
El 9 de julio de 2016 quedará en la memoria de nuestro pueblo como una de las jornadas más perversas de nuestra historia, quizá porque a nadie en su sano juicio se le hubiera pasado por la cabeza escuchar lo que el Presidente de la República Mauricio Macri le dijo al único invitado de honor (todos los mandatarios latinoamericanos y mundiales de Estado rechazaron la invitación o enviaron a representantes), el Rey emérito Juan Carlos de España, a la voz de “los patriotas deberían estar angustiados por tener que independizarse de España querido Rey”. Esta acción humillante y estratégicamente diseñada desde lo simbólico para “unificar” la Patria es un intento por borrar nuestra historia y la de la Patria Grande, aquella que sufriera el yugo imperial español desde su llegada en 1492, y que padeció un genocidio en nombre de “la espada y la cruz”.
Y como si esta humillación no bastara, el gobierno nacional organizó un desfile cívico-militar en el jardín de la República que contó con un despliegue de las fuerzas de seguridad, dejando entrever que se están preparando para defenderse de vaya a saber qué cosa. Y donde también se pudieron ver personajes que salieron debajo de viejas baldosas, que reivindican los crímenes de lesa humanidad cometidos por la última dictadura, me refiero a los veteranos que participaron en los grupos de tareas del Operativo Independencia desarrollado en Tucumán, antes de 1976.
Pero para que seguir con habladurías de este mundo; pasen y lean a Carlos Ciappina, quien nos adentra en cómo Argentina y nuestra América logró romper las cadenas con la corona española y cómo hoy, 200 años después, los enemigos de adentro pretenden arrodillarse y tirar al tacho de basura de la historia todo lo que lxs patriotas, sin angustias de por medio, lograron en el camino hacia la liberación de nuestros pueblos libres, independientes y soberanos.
¿A doscientos años de nuestra Independencia qué reflexión puede hacer sobre el camino hacia la emancipación de las colonias latinoamericanas?
Son muchas las razones por las cuales llegados a cierto punto las colonias latinoamericanas se lanzaron a una larga y dura lucha por la independencia y la emancipación. Luego de trescientos años de dominio español, se había generado en las colonias una clase criolla cada vez más consciente de sus intereses y con creciente recelo sobre el dominio burocrático (en manos casi totalmente europeas) y económico (el famoso control monopólico sobre el comercio internacional). Al mismo tiempo, mestizos y pueblos originarios se veían sometidos a modos de sobreexplotación y aculturación que habían sido impuestos por la fuerza y que lentamente comenzaron a ser cuestionados en rebeliones y levantamientos, del cual el de Tupac Amaru en 1781 fue el más importante pero no el único. Y si de movilización emancipadora se trata, también hay que tomar en cuenta los deseos libertarios de los esclavos, introducidos por España en las zonas en donde la mano de obra indígena había desaparecido por el genocidio o en donde se necesitaban más brazos y que habían alcanzado la emancipación y la independencia con el triunfo de la Revolución Haitiana en 1804.
Hay por lo tanto componentes emancipatorios que involucran a todas aquellas clases, que en diversa medida y profundidad, eran “subalternas” en el orden colonial y que confluyeron en ese gran estallido social que fue el largo proceso independentista entre 1781/1804 y 1825.
¿Por qué Macri, en el marco de los doscientos años de nuestra independencia, pidió perdón al Rey Juan Carlos de España por habernos independizado de su corona?
En verdad no le ha pedido perdón (eso lo hizo el Ministro de Finanzas Alfonso Prat Gay en relación a las nacionalizaciones de las empresas españolas) sino que en su discurso del 9 de julio en Tucumán señaló que, a su entender, los patriotas se debieron haber sentido “angustiados” por involucrarse en el proceso independentista. Semejante frase en presencia del rey de España me parece muy desafortunada y por otro lado totalmente carente de rigor histórico. Hay cientos de cartas y mensajes de nuestros próceres (en Argentina y en América Latina) en donde queda claro que el proyecto político emancipatorio de Bolívar, San Martín, Juana Azurduy, Belgrano, Moreno, Hidalgo y Morelos, O Higgins, Artigas, pudo haber tenido sus idas y vueltas, sus momentos de retroceso y de avance, pero nunca de duda sobre los objetivos y el compromiso por la independencia. Me parece que el presidente habló allí más por su propia sensación hacia un proceso emancipatorio y lo trasladó quizás a nuestros próceres. Me lo puedo imaginar a San Martín preocupado, ocupado, cuidadoso, organizado, desvelado pero de ninguna manera “angustiado” pues sino no hubiera conducido ejércitos por toda América del Sur dando batalla tras batalla.
¿Cómo analiza precisamente la presencia del Rey de España en los festejos del Bicentenario de la Patria?
Me parece una situación absolutamente desafortunada. Creo que en todo caso debería de haberse priorizado la búsqueda de la presencia de los presidentes de América Latina (independientemente de su signo político) para enviar el mensaje correcto hacia nuestra América y hacia el mundo: la independencia es un proceso irreversible que nos encuentra a todos los latinoamericanos juntos aún en posiciones políticas encontradas.
