
La derrota electoral en la Provincia de Buenos Aires convulsionó los ánimos al interior del Gobierno nacional en un sentido político, pero ni por asomo propició una autocrítica del rumbo económico elegido y las medidas implementadas.
En la cúpula del Poder Ejecutivo parece imperar una única lectura: la derrota en Buenos Aires no fue resultado del ajuste fiscal, del poco transparente esquema monetario ni de la recesión inducida por las tasas elevadísimas para contener el dólar: acusan un cóctel de “errores tácticos” y escándalos externos, especialmente los vinculados a Sebatián Pareja y el clan Menem.
Pasando en limpio, culpa del 'karinismo', su estrategia y sus herramientas electorales, pero no de Karina Milei.
Así lo transmitió el presidente de la Nación en su discurso posterior a los resultados oficiales, y también se manifestó en esa línea el ministro de Economía, Luis Caputo, el lunes por la mañana.
La inusual conducta fue asumir la derrota contundente, pero ratificar sin ajustes el camino que los condujo al revés electoral. “El plan económico sigue sin cambios”, fue el mensaje del Gobierno, dirigido directamente a los mercados y de espalda al claro mensaje de las urnas.
Se trató de una maniobra deliberada para contener la ansiedad financiera. Aunque los bonaerenses se expresaron de manera elocuente, el Gobierno insistió: “La volatilidad va a durar algunos días, pero no habrá traslado a precios. Ni emisión. No habrá crisis”. Una promesa de calma ante la tormenta política.
Esa lógica, sin embargo, generó una grieta interna. El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, admitió públicamente que ni las políticas macro ni el mensaje oficial llegaron a la gente. Fue la única voz gubernamental que vinculó la derrota al costo de vida real, y su posición no encontró ecos en ningún otro correligionario.
La necesidad de transmitir algo de certeza a los sectores financieros refleja o bien la confianza ciega en el programa económico, o bien la necesidad de serenar las aguas al menos hasta octubre. No son pocos los analistas que descuentan que los actuales esfuerzos para contener la presión sobre el dólar no son sustentables más allá de las elecciones, y que se vendrá un rediseño del esquema cambiario.
Mientras tanto, Federico Sturzenegger ya prepara su avanzada en el Gabinete. Cercano al presidente Javier Milei, el ministro de Desregulación se ofreció a presentarse en el escenario para 'bancar' la derrota el domingo.
El ex funcionario de Cambiemos y la Alianza no guarda el mejor de los conceptos del actual titular de Hacienda, con quien ya compartió Gobierno durante la administración de Mauricio Macri, y considera que su 'tacto' es incompatible con el ajuste sostenido que pretende tanto él como el jefe de Estado.
El mayor escollo es el primo de 'Toto', Santiago Caputo, que luego del traspié de Karina y sus armadores volvió a acomodarse en la cúpula estratégica del Gobierno y se acomodó al lado de Milei en su discurso, tomando las riendas de las repercusiones en las horas posteriores.
Este choque entre la derrota política y la defensa del ajuste se da mientras la economía se resiente. Wall Street ya retiró su recomendación de compra para los bonos argentinos; Morgan Stanley advierte sobre una eventual devaluación y junto a la JP Morgan alertan sobre riesgos estructurales.
El problema de la apuesta de Milei y compañía es que es más un intento de autoconvencimiento que de persuasión al electorado. Anunciar que continuará el ajuste, los malabares cambiarios y financieros; y -por ende- la caída de la actividad económica, no parece ser la gran promesa que necesita el grueso de la ciudadanía.
Como primera conclusión, se puede desprender que a esta altura poco le importa el humor social y la evaluación que los argentinos hagan en las urnas de su primera mitad de mandato: reprobado o ratificado, el plan es el mismo. Oídos sordos y la mirada en el camino.
Esto supone añadir una nueva dimensión de incertidumbre: de las sospechas de insolvencia financiera a la posibilidad de doblar la apuesta hacia una insolvencia política y social.