Entre urnas y desilusión: juventud y participación política de cara a la segunda vuelta en Chile - Política y Medios
13-12-2025 - Edición Nº6525

ANÁLISIS

Entre urnas y desilusión: juventud y participación política de cara a la segunda vuelta en Chile

08:50 |No es solo una disputa entre proyectos de país; también es un nuevo capítulo de una pregunta que atraviesa a toda la región: ¿cómo se relacionan las juventudes con la política en tiempos de desconfianza democrática?

Por: Mg. Lautaro González Amato*

El próximo domingo 14 de diciembre, Chile definirá en balotaje quién gobernará el país entre 2026 y 2030: Jeannette Jara, candidata de la coalición Unidad por Chile, y José Antonio Kast, del Partido Republicano, llegan a la segunda vuelta tras una primera elección muy ajustada y en un escenario fuertemente polarizado.

No es solo una disputa entre proyectos de país; también es un nuevo capítulo de una pregunta que atraviesa a toda la región: ¿cómo se relacionan las juventudes con la política en tiempos de desconfianza democrática?

Mientras tanto, en Argentina, campañas como “Nuestro voto cuenta”, impulsada por Amnistía Internacional y UNICEF, trabajan para que millones de jóvenes se apropien de su derecho al voto, recordando que sin su participación activa no hay futuro democrático posible.

Entre Buenos Aires y Santiago aparece el mismo dilema: no estamos frente a una generación apática, sino frente a juventudes que sienten que la democracia no les está respondiendo.

¿Apatía o desafección política?

Desde hace años, los datos muestran que América Latina vive una recesión democrática. El Latinobarómetro 2023 registró que solo el 48% de la ciudadanía de la región dice apoyar la democracia, 15 puntos menos que en 2010, y alerta sobre una mayor indiferencia respecto del tipo de régimen: “me da lo mismo un gobierno democrático que uno autoritario”. Lejos de ser un problema exclusivamente juvenil, se trata de un clima generalizado de desconfianza.

Cuando miramos por generaciones, las señales son claras: las juventudes son hoy las más desencantadas con la democracia. Un análisis reciente del PNUD, basado en el Barómetro de las Américas, muestra que el apoyo a la democracia cayó en todos los grupos etarios en la última década: entre 18 y 35 años solo el 57% prefiere la democracia ante otras formas de gobierno, frente al 71% entre los mayores de 56.

Aun así, ese desencanto no implica indiferencia total. El mismo informe advierte que una mayoría continúa creyendo que la democracia es el mejor sistema posible, pero percibe que no está resolviendo sus problemas básicos: inseguridad, costo de vida, empleo, cambio climático.

Es la política –y la comunicación política en particular– la que no logra construir sentido ni ofrecer horizontes creíbles a quienes solo han conocido democracias frágiles y economías inestables.

Argentina: “Nuestro voto cuenta” y la democracia adultocéntrica

En este contexto, la campaña “Nuestro voto cuenta” en Argentina es mucho más que un eslogan amable. Amnistía Internacional y UNICEF la impulsan desde 2023 para promover la participación electoral juvenil, apoyándose en una conquista clave: la Ley 26.774, que amplió los derechos políticos a partir de los 16 años y permitió que la participación juvenil creciera progresivamente.

Las cifras son contundentes: alrededor de 9 millones de jóvenes integran el padrón electoral argentino, un segmento capaz de inclinar cualquier elección.

Sin embargo, una encuesta de UNICEF y CIPPEC (2022) revela que más del 52% de la juventud no se siente representado por ningún partido ni candidatura. Es decir: participan, pero sienten que el sistema no les habla ni los incluye.

La propia campaña lo dice sin rodeos: el voto joven es una forma de hacerse escuchar frente a un mundo “mayormente adultocéntrico”, donde los derechos que están en juego –educación sexual integral, identidad, ambiente sano, participación juvenil– son conquistas logradas en buena medida por las propias juventudes organizadas.

Desde el punto de vista de la comunicación política, “Nuestro voto cuenta” desplaza el foco: no se trata de convencer a jóvenes supuestamente indiferentes, sino de reconocer que la desafección es, en gran parte, respuesta a un sistema que los convoca a votar aunque no los incorpora en la decisión ni en la conversación pública.

Interés sin representación: el corazón mismo de la desafección

Hoy, ante una segunda vuelta entre un proyecto que promete orden y mano dura y otro que propone un giro redistributivo y ampliación de derechos, el voto joven vuelve a ser clave. No solo como “reserva moral” frente a opciones autoritarias, sino como termómetro de algo más profundo: cuánto está dispuesta la democracia chilena a reconocer a esa generación que tomó las calles para exigir más igualdad, más derechos y menos abuso.

