Por: Mag. Gonzalo González
Desde el plano simbólico apelar a esta frase implica recrear la lucha electoral de la provincia de Buenos Aires, dado que la misma representa en términos cuantitativos el 37% del padrón electoral con casi 12 millones de electores, donde los actores políticos se posicionan tanto en el tablero de sus propias coaliciones, mediante ya el recurrente recurso que es las P.A.S.O, como en su segunda batalla que son las generales.
Cabe destacar que, en la práctica, las primarias son sólo un plexo normativo electoral, un ropaje de posicionamiento de cara a las segundas, dado que muy pocas coaliciones la utilizan para dirimir sus fuerzas internas. Por otro lado, la conformación de listas en cada jurisdicción se define bajo la correlación de fuerzas internas, pero terminan de ser señaladas por un puñado de dirigentes a espaldas de la sociedad y de sus propios afiliados, careciendo de una verdadera práctica democrática.
Si bien el presente escrito tiene como objeto profundizar el debate en torno a la política como transformación de la realidad desde su propia génesis, que es la conformación de estos frentes electorales, el fin último de estas reflexiones apela a redefinir esta frase: “La madre de todas las batallas”. La idea es poner en juego no solo las pretensiones políticas de la provincia sino a nivel nacional, lo que considero que es central; que es la plataforma electoral, categoría que perdió rigor en estos procesos que apelan más a la figura del candidato, basadas en la estrategia de mercadotecnia aplicadas a la esfera política, que a sus propias ideas y al sentido que llevarían las misma a cabo. Sin olvidar que deberían ser juzgadas su grado de cumplimiento a posteriori por la totalidad del electorado.
Estas batallas ya no serían entonces de corto plazo, sino que implicarían diseñar políticas de largo alcance (en el marco de las capacidades estatales) logradas en base a los consensos necesarios, entre ellas la soberanía alimentaria, imposible en tiempos de fuerte cartelización y dependencia en los procesos productivos al capital transnacional. Teniendo en cuenta nuestras capacidades, no solo en términos de acceso a insumos básicos agropecuarios, sino de lograr todo el proceso a nivel local, dado que seguimos dependiendo de precios dolarizados que incrementan el valor de los mismos en el mercado interno. Dichas transformaciones obedecen a la inexistencia, a diferencia de otros países de la región, de una burguesía nacional. Es que, si bien existen capitales al servicio de esta empresa, dichos actores piensan en una economía dolarizada. Por otro lado, el Estado debe generar reglas de juego ancladas en escenario que estimulen el proceso de nacionalización en las cadenas de valor. Como vemos, las transformaciones son también culturales.
Este mismo proceso puede trasladarse a otras ramas de la actividad industrial, que también está compuesta en su integridad de recursos locales. Cuando se plantea la des-cartelización y diversificación de la oferta en la industria alimenticia, me refiero a que la gestión pública tanto en sus capacidades de gobierno como en las capacidades estatales (largo plazo), direccione el sentido de las políticas inter-ministeriales hacia las PYMES de los centros urbanos y ponderar, así, a los pequeños y medianos productores agropecuarios en detrimento de las grandes concentraciones de capitales en el marco de los pooles de siembra, evitando por otro lado los intermediarios en la generación de los precios hacia el consumidor directo, siendo fundamental generar canales de comercialización directa entre el productor y el consumidor de los centros urbanos.
Otro capítulo en la cadena de valor refiere a los sobre costos del transporte terrestre y fluvial, que también debe atravesar férreos controles estatales generando mecanismos de integración inter-regional, sin tener que tener como epicentro la ciudad de Buenos Aires. Por otro lado la transformación de bienes que poseen insumos importados, en su mayoría para su confección, amerita un proceso más complejo y a largo plazo pero no imposible de lograr, donde el Estado y el sector privado tienen que ir de la mano en término de un proceso paulatino de sustitución de importaciones, por un lado, con férreos controles de calidad hacia la industria local y, por el otro, con incentivos impositivos y crediticios que premien desde el Estado estos proceso de capital privado.
Otro apéndice implica fortalecer las capacidades en términos de lograr desde el Estado su soberanía en puertos y vías navegables, tanto en el control interno como externo de los bienes transitables. Ya es de público conocimiento, además, que se evaden controles aduaneros de nuestras vías fluviales de productos provenientes de los países limítrofes, al tiempo que se conoce el uso abusivo en la pesca en aguas internacionales y dentro de nuestra propia plataforma marítima, ya que barcos con banderas europeas y asiáticas no solo pescan de forma indiscriminada sino que terminamos siendo nosotros los que, vía importaciones, consumimos dichos productos a precios internacionales, pero ahora elaborados por los mismos países que se encuentran fuera de los acuerdos internacionales de comercio, perdiendo la cadena de valor. La soberanía de un Estado no es solo la ocupación de sus tierras, sino las capacidades reales de ejercicio y satisfacción de sus recursos por parte de toda su población.
Es menester aclarar que no debemos solo concentrar todas las capacidades estatales hacia el mercado interno, sino que es necesario proponer un escenario de desarrollo de nuestra matriz productiva hacia la multipolaridad del comercio internacional y del bloque regional (Mercosur), que generaría equilibrio macro económico en nuestra balanza comercial, potenciando no solo el patrón agro-industrial, sino comenzando un proceso paulatino de inserción de nuestros productos de mayor valor agregado en el marco de la cuarta revolución industrial anclado (por ejemplo en el litio) y otros recursos generadores de energía, pero al servicio del capital nacional.
Este proceso de mediano alcance amerita una mirada estratégica en la gestión pública y en términos de desarrollo autónomo hacia las nuevas energías con menor impacto ambiental, promoviendo mayores márgenes de políticas soberanas. El presente análisis pretende generar disparadores de mediano alcance y salir de discusiones cortoplacistas para pensar la reconstrucción nacional y potenciar la matriz productiva con el fin de generar empleo de calidad y registrado, teniendo en cuenta el último relevamiento que hizo el Observatorio de la Deuda Social de la UCA en el 2020 que evidenció una desocupación real del 28,5% en función de que la gente perdió sus trabajos, tuvo sólo empleos temporales o bien se vieron impedidos de salir a buscar trabajos en el contexto de la emergencia socio-sanitaria global por el COVID-19.
Parafraseando a Antonio Gramsci en su interpretación del “El Príncipe” de Maquiavelo ya que este podría ser estudiado como una ejemplificación histórica del "mito" de Sorel, es decir, de una ideología política que no se presenta como una fría utopía, ni como una argumentación doctrinaria, sino como la creación de una fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar su voluntad colectiva. ¿Sera pues el “mito” materializado en la voluntad del pueblo argentino, y de su dirigencia empresarial, política y sindical el motor del crecimiento económico con desarrollo social o solo quedara como un deseo utópico del autor?