
Nuevamente, como en los últimos quince años, Bolivia se encuentra ante unas elecciones decisivas para dirimir la disputa histórica entre dos modelos de país absolutamente diferentes. Si en Argentina estamos habituados en hablar de “grieta”, en Bolivia se puede observar directamente un abismo infranqueable que, más allá de los discursos políticamente correctos que a veces imponen la selecciones, no posee medias tintas o, al menos, no se las identifica por décadas.
Por un lado, un modelo de país -y una serie de opciones recurrentes dentro de este- que sigue mirando la conformación política desde parámetros formales, correctos desde cierto republicanismo europeo, de lápiz y papel, que cree acomodar la realidad social a los decálogos de la modernidad política, pero que, en algunos de sus vericuetos internos, esconde un segregacionismo histórico y una mirada despectiva hacia las clases populares. Esa Bolivia aún lee la historiografía poderosa y hegemónica de Alcides Arguedas, mide su eficiencia desde los indicadores del Consenso de Washington y parece esconder bajo la alfombra cierta nostalgia sobre la época de los “Barones del Estaño”, cuando el pongaje y el esclavismo serpenteaban y se escurrían entre las instituciones. Esa misma Bolivia sigue en alianza con intereses extranjeros, embajadas, organismos multilaterales de crédito y tanques de pensamiento que muy poco tienen que ver con la vida real de los bolivianos.
Y la otra Bolivia, en el otro extremo (también con sus matices internos), que tomó el poder luego de la Guerra del Gas y la Guerra del Agua, dando el más importante paso de toda su historia hacia una suerte de Estado de bienestar amplio, con múltiples fuerzas políticas representadas (partidos, organizaciones, movimientos, frentes, sindicatos, comunidades, culturas) que cimentó la nueva era del estado plurinacional en la Nueva Constitución Política del Estado (2009).
Atrás quedaron los avances del audaz Germán Busch hacia fines de los ´30, del viejo MNR en los ´50, del “ovandismo” de los sesenta, para dar paso a una fase única de transformación política, dando vuelta la historia, no sólo desde lo cultural, también desde lo educativo, lo económico, lo social, lo estratégico. Obviamente, es también la Bolivia que cometió errores, propios de una refundación tan absoluta de la política. Pero también la que puede permitirse compilar una serie gigantesca de aciertos, cambios, mejoras, transformaciones y, sobre todo, expansión de derechos sociales, elementos que muy difícilmente pueda ostentar otro gobierno en los últimos cien años del país andino. Es la Bolivia también, que estaba en permanente cambio y aprendizaje. Una Bolivia creativa y altamente inclusiva.
Obviamente el abanico político boliviano no se limita a estos dos polos. Es mucho más poroso y complejo, pero es hacia esos espacios hacia donde tracciona la fuerza gravitatoria de su disputa, tarde o temprano. Como se puede ver en la “necesidad” que hoy en día tiene la derecha de no dividir sus fuerzas para no perder en primera vuelta con el representante del MAS, Luis Arce.
Este escueto boceto no representa a toda la matriz política en Bolivia, porque obviamente no es lo mismo el pensamiento indianista revolucionario de Fausto Reinaga, que el nacionalismo popular mestizo de Andrés Soliz Rada. Pero vale remarcar que, irremediablemente, ante las disyuntivas electorales, las dos opciones mencionadas se contraen en los nodos clásicos derecha – izquierda, licuándose los puntos intermedios. Podemos verlo, por ejemplo, en el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario), otrora la fuerza política que logró romper definitivamente el frente conservador hegemónico hace unos setenta años, pero que, con el tiempo, fue decantando hacia un claro colaboracionismo con el sistema de poder, hasta llegar hoy a formar parte de una alianza que parece más reivindicar el regreso del mundo neoliberal que tanto daño le hizo a Bolivia.
Los gestos hacen a las opciones políticas en Bolivia. Si Evo Morales representó el cambio epocal, entre otras cosas, modificando el sentido de la aguja del reloj en el Palacio Quemado (en sentido anti-horario), o retirando la oficina norteamericana de la misma casa de gobierno, la golpista Jeanine Añez lo hizo desechando la whipala de todas las dependencias oficiales, ingresando con la Biblia y siendo investida por un oficial de armas. Por ello, más allá de los innumerables matices políticos, opciones ideológicas, partidos políticos, representaciones culturales, las cuales son muchas y profundas, las dos alternativas que medirán fuerza en pocos días son estas.
Según los sondeos más serios, la dupla masista de Luis Arce (Ex Ministro de Economía de Evo durante todo su mandato) – David Choquehuanca (Ex Canciller) podría superar el 40% de los votos, separándose en 10 puntos a su inmediato perseguidor, Carlos Mesa, el mejor contrincante del evismo y, sin dudas, la gran figura de la derecha: el que más prestigio posee, con trayectoria y experiencia, gran orador y lúcido intelectual, que fue derrotado intermitentemente por Morales, pero a quien el violento y neofascista Fernando Camacho, de Santa cruz de la Sierra, le quitaría la posibilidad de derrotar al MAS, ya que supone unos 10-12 puntos que le impedirían ir a segunda vuelta, al dividir la opción de la derecha.
En pocas horas sabremos si la coyuntura abierta por el indiscutible golpe del 2019, significó una transición hacia el viejo modelo de la Bolivia de las desigualdades, o sólo un intervalo, lamentable, violento, del gran proceso de desarrollo de la Bolivia profunda.