El diseño geopolítico que no fue: del asesinato de Manuel Dorrego al Ascenso de Juan Manuel de Rosas - Política y Medios
29-03-2024 - Edición Nº5901

REVISIONISMO HISTÓRICO

El diseño geopolítico que no fue: del asesinato de Manuel Dorrego al Ascenso de Juan Manuel de Rosas

Es oportuno identificar la trascendencia que tendrá para obstaculizar nuestro desarrollo como Nación y para el diseño regional, la conspiración del faccionalismo unitario encabezado por Juan Galo de Lavalle el proyecto federal de Manuel Dorrego y el condicionamiento que la salvaje dictadura implementada por el otrora prócer de la independencia y la Guerra contra el Imperio, tendrá para el desenvolvimiento de los gobiernos posteriores de Rosas.

Por: Fabian Lavallén Ranea - Director del Grupo de Estudios del Paraná y el Cono Sur

 

No pretendemos en estas líneas hacer un repaso de la vida de Manuel Dorrego, ni destacar el impacto de Juan Manuel de Rosas en la historia nacional. Un objetivo de esas características excedería los marcos de una nota como esta. En este caso, sin embargo, observamos como oportuno identificar y poner en contexto la enorme trascendencia que tendrá para obstaculizar nuestro desarrollo  como Nación y para el diseño regional, la conspiración del faccionalismo unitario encabezado por Juan Galo de Lavalle contra la figura y el proyecto federal de Dorrego (en Diciembre de 1828), y el condicionamiento que la salvaje dictadura implementada por el otrora prócer de la independencia y la Guerra contra el Imperio, tendrá para el desenvolvimiento de los gobiernos posteriores de Rosas (1829-1852).  

Fusilar a Dorrego fue escarmentar a todo un proyecto. El terrible ensañamiento con su figura es un atributo aleccionador y correctivo que tuvo la “Revolución Decembrina” para cualquier movimiento popular próximo. Con el agravante que el proyecto de Dorrego no sólo nacional, era también continental: las miras estratégicas del popular gobernador de la Provincia de Buenos Aires excedían los horizontes provinciales y nacionales. Desde comienzos de los gobiernos centralistas de orientación unitaria en la década del ´20, pero, sobre todo, a partir del gobierno de Bernardino Rivadavia, Dorrego comienza a tejer un posible andamiaje alternativo y continental, que ponga en acuerdo formas institucionalizadas de democracias cooperativas en la región, en total oposición a las miras elitistas y europeizantes del oficialismo. Para ello, realiza una batalla político-cultural contra el unitarismo desde diversos frentes. Sin dudas, uno de los más visibles es desde la prensa, donde arremete desde las estruendosas páginas de El Tribuno.

Asimismo, da batalla en la legislatura durante el mismo proceso en que el unitarismo deviene como el peor centralismo elitista; Dorrego va mostrando una notable coherencia entre sus discursos en los espacios de socialización tradicionales y el desarrollo de su perfil político en el foro porteño, donde es identificado claramente como referente y líder de los sectores populares, con un conocimiento notable de las necesidades económicas de las regiones, de la demografía de la campaña, la infraestructura y las demandas. Todo esto con un sentido crítico de la especulación financiera, preocupado por la territorialidad de la soberanía, firme con el ordenamiento institucional, el acuerdo político, los hábitos gregarios interprovinciales para un entendimiento plenamente federal, abierto al debate republicano, la honestidad de las argumentaciones, el tronar de ideas y la creatividad de propuestas.

A medida que consolida su proyecto popular en Buenos Aires, Dorrego busca el acuerdo y el entendimiento sincero con los líderes federales del interior, con miras a solidificar esos entendimientos en un orden constitucional. Suma en esa vocación a los referentes del norte y centro del país, a Facundo Quiroga (La Rioja), Juan Felipe Ibarra (Santiago del Estero), y Juan Bautista Bustos (Córdoba) inicialmente.

A partir de la definitiva derrota de los ejércitos realistas en manos de Simón Bolívar, Dorrego identifica al libertador como un factor clave de la etapa posterior a la emancipación, la etapa de la organización, intuyendo que deben construirse puentes de entendimiento institucional que eviten la disgregación política y la balcanización territorial que sufrirá el continente, y entiende también, que para eso se necesita una figura volcánica como Bolivar. Se convence aún más de ello, cuando lo conoce personalmente, evento que lo marcará notablemente, sintiendo por el resto de sus días una admiración profunda y un respeto irrevocable.

Dorrego ve posible una articulación entre la Federación en ciernes en el Río de la Plata y el congreso anfictiónico que organiza el Libertador caraqueño en el istmo de Panamá. Observa, incluso, que la construcción de un entendimiento político sudamericano de esa envergadura, solucionaría un “problema crónico” en el Río de la Plata, problema que se arrastra desde la Colonia (o desde la Conquista si se quiere), y del que el propio Dorrego será actor y víctima: el imperialismo lusitano. Entiende en su estratagema, que a partir del entendimiento bolivariano, podría insinuarse un bloque “republicano” frente al avance imperialista, y desde allí avanzar sobre las misiones orientales de manera ofensiva, conspirando en acuerdo con Santa Catalina, donde proyectaba “hacer pie” rioplatense para debilitar al Imperio hasta avanzar hacia Rio de Janeiro, de la misma manera que veinte años más tarde, conspiró el Imperio del Brasil “haciendo pie” en Entre Ríos, para las vísperas de Caseros.

Su vocación, podemos verlo, era de una notable ambición política en términos estratégicos, pero no era utópica, ya que permanente hilvanaba herramientas y claves de entendimiento que allanaran el camino para “el proyecto”.