Tres referentes de la comunicación ayudan a leer este momento con más precisión. Antoni Gutiérrez-Rubí insiste en que las juventudes no son “un segmento” más del target, sino un sujeto político que consume, produce y distribuye mensajes en tiempo real. En su trabajo sobre “voto joven y campañas digitales” señala que la política que sigue hablándoles “desde arriba” –en clave de sermón o amenaza– está condenada a la irrelevancia. Lo que falta no es presencia juvenil en los spots, sino coautoría: pasar de hablar de los jóvenes a hablar con ellos.

Jesús Martín-Barbero nos ayuda a entender que el conflicto no es solo entre jóvenes y partidos, sino entre lógicas de comunicación. En su célebre giro “de los medios a las mediaciones”, recuerda que la política se juega en los modos cotidianos en que las personas construyen sentido en familia, en la calle, en la escuela y, hoy, en las redes sociales. La juventud politiza su vida desde esos espacios híbridos; cuando la comunicación política ignora esas mediaciones, se vuelve ruido de fondo.

Manuel Castells, al pensar la “sociedad red”, describe un ecosistema donde el poder se disputa en la capacidad de programar las redes de comunicación y de conectar emociones colectivas con proyectos de cambio. Las juventudes, hiperconectadas pero subrepresentadas, dominan esa “autocomunicación de masas” en plataformas digitales. Quien diseña campañas como si estuviéramos todavía en la era de los medios unidireccionales, renuncia de antemano a disputar ese campo.

Tres tareas urgentes para quienes hacemos comunicación política

 

 Si queremos que Argentina y Chile no se resignen a ser parte de una estadística más de recesión democrática, la comunicación política tiene al menos tres tareas urgentes frente a las juventudes. 

Como primera medida sin excepciones es la de escuchar antes que segmentar, ya que no alcanza con microtargetear anuncios en redes. Los datos muestran que el 75,7% de los jóvenes de 15 a 25 años en América Latina sienten que están gobernados por grupos que solo buscan su propio beneficio

En Argentina, más de la mitad no se siente representada por ningún partido o candidato y la primera respuesta no debería ser “bajar línea”, sino abrir procesos de escucha y co-diseño de propuestas donde esa percepción sea tomada en serio.

En segundo término está la acción de comunicar futuro material y emocional. Acá el PNUD advierte que ante la combinación de violencia, criminalidad y precariedad económica, casi 1 de cada 2 jóvenes de 18 a 25 años en la región justifica un golpe de Estado si “sirve” para bajar la delincuencia.

Allí donde la política solo ofrece miedo al otro –al migrante, al pobre, al adversario ideológico–, los autoritarismos se presentan como atajos fáciles de transitar: “Bala o cárcel” en vez de implementar políticas educativas, sociales y de justicia. La comunicación política tiene que recuperar la capacidad de narrar futuros posibles que hablen de empleo, tiempo libre, salud mental, ambiente, seguridad y derechos en clave generacional.

Por último, pasar de campañas para jóvenes a campañas con jóvenes donde las iniciativas como “Nuestro voto cuenta” en Argentina o las experiencias impulsadas por el PNUD en países como Uruguay, Colombia o Perú –donde las juventudes elaboran agendas políticas propias y las presentan a partidos y gobiernos– muestran que cuando se abre espacio real de incidencia, la respuesta es inmediata. El desafío es que partidos, gobiernos y liderazgos incorporen ese método a su comunicación cotidiana, y no solo como decorado de campaña.

América Latina llega a este fin de 2025 con democracias más débiles, más polarizadas y más cuestionadas. También con una generación que no se resigna a ser público pasivo. Entre el balotaje chileno y las campañas de participación juvenil en Argentina se dibuja una escena común: las juventudes no son el problema de la democracia; son la medida de su salud.

Si continuamos llamando “apatía” a lo que en realidad es desconfianza hacia instituciones que no los representan, seguiremos perdiendo la oportunidad de que esa energía crítica se convierta en fuerza transformadora. La comunicación política, entendida como diálogo y construcción de sentido compartido, puede ser el puente entre esa desafección y una nueva ola de participación democrática. O puede seguir alimentando la distancia, el cinismo y la tentación de las salidas autoritarias.

Lo que ocurra este domingo en Chile, y lo que hagamos en Argentina con experiencias como “Nuestro voto cuenta”, dirá mucho sobre cuál de esos caminos elegimos.

 

 

*Autor del ebook “Unir la cadena. IA & comunicación política. Guía práctica para asesores”, LAMATRIZ, 2024.

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