Recuperar a los desencantados: un objetivo de los grandes partidos más allá de las legislativas - Política y Medios
25-03-2025 - Edición Nº6262

OPNIÓN

Recuperar a los desencantados: un objetivo de los grandes partidos más allá de las legislativas

La grieta como apuesta discursiva cada vez rinde menos a las coaliciones. Los hastiados viran hacia nuevos candidatos, vecinalismos y a la vieja y conocida ‘antipolítica’.

La contienda entre el peronismo y el antiperonismo celebrará en noviembre una nueva edición del escenario electoral cuasi bipartidista que han construido en la última década. Con núcleos duros bien definidos y moldeados cuidadosamente en una trayectoria que podría identificarse incluso a fines de la primera década del milenio, el gran desafío de las coaliciones es, como siempre, disputarse al indeciso.

En este contexto, el Frente de Todos parece llegar golpeado no sólo por los recientes exabruptos públicos sobre la vida íntima del presidente, sino también por haber tenido que encarar una auténtica reconstrucción socioeconómica rápidamente saboteada por una crisis global epidemiológica que dio por tierra con todo tipo proyecciones y expectativas en un “mundo normal”.

En efecto, el Gobierno no sólo no tuvo chances de comenzar a transitar la recuperación de la crisis económica iniciada en 2018, sino que se dedicó -mejor o peor- de lleno a combatir el impacto del Covid-19 en Argentina viendo empeorar cada uno de los indicadores que hacen a la calidad de vida de la población.

Si bien este fue un fenómeno que afectó, en mayor o menor medida, a casi todos los países del mundo, era esperable que calara más hondo en uno que ya arrastraba desde antes una crisis social.

En este marco poco auspicioso, si el oficialismo tiene chances en estas elecciones de medio término es porque la gran alternativa es, ni más ni menos, que el partido que sin pandemia provocó la hecatombe previa.

A pesar de que este extraordinario fenómeno epidemiológico parece habernos inmerso en un limbo temporal, no hay mala memoria que impida recordar la degradación general que atravesó nuestro país fundamentalmente en la segunda mitad de gestión de Mauricio Macri, ése presunto líder nacional que la oposición no sabe dónde esconder.

La administración de la coalición Cambiemos, que debió cambiar su nombre en dos ocasiones a menos de dos años de culminado su Gobierno, fue directamente responsable de un fracaso económico y político estrepitoso.

Todos los indicadores empeoraron, incluyendo un endeudamiento externo sin precedentes a nivel mundial, luego de recibir un país que -a pesar de la apocalíptica descripción que se intentó instalar- el propio Nicolás Dujovne confesaría, a modo de crítica, que se encontraba en un bajísimo nivel de endeudamiento. Por la desconfianza global, alegaba el ex ministro de Hacienda.

[Las apuestas de hoy, que deberán revisarse mañana]

En plena campaña, el Frente de Todos apuntó a enaltecer la gestión de la pandemia y la campaña de vacunación, resaltando el impulso de la obra pública en ámbitos sensibles como vivienda e infraestructura. Con la viralización de las fotos del cumpleaños de la primera dama en la Quinta de Olivos en plena cuarentena, las estrategias viraron.

Tras las disculpas de Alberto Fernández, rápidamente se encaró el contragolpe de apuntar directamente contra la oposición recordando su fracaso reciente y plantear un horizonte de post pandemia donde -ahora sí- se podría emprender la anhelada ‘reconstrucción’.

Esto se vio especialmente expresado durante el último acto proselitista de campaña del martes pasado, donde se vio a la cúpula gubernamental junto a sus precandidatos a diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires entregando la vivienda N°20.000 durante su gestión.

El miércoles, durante el plenario de dirigentes y candidatos del partido celebrado en el Estadio “Diego Armando Maradona” (ex Ciudad de La Plata), la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, apeló fuertemente al recuerdo en la memoria colectiva de los años más promisorios de aquellos Gobiernos del Frente Para la Victoria.

La ex mandataria conjugó el “pensar el país que queremos” con ‘el país que supimos construir’, también a partir de una crisis social y económica histórica, a principios del 2000.

Por su parte, desde Juntos la apuesta se centró, en consonancia con el rol de oposición adoptado desde el minuto uno, en la crítica a los errores más garrafales del oficialismo. Desde el vacunatorio VIP que le costó el cargo de ministro a Ginés González García hasta el reciente “Olivos gate”; siempre con el viento a favor de numerosos grupos mediáticos que funcionan a diario como resortes para el discurso anti-oficialismo.

