
“Voy a dejar de usar insultos” fue la frase destacada de la semana, pronunciada por el presidente Javier Milei durante un evento en la Fundación FARO. El mensaje fue una sorpresa por su contenido y por quién lo dijo. Pareciera ser que el presidente, que basó su ascenso político en la descalificación agresiva a su competencia, ahora busca modificar la narrativa como apuesta a consolidar su proyecto político.
Es claro que este anuncio revela una decisión táctica preelectoral, más cercana al marketing político que a una revisión ética del discurso. En pleno año electoral y con la necesidad de ampliar la base de su electorado, el gobierno de La Libertad Avanza intenta “poner las ideas al frente” y evitar lo que en comunicación política llamamos ruido narrativo: distracciones que desvían la atención de la gestión hacia el escándalo.
El odio como estrategia, no como desliz
Según datos recientes relevados por el diario La Nación, Milei pronunció más de 600 insultos en 100 días, con un aumento sostenido de referencias sexuales (57). La agresión verbal, lejos de ser un exceso ocasional, ya es un componente central de su narrativa performática: el insulto como herramienta para acompañar la hiperpolarización, ésta para fidelizar la base y luego activar la movilización emocional de su núcleo duro.
En este esquema, la comunicación de gobierno y sus replicadores seriales no está diseñada para convencer, sino para provocar. Lo importante no es ganar debates, sino dominar el clima emocional de las redes, donde el engagement se mide en adrenalina, no en argumentos. Y en esto, el presidente lo sistematiza mejor que nadie; ejecuta una narrativa acorde a los tiempos violentos que imperan en las redes sociales y en los programas de streaming, logra mantenerse y capitalizar la agenda pública.
La pregunta no es si Milei dejará de insultar. La pregunta es si conviene electoralmente dejar de insultar en esta etapa. Como señala un informe de Casa Tres, si bien su base más fidelizada aprueba sus formas (80% entre votantes propios), entre votantes de otros espacios esa aceptación se desploma.
“La popularidad no es un juego de suma cero. Está por verse el límite de la confianza cada vez que Milei se sobregira y sus declaraciones aparecen desconectadas con la vida de la población”, expresa Mora Jozami, directora de esta agencia.
El giro discursivo: ¿ensanchar la base para no redimir el estilo?
La decisión de moderar el lenguaje —si se concreta— puede entenderse como un reencuadre de campaña, donde el líder libertario busca interpelar a votantes más moderados sin alienar a los radicalizados.
Este “lavado de formas” no resuelve el fondo porque el cultivo algorítmico del odio sigue activo, la agresividad como valor continúa operando en la base militante, tal cual lo expresó el referente libertario Iñaki Gutierrez en redes sociales: llama a salir a “matar” a los delincuentes, en vez de que la justicia obre por los canales institucional de la república. Ejemplo claro de cómo los discursos del odio operan en la base libertaria. A esto, se le puede sumar la idea de que “las formas no importan”, relativizando la salud del discurso democrático.
En plena era de la inteligencia artificial emocional, donde los mensajes virales valen más que los hechos, el discurso de odio no solo divide: se monetiza, se pauta, se mide. Por eso no se abandona con facilidad.
El giro del “Milei moderado” puede ser solo una fase de la campaña, un “modo electoral” con ciclo corto de vida. Lo importante será observar si el debate político de las próximas elecciones vuelve a basarse en ideas o si simplemente cambia el tono para profundizar las divisiones políticas con otra narrativa.
La forma es fondo
La forma sí importa. Porque no se puede hablar de libertad con insultos ni de institucionalidad con desprecio. La retórica presidencial moldea la conversación pública, y en esa conversación se juega la calidad democrática.
Recordemos que en comunicación de gobierno, éste es centro irradiador de información, a lo que podemos agregar que también lo es su comportamiento: lenguaje, modos, y formas también comunican.
Porque cambiar de tono no alcanza si no se cambia de lógica: de pensar en el otro como enemigo al que hay que “aniquilar”, o sostener la provocación calculada a la deliberación responsable. La comunicación política del siglo XXI no puede resignarse a ser un algoritmo de odio con rostro humano. La ciudadanía, los votantes, la sociedad merecemos más.
*Autor del ebook “Unir la cadena. IA & comunicación política. Guía práctica para asesores”, LAMATRIZ, 2024.