
Por Javier Tucci
Omar Chabán será por siempre odiado y amado, pero sin lugar a dudas será recordado como el mentor de Zero Bar, Café Einstein y Cemento. Patricio Rey, Sumo, Soda Stéreo, Los Twist y un sinnúmero de artistas y bandas les deben gran parte de su existencia. También es cierto que cada habitáculo que regenteó fue una bomba de tiempo. El que suscribe sólo pudo conocer Cemento, aquel mítico antro del rock under porteño que cuando ibas al baño y te apoyabas en la pared para desagotar la cerveza acumulada de la noche, pataditas eléctricas te despabilaban para que continúes rockeando.
Pura suerte!
Como dice el tema inédito de Patricio Rey, eso es lo que tuvo Chabán, teniendo en cuenta que ningún otro reducto, de los grandes, que administró, terminó en tragedia.
De más está decir que sin él, el rock argentino de los ’80, un momento cultural de culto, no hubiera sido lo mismo. Era el que le daba oportunidades a todos, el que si no te alcanzaba la guita para ver una banda, te dejaba entrar igual, el que si la banda que tocaba una vez no recaudaba lo necesario para la repartija, le daba la posibilidad de seguir intentando. En fin, Chabán fue un necesario y un innecesario en la cultura, porque las madres de las 194 víctimas lo recordarán como uno de los asesinos, no sólo de sus hijos, sino de la cultura, porque la falta de seguridad es un tema indispensable para la creación de la cultura.
Nadie está en contra de lo que Chabán produjo desde su filosofía artística, pero las contradicciones son también parte de la oscura historia, su historia, la misma que lo llevó a la muerte. Su culpa lo llevó a la muerte.
Omar… quiero dinero, quiero dinero! Le estará exigiendo un tal Luca. Justicia, divina, aunque no creamos en su existencia, le exigirán 194 vientitos que perdieron la vida por ¿su negligencia e impunidad? Todo será guardado en la memoria, sobre todo, los que lo amaron, y los que lo odiaron.