
Por: Mg. Lautaro González Amato*
La convergencia entre política y espectáculo no es un fenómeno nuevo. El acto-recital de Javier Milei en el Movistar Arena representa una versión intensificada de esta hibridación simbólico-cultural. Durante la presentación de su libro “La Construcción del Milagro”, el presidente mezcló discurso, rock, estética escénica y símbolos culturales frente a unas 15.000 personas. Veamos los detalles de esta nueva alquimia que pretendió recuperar la épica libertaria que lo llevó al poder.
En este contexto este evento debe entenderse no como un mero acto de campaña, sino como un fenómeno de comunicación política cargado de tensión simbólica: ¿qué significa en términos de legitimación simbólica del poder? ¿cómo incide en la polarización política? ¿Cuáles son sus efectos en la calidad del espacio público democrático? Frente a estas preguntas, acá se propone un análisis en tres dimensiones, para luego ofrecer criterios de reflexión ética y metodológica para la comunicación política democrática en contextos polarizados.
Como primer punto en el eje performatividad simbólica / teatralización política aparece la idea de que el liderazgo no solo se construye desde lo discursivo, sino que se legitima a través de la puesta en escena, símbolos, rituales y estética simbólica.
En una segunda capa, al hablar de polarización simbólica y antagonismo discursivo aparece la construcción de identidades políticas mediante oposiciones morales (pueblo vs élite, “nosotros vs ellos”, “Libertarios vs. la casta”) y discurso de confrontación.
Por último, es en el espacio público deliberativo versus el espectáculo político propio del presidente Milei donde emerge la tensión entre una política mediada por el debate racional y otra dominada por el efecto escénico, donde el espectáculo puede desplazar la deliberación.
Es acá cuando aparece la pregunta: ¿en qué medida el acto-recital articuló una estrategia simbólica de legitimación más que una oferta argumentativa típica de la política?.
Performatividad simbólica y teatralización del liderazgo
El acto no fue un mero lanzamiento de libro, sino una escenificación política: Milei vistió una estética rocker (cuero negro, escenografía lumínica), interpretó canciones populares (como “Demoliendo hoteles”), y presentó una "Banda Presidencial" integrada por aliados políticos.
A través de ese gesto, el presidente no solo comunica, sino performa autoridad simbólica: moviliza emociones, suscita identificación colectiva y reduce la distancia simbólica entre su liderazgo y sus seguidores. En contextos de crisis de legitimidad, esa teatralización actúa como amortiguador simbólico: más que convencer por contenidos, busca reafirmar la identidad política a través de su carácter histriónico que lo llevó a la presidencia.
Sin embargo, la teatralización también involucra riesgos de vaciamiento: cuando el símbolo domina sobre la argumentación, el liderazgo simbólico puede transformarse en escenografía vacía que no resiste el escrutinio técnico ni la confrontación plural.
Polarización simbólica y confrontación discursiva
El acto enfatizó símbolos antagonistas: alusiones críticas a lo “woke”, a la "casta", a la izquierda, al peronismo como identidad enemiga simbólica.
Este tipo de discurso no solo moviliza la base fiel, sino que refuerza la grieta simbólica: el oponente no es simplemente un adversario político, sino un enemigo moral.
Este fenómeno resuena con estudios del discurso populista contemporáneo, que destacan cómo el liderazgo populista articula legitimidad mediante la polarización radical entre “pueblo virtuoso” y “élite corrupta”. El antagonismo discursivo fortalece la identidad interna al redefinir la política como lucha simbólica más que como negociación racional.
El riesgo es que el disenso político pierde terreno frente a la agresión discursiva y la las bases del relato: el otro en el espacio público no es interlocutor dialogante, sino blanco de estigmatización.
Riesgos para el espacio público democrático
Cuando el acto-recital domina la agenda, corre el peligro de desplazar la deliberación pública: los medios y la ciudadanía quedan atrapados en la fascinación escénica, y la discusión de la política queda subordinada al simbolismo.
Además, la cultura verbal agresiva ya observable en las redes sociales —donde los insultos y agresiones se duplicaron entre 2023 y 2025— puede encontrar respaldo indirecto en la normalización del lenguaje confrontativo en los mensajes presidenciales.
Aunque el acto no contuvo insultos explícitos, el estilo comunicacional del espacio libertario de Milei ya ha sido asociado a una retórica agresiva, de confrontación y polarización por la opinión pública.
En definitiva, la consolidación de estos formatos comunicativos puede erosionar la capacidad del liderazgo democrático para tolerar el disenso, para moderar el discurso y sostener un espacio plural dentro del cual incluso la crítica adversaria tenga lugar sin estigmatización.
Discusión y propuestas para comunicación democrática responsable
De cara al desafío teórico y práctico que plantean este tipo de actos híbridos, se puede trabajar desde criterios y recomendaciones para una comunicación política que fortalezca (en lugar de debilitar) los principios democráticos.
En primer término, se puede integrar espectáculo simbólico con bases argumentativas, porque la teatralización debe tener un rol complementario —y no sustitutorio— de la argumentación: cada acto simbólico debe estar acompañado por plataformas y propuestas claras, datos contrastables y espacios de debate abierto.
En segundo lugar, se deben adoptar límites al antagonismo retórico. Hoy los líderes políticos deben internalizar una ética simbólica y evitar estigmatización del adversario como enemigo moral. Además deben trabajar en moderar el uso del lenguaje que divida radicalmente al electorado y promover el reconocimiento del otro como interlocutor legítimo.
Finalmente se puede poner el foco en fortalecer las mediaciones críticas e independientes para que los medios académicos, universidades, ONG y espacios de la sociedad civil no cedan al efecto escenario. Deben funcionar como contrapeso: desmontar el showtime escénico, problematizar los símbolos y volver a colocar el foco en lo público y lo argumentativo.
Al fomentar la educación de la ciudadanía para decodificar este tipo de eventos se fortalece aún más la capacidad crítica que puede asumir la opinión pública en su conjunto. El camino es distinguir espectáculo de discurso programático, reconocer metáforas simbólicas e identificar cuándo un acto es vacío en contenido. Una ciudadanía más reflexiva reduce el efecto pasivo del espectáculo.
El deber ser
El acto-recital del Movistar Arena fue un síntoma profundo de cómo la comunicación política contemporánea puede transitar hacia la teatralización simbólica como eje de legitimación. Si bien esa estrategia puede tener eficacia emotiva, encierra riesgos considerables: la subordinación del discurso al símbolo, la intensificación de la polarización y la erosión del espacio público deliberativo.
En contextos democráticos, el desafío no es eliminar lo simbólico —pues todo acto político necesariamente lo contiene— sino equilibrarlo con lo argumentativo de la narrativa, con normas de civilidad discursiva y con mediaciones críticas que preserven el pluralismo. Solo así la comunicación política puede servir verdaderamente a la democracia en lugar de convertirla en efecto del escenario que preparan los que mandan.
*Autor del ebook “Unir la cadena. IA & comunicación política. Guía práctica para asesores”, LAMATRIZ, 2024.