Mientras desde Buenos Aires los gobiernos centralistas buscaban primero el entendimiento con las potencias europeas antes que definir un modelo económico propio, Dorrego esboza una criatura política que mira con igual profundidad estratégica las diversas dimensiones de un proyecto situado, anclado, nuestro. Un gran proyecto que es continental, institucional, estratégico, democrático, federal y plenamente popular.

Como analizaran Ortega Peña y Duhalde hace más de medio siglo, incluso la política económica de Dorrego “revelará una marcada tendencia nacional”, teniendo como uno de sus principales objetivos el atacar el Banco Nacional “que tanto había hecho por endeudar al país”. ¿Será casualidad que los gobiernos que defendieron los intereses populares, buscaron la autonomía, o miraron con suspicacia las finanzas internacionales, siempre son depuestos con una ferocidad inaudita? Pienso en el bombardeo a la Plaza de Mayo; pienso en Caseros.

Así como San Martín había esbozado un proyecto continental influenciado por “Los Comentarios Reales” del Inca Garcilazo de la Vega, basado en una Monarquía Constitucional que tomara como símbolo de unidad a la familia reinante incaica como “cabeza del estado” continental en formación (figura equilibrada con un jefe de gobierno elegido constitucionalmente), Dorrego, con un prisma totalmente alejado de las opciones monárquicas, estaba convencido que el símbolo compartido como eje del mundo sudamericano no debía ser un lugar (el Cuzo) sino una persona, el propio Bolívar.   

Semejante proyecto era un auténtico peligro para los intereses de los centralistas de “adentro” y los poderes hegemónicos de “afuera”. Y allí está el embrionamiento de la conspiración. Si algo se repite hasta el cansancio en los libros de historia, es el error y empecinamiento de Dorrego en no escuchar las advertencias de la conspiración que estaba planificándose. En los documentos de la época son claras las advertencias del propio Juan Manuel de Rosas sobre el complot y los reparos -tanto en lo táctico como en lo estratégico- de lo que hacía o dejaba de hacer Dorrego. Advertencias, hay que decirlo, que, a pesar de no ser atendidas por el Gobernador, no erosionaron en lo más mínimo la lealtad que el próximo Restaurador de las Leyes le garantizará hasta sus últimos días.

El resto ya es sabido. El 1 de diciembre de 1828 se dio el “golpe de estado” de Juan Lavalle (aunque aún muchos notables de la historiografía academicista sigan hablando de “pronunciamiento”) y comenzó una inusitada cacería de líderes y referentes federales, con un encono y violencia que tendrá temibles consecuencias.

Debemos dejarlo en claro: en estas tierras no se había visto tal nivel de escarmiento, de sangre, de odio, de creatividad para la masacre y la represión.  Como bien apuntan tantas investigaciones, por primera vez en la historia argentina ese año hubo más muertes que nacimientos. ¿Por qué tanto odio? ¿Qué temor despertó ese federalismo popular? ¿Qué nervio sensible tocó? Al líder, a Dorrego, al gobernador legítimo de la provincia y representante de los intereses populares, héroe de la independencia, laureado en Chile y la Argentina, veterano en campañas del norte, de la Banda Oriental, luego de la derrota ante las armas de Lavalle, se lo va a apresar y, posteriormente, se lo fusila sin miramientos, el 13 de diciembre de ese año.

Se lo asesina sin juicio previo, sin posibilidad de defensa, sin siquiera responder a su pedido de que lo escucharan, sin atender a la solicitud de entrevista que le hizo al propio Lavalle. Nada. Sin nada. A ese mismo líder, que para Osvaldo Guglierlmino, se debe considerar como el fundador del pensamiento democrático nacional argentino, no se lo dejó hablar y se lo asesinó sin procedimientos ni excusas.

Como ya lo dijera Manuel Gálvez hace tantas décadas, el fusilamiento de Dorrego fue una “decisión de partido”, que fue claramente meditada y planificada. Su muerte no fue el producto de ningún arrebato momentáneo y contó con el apoyo, presión y firmeza de los logistas conspiradores de la revolución decembrina, de esa que decidió erradicar con violencia el primer intento de consolidar un poder propio, popular, federal, continental, democrático.

Dorrego tiene la altura moral de incluso solicitar que su muerte “no sea causa de derramamiento de sangre”, en la carta de despedida que le envía a ese otro gran caudillo que fue Estanislao López. Pero cuando el federalismo vuelva al poder, un año más tarde, en diciembre 1829 de la mano de Rosas, luego de derrotar en Puente Márquez a los unitarios, el poder político rosista tendrá un antecedente claro, para ver lo que ocurre cuando se enfrenta al logismo conspirador, y que le pasa a los líderes que proyectan estrategias autónomas, que discutan las infraestructuras de dominación y dependencia. El proyecto de Rosas, emancipador a su manera, anti-imperialista también, popular, sufrirá los nuevos embates del logismo, de la conspiración, y por supuesto del Brasil. Pero la oportunidad que se abrió con Dorrego se perdería para siempre. Como volvería a perderse una distinta también en Caseros.  

Si el proyecto continental de Dorrego no se hubiese desechado con la violencia y el rencor con que se lo hizo, si su mirada estratégica de un bloque republicano y federal hubiese triunfado, sin ningún lugar a dudas el diseño geopolítico de Sudamérica no hubiera sido el que fue. Aunque nunca es sano hacer historia contrafáctica, claramente el Brasil no hubiera practicado el sub-imperialismo regional que practicó y la taba no hubiera caído del lado de la hegemonía lusitana como cayó.  

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