En vez de esa convocatoria se invita al Rey emérito quien representa precisamente al orden explotador y saqueador del que nos emancipamos con un costo de tanta muerte, dolor y destrucción. Me preocupa el contenido simbólico de su invitación: nuestro gobierno está diciendo algo así como... “y bueno, la independencia ya pasó, aquí no ha pasado nada y tanto es así que hasta invitamos al representante de la corona española a que venga a dar por cerrado este tramo de nuestra historia…”. También diría que el mensaje trasciende a nuestra relación con España y le señala al mundo que para nuestro país, la opresión imperial no era tan mala, y que estamos dispuestos a olvidar y perdonar, algo que no pasará desapercibido a los actuales imperios y países expansionistas y que es además mucho más grave, tratándose de un país como el nuestro que aún tiene una buena parte de su territorio (en el Atlántico Sur) en manos de una potencia colonialista. Por donde se lo mire es un despropósito haber invitado al rey emérito español.
¿Cómo se puede explicar el avance de la derecha sobre el continente Latinoamericano?
Para comprender el avance de las derechas hoy en América Latina hay que comprender la articulación entre el proceso de profundización del modelo neoliberal en todo el mundo y la articulación del mismo con las elites locales a nivel latinoamericano.
Los gobiernos democrático-populares surgidos en la primera década del siglo XXI en América Latina lo hicieron precisamente en lucha contra el despliegue neoliberal de los años ‘90. Sin embrago ese despliegue continuó en EEUU, Europa y Asia, de modo tal que hay allí una fragilidad internacional de las experiencias latinoamericanas nacional populares. El otro componente es el que constituye la presencia de las propias elites latinoamericanas en cada uno de nuestros países, las que no fueron “desbancadas” en términos económico-sociales, sino que perdieron en estos últimos quince años, parte de su poder político. Esta persistencia y control de grandes variables de la economía ha posibilitado un lento pero persistente “regreso” de las elites, tanto en la modalidad de los “golpes blandos” (Honduras, Paraguay o Brasil) como de los triunfos electorales neoconservadores (Argentina por ej.). En todos los casos hay dos actores internos que han jugado y juegan un rol calve en el regreso neoliberal: los medios de comunicación oligopólicos y los sistemas judiciales que están mayoritariamente en manos de las elites neoconservadoras.
¿Cuál es el rol que comienza a tener la Argentina dentro de este nuevo contexto geopolítico a nivel regional y mundial?
A partir del triunfo de la alianza pro-cambiemos el rol de la Argentina sufre un cambio drástico a nivel regional y en menor medida internacional. En términos regionales, el Presidente argentino ha dejado en claro que sus preferencias ideológicas y políticas están en consonancia con los Estados Unidos y con aquellos países latinoamericanos con perspectiva de “derecha”. Esta no es sólo una suposición, hay hechos concretos que los comprueban: la Argentina ingresó como observadora a la Alianza del Pacífico (una versión remozada e igualmente peligrosa del ALCA); fue el primer país en reconocer al gobierno surgido del golpe institucional en Brasil contra Dilma Rousseff, y se ha involucrado críticamente en el proceso político venezolano en oposición al presidente Nicolás Maduro. En resumidas cuentas, es esperable un intento de flexibilización del Mercosur, una deslegitimización o dilución de la UNASUR (y el intento de vuelta a la OEA) y buscar ingresar como miembro pleno al Tratado del Pacífico. No será, creo yo, un proceso muy veloz, porque además de los deseos del gobierno argentino hay intereses económicos también muy fuertes en construcciones como el Mercosur y también resistencias en amplios sectores populares en nuestros países a procesos que incrementen el desempleo, la desindustrialización e incrementen la pobreza y la desigualdad.
En una perspectiva de más largo aliento, la experiencia del triunfo pro-cambiemos es, para los EEUU y el establishment internacional pro-neoliberal, una situación valiosa, en tanto y en cuanto señala la posibilidad de un triunfo electoral de las elites que históricamente han estado impedidas de acceder directamente (esto es sin hacer “entrismo” en los movimientos de raíz popular). La experiencia Argentina (derrotar un proceso nacional-popular de doce años en el gobierno) se ha vuelto clave para promover otros procesos neoconservadores en América latina.
¿Por qué doscientos años después podemos ver que muchos de los principios de aquellos años siguen estando presentes hoy, como por ejemplo la soberanía política o la libertad económica?
La independencia puede y debiera ser leída como un gran proceso de emancipación social. Esto es, como un gran movimiento a escala latinoamericana para conquistar derechos a la vez que terminar con el poder monárquico. Hace doscientos años conquistar derechos quería decir emancipar a los pueblos ancestrales de sus trabajos forzosos y del tributo indígena; libertar a los esclavos y abolir la trata; declarar la libertad de expresión y de religión, abolir la tortura y la inquisición, consagrar la soberanía popular. Eso no podía hacerse sin liberarse al mismo tiempo del poder opresivo extranjero. Por eso hoy encontramos tantas correspondencias con aquella independencia; hoy los derechos a conquistar tienen que ver con eliminar la indigencia y la pobreza, garantizar los derechos de género, los derechos de la infancia y la tercera edad, los derechos de acceso igualitario a la justicia, a la comunicación, a la vivienda y al goce de los bienes culturales. Estos procesos de ampliación y garantía de derechos comenzaron a desplegarse en los procesos nacional-populares y en tanto tales, se vieron enfrentados paulatinamente por las elites y, sobre todo, por el poder económico transnacional. Allí radica una de las grandes vinculaciones con la independencia de hace doscientos años: mayor justicia social implica mayor autonomía económica y esta a su vez requiere mayor integración latinoamericana e independencia política. Eso es lo que sigue en juego hoy, doscientos años después del 9 de julio de 1816.