero le recriminan el retroceso en Salta y La Rioja, donde perdió el único diputado que el PRO puso en juego y resultó otra de las claves pera no tener el bloque más grande de Diputados.
Lo más duro entre los referentes de Juntos es que este escenario de Congreso trabado y con micrófonos controlados por el oficialismo seguirá invariable hasta 2023, dos años sin pandemia y con crecimiento.
La interna oficialista y la debilidad presidencial es la esperanza compartida para resolver sus diferencias, que son muchas.
Bullrich y Larreta seguirán midiéndose para ver quien tiene más chances de llegar a la Rosada, cada uno con recorridas por el interior y tropa propia. Un poroteo constante, que podría desgastarlos y fortalecer a las otras patas de Juntos.
La principal es la UCR. Rápido de reflejos, su presidente Alfredo Cornejo aconsejó no mostrar diferencias hacia afuera, como acostumbran, elegir nuevas autoridades sin dejar heridos y así mostrarse fuerte en la mesa de decisiones.
Manes quiere ser presidente, pero también Martín Lousteau y el propio mendocino. El neurólogo, además, garantiza una base de votos en Buenos Aires que potencia a cualquier candidato a gobernador.
Pero, además, a Juntos le apareció otra pata como es la de partidos provinciales. La histórica victoria de Luis Juez en Córdoba y las elecciones peleadas en Tucumán y San Juan, con ex peronistas al frente, potencias la idea de que evangelizar desde la Ciudad al interior ya no es el método más eficaz.
De hecho, Bullrich quiso hacerlo en Salta con su protegida Inés Liendo, pero perdió la primaria con la lista patrocinada por Juan Carlos Romero, y luego cayeron en la general. Su protegida no funcionó.
Lo que sigue en Juntos es un largo debate, horizontal y sin líderes claros, y con una figura que empieza a irse, como Elisa Carrió. Sus dirigidos saben que ya no tiene fuerza en este clima plagado de caciques y de dirigentes con voto propio. Empieza una etapa distinta. En la que ya no es necesaria.