Fuera de la negación del peronismo, de la crítica a, es poco lo que ha ofrecido como plataforma de campaña: algunas ideas de Diego Santilli en torno a la reducción de impuestos para favorecer a las Pymes; algo de foco en la inseguridad; la clásica apelación a las ideas -poco bajadas a tierra- de República, libertad, democracia; y un discurso tan bonito como genérico de la mano del ‘novedoso’ Facundo Manes.

El candidato radical es una figura disruptiva que llega con la imagen de “tipo común” y la reputación de un auténtico intelectual que, sin embargo, opta por decir poco en lo mucho que habla. Quizás, orientado a ese electorado que, hastiado del eterno Boca-River político, ya comenzó a virar hacia aquella antipolítica tan característica de principios de siglo.

[La necesidad de oxigenar un paradigma en vías de saturación]

En definitiva, el debate público se encuentra apelando a las mismas estrategias que hace una década y reúne en muchas ocasiones a los mismos actores. No podría decirse que este bipartidismo de hecho, construido a lo largo de varios períodos electorales, está obsoleto; pero sí que comienza a exhibir cierta erosión.

Los núcleos duros persisten, y ambos lados de la grieta tienen asegurado entre el 30 y el 35% de la intención de voto a priori, fluctuando de acuerdo a los escenarios electorales. Pero en este empate técnico, que puede identificarse desde aquellas elecciones de 2015 donde Macri venció a Daniel Scioli por una ventaja mínima, parece haberse estancado la dialéctica peronismo-antiperonismo de nuestra era.

En este escenario de incertidumbre, algunos síntomas pueden atestiguar la hipótesis planteada previamente. En primer lugar, un radicalismo rebelde, agotado de ser furgón de cola de un partido con trampolín mediático pero sin siquiera dos décadas de trayectoria, se ‘paró de manos’ en la interna, presentando un candidato resonante en el distrito más importante del país -y tan esquivo para la UCR como para el PRO-.

Esta actitud viene siendo anunciada por los diferentes caudillos que mantiene el partido centenario en diferentes provincias del país, que le dan una fuerza singular a la coalición: tanto el presidente del partido, Alfredo Cornejo, como el gobernador jujeño, Gerardo Morales, han manifestado sus deseos de un radicalismo presidencial en 2023 y construyen sus proyectos.

Por otro lado, los años de vacas gordas del peronismo kirchnerista son un gran momento para evocar -contemplando la actual coyuntura-, aunque es difícil pensar en que sean pocos quienes recuerden que esa misma prosperidad sufrió un decrecimiento sostenido hacia los últimos años de Gobierno de la actual vicepresidenta.

Recesión que en todo caso fue, al menos, condición necesaria -más allá del desgaste mediático y el blindaje del que gozó la oposición- para que Macri llegara a ocupar el sillón presidencial.

Dentro del peronismo más amplio, diferentes viejos conocidos y aliados de antaño comienzan a aparecer en el radar como alternativas ante un frente que, pese a buscar la mayor amplitud posible, no terminó de incluir -ni de representar en su gestión- a todos.

Allí se puede ver al irreconciliable Florencio Randazzo, candidatura previsible, pero también a un Guillermo Moreno, que duele entre las bases más de lo que estas se permiten confesar.

Entre los jóvenes de clase media y media alta, el discurso libertario adquiere un impacto que las urnas deberán precisar, de la mano de economistas devenidos en divos mediáticos, como José Luis Espert y Javier Milei.

Milei y Espert, las figuras que integraron al escenario político a un actor novedoso: la juventud de derecha.

Fenómeno para prestar atención desde lo cronológico: dos dirigentes que parecen traspolaciones de Domingo Cavallo al siglo XXI avanzado, pero son presentados como novedad por nuevas generaciones que comienzan a debatir y construir en política sin haber vivenciado los ‘90. Etapa que, para muchos, resulta todavía un fenómeno fresco y fácilmente ‘cancelable’ en su constructo político-económico-cultural.

A su vez, a nivel municipal y provincial comienzan a surgir propuestas vecinalistas que medirán en las PASO el nivel de aceptación entre aquellos desencantados que aún no se resignan a caer en el ‘que se vayan todos’ o el ‘todos son iguales’.

Por lo pronto, queda claro que las dos mayorías inapelables aún las detentan el Frente de Todos y Juntos. Sin embargo, también queda claro que la maquinaria de la atomización partidaria está en marcha mientras ambos colosos continúan en un mano a mano discursivo e ideológico que -por momentos- parece darle la espalda a los gravísimos problemas que atraviesan los ciudadanos de a pie.

Es en ese marco que, más allá de lo urgente, de septiembre y noviembre, las grandes coaliciones deberán redireccionar sus estrategias de cara a 2023 si pretenden perpetuar su hegemonía electoral hasta ahora incuestionable. Aunque esto signifique dejar de darle a sus núcleos duros lo que requieren para mantener prendido el fuego de la obsecuencia.

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