
La política migratoria de Donald Trump no perdona, y en esta ocasión un contingente de argentinos formó parte de los ya tradicionales vuelos de devolución de migrantes en condiciones irregulares a sus países de origen.
Esta madrugada alrededor de las 3:15 retornaron al país los compatriotas deportados de los Estados Unidos a bordo de un Boeing 767-300 de la empresa Omni Air International. El avión, que había partido de Perot Field, en Texas, hizo escalas en Bogotá y Belo Horizonte, y finalmente llegó a Ezeiza.
Entre los deportados se encuentran Daniel Rodrigo Céspedes, Maximiliano García, Luciana Lorena Lopresti, Sandra Márquez y otros nombres que no eran más que estadísticas en el gigante norteamericano hasta hoy.
Fueron parte de un operativo oficial de deportación por parte del gobierno estadounidense y ahora afrontan la vuelta al país bajo condición de vulnerabilidad. Llegan con lo puesto, con la incertidumbre del día después.
El regreso ocurrió en un contexto internacional tenso, donde Estados Unidos está renovando presiones sobre el control migratorio y deportaciones. Desde el Gobierno argentino, la recepción fue oficial pero medida: no hubo declaraciones de alto tono, y los protocolos de asistencia apenas se activaron. No se anunció acompañamiento institucional extendido, ni planes de reinserción pública para los deportados.
El operativo plantea preguntas incómodas sobre las políticas migratorias vigentes: ¿cómo es el seguimiento estatal de quienes son deportados? ¿Qué sucede con sus derechos al regresar? Mientras muchos argentinos perciben estos hechos desde una óptica diplomática, para los afectados implica desarraigo, estigmas y dificultades prácticas para reinsertarse social y económicamente.
La situación, aunque es registrada como parte de obligaciones internacionales de EE.UU., deja claro algo más profundo: la globalización no relativiza la responsabilidad del Estado de proteger a sus ciudadanos, aun cuando hayan vivido situaciones de migración más o menos formal.
En definitiva, el arribo de estos argentinos deportados es más que un episodio humanitario: es el eslabón visible de una política internacional que choca con la capacidad estatal de contención doméstica. Y, como siempre ocurre, lo que sucede en el aeropuerto refleja lo que sucede en cada barrio fragmentado por leyes, fronteras y silencios.