
En un país donde la palabra “refundación” se convirtió en promesa de campaña, los datos muestran una paradoja: mientras la política argentina recurre a la Inteligencia Artificial para manipular imágenes, discursos y percepciones, la ciencia la emplea para acercarse a la sociedad, despertar orgullo y construir consensos.
El último estudio de Zuban Córdoba lo deja en claro: un 69% de los argentinos reconoce que la IA influye en los procesos políticos, pero es el CONICET, con un stream científico lo que transformó su uso en un fenómeno cultural: logró un 77% de impacto en la agenda pública y un 68% de imagen positiva.
La IA como uso político de erosión democrática
La campaña electoral de medio término de este año ya muestra síntomas preocupantes. Videos alterados de Martín Llaryora, Mauricio Macri o Axel Kicillof circularon masivamente en estos últimos meses por las redes, erosionando la frontera de la verdad. La IA, en manos de la política, se volvió más un arma de manipulación que un motor educativo, e incluso de transparencia.
Los números del informe son lapidarios: un 36,5% de los argentinos cree que la IA influye “significativamente” en campañas y propaganda, mientras que un 69,2% teme por la generación de desinformación. La percepción social es clara: la política no usa esta herramienta para mejorar el debate, sino para intoxicarlo y profundizar el descreimiento de la política en general. Algo que veremos si aumenta o no la concurrencia de la ciudadanía en los próximos comicios de octubre.
En este encuadre, el gobierno de Javier Milei agrava la crisis: su frame libertario, eficaz para consolidar minorías intensas, muestra límites frente a una sociedad que empieza a rechazar sus excesos. El dato que no le gusta al gobierno es que el “anti mileismo” ya supera al “antikirchnerismo” como identidad política negativa, y apenas un 37,9% cree posible su reelección.
El analista político Gustavo Córdoba advierte la alerta de los mercados sobre el “riesgo peluca” —haber apostado demasiado a un proyecto que erosiona su propio capital político— ya que, a pesar de ciertos logros macroeconómicos, la mejora en la vida de la sociedad argentina continúa en clave de incertidumbre. Empleo, poder adquisitivo y calidad de vida son los grandes desafíos del gobierno libertario.
La contracara: ciencia, orgullo y consenso
Mientras tanto, la ciencia argentina demostró su capacidad de movilización cultural. El stream del CONICET, que popularizó la ya mítica “estrella culona”, generó un nivel de adhesión y entusiasmo que envidiaría cualquier candidato: el informe afirma que un 77% de la población consultada se enteró del evento, y su valoración positiva superó el 68%.
El contraste es revelador: la política usa IA para polarizar, dividir y confundir, la ciencia, en cambio, logra apropiársela para comunicar, educar y generar orgullo nacional al descubrir nuevas especies marinas en Mar Argentino. Esa diferencia no es menor: pone en evidencia cómo las herramientas tecnológicas reflejan el uso ético o destructivo según quienes las aplican.
Una democracia bajo prueba
Argentina entra en una etapa electoral donde la IA se convierte en una protagonista silenciosa. El dilema no es la tecnología en sí, sino cómo se la usa. La ciencia construye sentido de pertenencia y admiración, la política hoy lo degrada.
En un país con tradición de debate intenso, la amenaza de la IA no debería ser excusa para el cinismo político, sino una oportunidad para fortalecer la democracia con más transparencia, regulación, propuestas políticas que le modifiquen el metro cuadrado a las familias y responsabilidad social. La sociedad ya dio una señal: celebra a los científicos que inspiran y castiga a los dirigentes que manipulan.
En definitiva, si la política no aprende de la ciencia corre el riesgo de que la próxima elección no se defina en las urnas, sino desde la manipulación forzada de los algoritmos. Y allí, la democracia pierde siempre.