Fred” Machado ya no viste trajes a medida ni frecuenta los exclusivos círculos de operadores que orbitan el ecosistema libertario y el macrismo. Su realidad hoy tiene un solo color: el azul del mameluco reglamentario que lo identifica como el interno número uno de la Core Civic Cimarron, una prisión de seguridad media perdida en la geografía de Oklahoma. Allí, el hombre que supo poner sus aviones al servicio de la campaña presidencial de José Luis Espert en 2019, hoy depende de una pastilla para poder conciliar el sueño y de un monitor vigilado para hablar con sus abogados.
Su vida en Estados Unidos está marcada por el aislamiento. Ubicada a cuatro horas de los tribunales de Dallas, la correccional impone reglas severas: las comunicaciones con su defensa son exclusivamente vía correo electrónico vigilado. Las visitas familiares, en caso de concretarse, replican las escenas del cine carcelario: tiempo limitado, vidrio blindado y un teléfono de por medio.
La caída del "dueño de los aviones" entró en su fase más crítica. Mientras la justicia argentina aún intenta desenterrar los nexos de sus negocios con la "derecha vernácula", en Estados Unidos el reloj judicial marca una cuenta regresiva implacable. El juez Amos Mazzant le otorgó un plazo de gracia: tiene 50 días —hasta el 6 de febrero— para decidir si se declara culpable y se convierte en "arrepentido", o si se arriesga a que doce ciudadanos tejanos decidan su suerte en un juicio oral previsto para marzo.
Para Machado, la libertad tiene un precio y un calendario. Su defensa en los Estados Unidos, encabezada por el bufete de Christopher Clore, ya admitió estar en "conversaciones" con la Fiscalía. No es un dato menor: buscan una condena de siete años.
Si se concreta el acuerdo, el beneficio sería rotundo. Sumando el tiempo que pasó detenido en las oficinas de la PSA en Neuquén y su prisión domiciliaria en Viedma, Machado podría estar fuera de la cárcel en apenas dos años y medio. Este "escenario optimista" tiene un antecedente directo: otros dos implicados en la misma red de lavado y estafas ya lograron salidas anticipadas tras admitir sus cargos.
Reliquias bajo embargo y puentes con Viedma
Mientras Machado aguarda su destino, su imperio se remata en cuotas. En un hangar de Dallas, tres aeronaves antiguas esperan el martillo del subastador. La más simbólica es un Douglas A-4B, un modelo icónico de la Guerra de Malvinas que el empresario atesoraba como un trofeo de estatus y que hoy es apenas un activo embargado en un expediente por narcotráfico.
Pese al aislamiento, el contacto con su familia en Río Negro se mantiene a través de un esquema triangular: abogados en Texas, un nexo legal en Argentina —que reemplazó a Francisco Oneto tras la extradición— y el reporte final que llega a Viedma.
En menos de dos meses, Machado deberá elegir entre el silencio o la cooperación. Si opta por lo segundo, el mameluco azul de Oklahoma podría ser solo un recuerdo pasajero, pero sus declaraciones podrían reabrir grietas inesperadas en la política argentina, donde hace seis años su nombre pasaba casi inadvertido y hoy es una sombra que muchos prefieren olvidar.