Por: Fabian Lavallén Ranea (Director del GRUPO DE ESTUDIOS DEL PARANÁ Y EL CONO SUR) y Ramón Prades García (Red de Capacidades Nacionales)
Como era de preverse -aunque nunca de una manera tan virulenta y poco diplomática- el encuentro de jefes de Estado por los treinta años del Mercosur encontró a Alberto Fernández cercado por mandatarios con una clara visión contestataria y crítica sobre el organismo de integración regional. Estos países, Brasil, Paraguay y Uruguay, proclives a proponer entendimientos económicos comerciales con terceros, que según el diagrama regional propuesto subregionalmente contradicen todo lo acordado, encuentran en Jair Bolsonaro, Mario Benítez, y Lacalle Pou, cajas de resonancia para forzar una apertura.
Lo que no se esperaba es que sea Lacalle Pou quien diera una estocada tan poco diplomática. Esa gestualidad intempestiva es, por lo general, patrimonio de Bolsonaro. El oriental habló de "flexibilización" y de apertura de los aranceles externos, pero manchó sus expresiones al referirse al Mercosur como un “lastre”; un “corset" incómodo y asfixiante. A lo que, como hemos visto el fin de semana, Fernández contestó, también, de manera directa y sin eufemismos: "No somos lastre de nadie, es un honor ser parte del Mercosur. Si somos un lastre, que tomen otro barco".
Ahora bien, dejando de lado ese desencuentro, y sin adentrarnos en la lógica de tensión que marca al Cono Sur por su propia línea de fractura que la recorre hacia izquierda y derecha, hacia Puebla y Lima, ¿qué balance podemos hacer del Mercosur luego de treinta años de su lanzamiento? En cuestiones políticas los juicios absolutos nunca son buenos y, más aún, en fenómenos que involucran áreas tan diversas y complejas como es el caso de este proceso integracionista que nos ocupa.
Con el Mercosur ocurre lo mismo que con otros proyectos de gran envergadura, y es el hecho que “la biblioteca está dividida” en sus valoraciones. Por un lado, la “academia” observa de manera critica la falta de avances tangibles en las dos últimas décadas de la vida del organismo, y sobre vuela en esa mirada la idea de un “inmovilismo” evidente para referirse al derrotero final que ha tenido la institución.
Recordemos que el Mercosur tuvo un arranque muy promisorio y con mucha pirotecnia. Por aquellos años encontrábamos en la agenda de la “pos-guerra fría” que el Mercosur era, por lejos, el tema más relevante para la región y los objetivos económico-comerciales del mismo, se embebían de cierto “quijotismo espiritual”, parafraseando a Unamuno, en los horizontes políticos que se proyectaban. Si miráramos las prospectivas que se realizaban por esos años, no nos extrañaría identificar al nuevo siglo con un Cono Sur sólidamente organizado y con un entramado institucional poroso y ramificado.
Era un lugar muy común asignarle cierta vocación épica al “Mercado Común del Sur”, por lo tanto, indefectiblemente, con tan altas pretensiones y expectativas de alcance, hoy sólo puede mirarse el final del proceso casi como un fracaso. Del vértigo de las primeras realizaciones comerciales, el Mercosur pasó a un ciclo de parálisis y falta de liderazgo: pasamos de mirarnos en el espejo integrador de la Unión Europea, a la falta de aperturas comerciales casi sin escalas. De la inicial convicción de constituir un eslabón para la Patria Grande, al “egoísmo” de los socios mayoritarios, Argentina y Brasil, que no logran tener una participación significativa en las cadenas globales de valor.
Mirando desde otro prisma, aunque ahora suene un poco “retro”, el Mercosur cumplió un rol fundamental en ratificar los compromisos de paz en términos de políticas de defensa y fue, sin dudas, un paso gigantezco para fortalecer la democracia en toda el área, más aún, en años donde aún revoloteaban reivindicaciones castrenses en la región.
Recientemente los ministros de Relaciones Exteriores de los cuatro países fundadores del Mercosur, se reunieron -antes del encuentro de mandatarios citado más arriba- a partir de la iniciativa académica de un “tanque de pensamiento” norteamericano de gran prestigio, el Atlantic Council. Recordemos que los llamados Think Tanks fueron determinantes para las iniciativas de cooperación internacional de los años noventa, y para consolidar todo el clima de época que acompañó las reformas de los estados en el Cono Sur, y las nuevas miradas integracionistas globales.
En este caso, el consejo americano logró reunir a los cancilleres actuales y, en dicha reunión, quedaba flotando en el aire la ambición inicial del organismo, y los vaivenes atávicos que tuvo que atravesar. Fue muy claro el canciller paraguayo, Euclides Acevedo, quien remarcó la necesidad de transformar el Mercosur en una “plataforma de desarrollo”, mirando más para adelante y pensando pragmáticamente.
La volatilidad de la política internacional actual tiene pocas certidumbres. Entre estas, es que Joe Biden, como presidente de la hasta ahora única hegemonía global, más allá del asenso irrefrenable de China, tiene la convicción de fortalecer los organismos multilaterales y de cooperación internacional, y eso debe ser aprovechado.
El escenario global en el cual estamos insertos, difiere notablemente de las características que tenía el mundo hace treinta años cuando el Mercosur daba sus primeros pasos. Pensemos, a modo de ejemplo, la relevancia que tiene la República Popular China para el comercio de los países signatarios del acuerdo hoy en día, y lo que significaba para esos mismos actores a comienzos de los años noventa. China ha logrado internacionalizar su propia estrategia de desarrollo al mundo, integrándose a los múltiples acuerdos internacionales y organismos multilaterales que se conocen, transformándose en el principal socio comercial de la mayoría de los países de la región.
Esta reconfiguración del sistema internacional fue de gran escala, pero en este contexto, no debe perderse de foco que la integración regional sudamericana, con todas las falencias y ausencias que puedan citarse, potencia las fortalezas de nuestros países, consolidando un actor en bloque de mayor relevancia mundial que están fragmentados, siempre y cuando existan objetivos convergentes.
En momento de redefiniciones globales como las que atravesamos, con notables giros políticos, nuevas estrategias comerciales y económicas, así como de cambios estructurales del sistema internacional en el que vivimos, el Mercosur sigue siendo uno de los caminos centrales para que la Argentina pueda proyectarse ante el mundo.
En estos momentos nuestro país ejerce la presidencia pro-tempore del organismo, identificando claramente al Mercosur como una “política de estado”, a la que debe impregnarse de una auténtica voluntad política para seguir desarrollándolo, motor indispensable de cualquier proyecto regional.
La reafirmación de la relevancia estratégica que los países integrantes del Mercousr le asignan, en un mundo donde el multilateralismo es una condición sine cuanom para los países en vías de desarrollo, nos obliga a pensar nuevos mecanismos y roles para el proyecto.
Los símbolos en las relaciones internacionales siempre son importantes y el otorgan a la política una potencia significativa. Quizás este año sea la oportunidad de motivar un relanzamiento del Mercosur, en un mundo que como sabemos, aún sigue estando comandado por los estados.
Nuestro presidente ya dio cuenta que se siente cómodo en el rol de interlocutor regional, como aseguran en su entorno. Veremos si esa voluntad logra matizar y mejorar una débil zona de libre comercio, donde no pudieron acordarse medidas y posiciones comunes ante la crisis mundial de la pandemia, y donde las diferencias ideológicas agregan elementos disruptivo importante, como el de este viernes, al momento de negociar y dialogar.