
En Córdoba, la edición de “La Derecha Fest” realizada esta semana —catalogada como “el evento más antizurdo del mundo”— reunió cerca de 2.500 simpatizantes de La Libertad Avanza. Con figuras como el presidente argentino Javier Milei, Agustín Laje y el “Gordo Dan”, el encuentro exhibió un discurso agresivo contra periodistas, la oposición, la “casta” y hasta internas partidarias.
Desde su llegada triunfal al escenario, Milei destacó los logros macroeconómicos de su gestión y proclamó que “muchos se van a sorprender con los resultados de octubre”. En este contexto el mandatario argentino puso en evidencia la estrategia comunicacional libertaria: polarización total, movilización emocional y consolidación de su base dura de seguidores.
Hacer “la guerra” por otros medios (digitales)
La frase “la guerra es la continuación de la política por otros medios” es una de las más célebres del teórico militar prusiano Carl von Clausewitz. Aparece en su obra fundamental “De la guerra” (Vom Kriege), publicada póstumamente en 1832. Esta afirmación encapsula su visión de la guerra como una herramienta subordinada a la estrategia política, no como un fenómeno autónomo.
Si pudiésemos extender y aplicar este concepto de Clausewitz a nuestros tiempos, el carácter belicista del concepto “batalla cultural”, sostenido por el espacio libertario que gobierna Argentina, obliga a pensar que éste es un terreno de continuidad de la dinámica política, una gestión de la misma por otros medios, en ese caso, de comunicación digital.
Por eso, en el contexto actual de Argentina, la referencia que se impone en el discurso libertario es en el uso de los celulares, tecnología, inteligencia artificial y redes sociales, el terreno propicio para resolver los conflictos políticos. Es donde se da hoy , “la guerra” desde la comunicación de gobierno y es en las redes sociales donde se aplica su continuidad.
Por eso en “La Derecha Fest” se trabajó sobre las emociones para que la pasión del núcleo duro de seguidores libertarios que impulsa la violencia y el odio hacia los que piensan distinto, continúe lo más eficaz y confrontativa posible. Es la razón del gobierno, en el uso de las deepfakes, fakenews y verdadIA, lo que guía “la guerra” hacia los objetivos políticos.
La tríada de interacción entre emociones violentas, irracionalidad y la aniquilación del otro como fuerza política (así se lo proclama) es el eje vertical de la construcción narrativa.
“No estamos encarando una guerra normal. En frente tenemos enemigos que nos encerraron en una cuarentena, que veranean prostibularmente, enemigos que matan niños con el genocidio del aborto. No estamos en un país normal, no estamos en una democracia normal. Estamos frente a un enemigo con el que no podemos dialogar. No podemos dialogar con estos sajones”, resaltó el biógrafo del presidente Nicolás Márquez, abogado e influencer libertario en el encuentro.
"Estamos en guerra" y Argentina "no es una democracia noruega (...) Javier Milei destruyó a los tibios de centro. Larreta quería ser presidente, y es concejal. Ahora toca ir por el peligro mayor: el peronismo. La batalla cultural es un esfuerzo para persuadir al público. Pero si no tienen a quién votar, la batalla queda a mitad de camino”, completó Márquez.
Hace rato que el propio Milei adoptó una retórica de confrontación, refiriéndose a una "guerra cultural" contra lo que él denomina "enemigos" del país. En discursos recientes, afirmó que "no estamos en una democracia normal" y ha criticado duramente a sectores que, según él, representan una amenaza para la nación. “Estamos en guerra y la única forma de vencer es mediante el bien organizado y nosotros juntos nos movemos como uno, y así los vamos a aplastar en las urnas”.
Para el presidente la denominada “batalla cultural”, es el espacio “donde se disputa quién tiene razón y por qué. La historia ha dado repetidas muestras de que quien se impone en la cultura termina prevaleciendo en la arena política”.
“Ustedes,-a los participantes- son los soldados que le van a dar sostenibilidad en el tiempo a este camino de gloria que estamos iniciando desde que llegamos al gobierno”, remarcó Milei cuando le tocó tomar la palabra.
Exclusión de la prensa crítica
El festival fue escenario de la expulsión violenta de la periodista de Página/12 Melisa Molina, impedida de cubrir la actividad pese a estar acreditada y haber pagado la entrada, lo que abrió una fuerte señal sobre el control de la narrativa y el intento de acallar voces críticas.
La regla era que los periodistas debían usar en todo momento una pulsera identificatoria y que tenían vedado el acceso al encuentro, incluso si habían pagado la entrada como cualquier otro asistente. Quienes lograron ingresar con una entrada que compraron, pudieron permanecer porque no fueron identificados o porque alguno de los responsables del encuentro hizo la excepción de dejarlos estar.
No fue el caso de la cronista Molina, retirada del evento justo antes de que hablara Milei: personal de Casa Militar la reconoció y le comunicó una orden proveniente de Buenos Aires: “No puede estar Página/12 adentro cuando hable el presidente”.
La respuesta que recibió quien pedía la acreditación consignaba: “Habrá un corralito exclusivo para prensa en el ingreso. El ingreso con cámaras de foto y video dentro del recinto está estrictamente prohibido. El ingreso es personal e intransferible. Deberás presentarte en la entrada con tu nombre completo y número de documento. Sin esos datos no se podrá ingresar. Las acreditaciones son válidas únicamente para quienes completaron el formulario. No se permitirá el ingreso de asistentes o acompañantes no registrados".
Comunicación emocional vs. deliberativa
La programación de “La Derecha Fest” incluyó además figuras como el periodista español Javier Negre, que cobró notoriedad por su involucramiento en varias controversias en su país natal, y su estrecha relación con políticos de extrema derecha, incluido el presidente Javier Milei.
Esto denota que el espectro de la comunicación política que se reflejó en el evento se basa en el odio institucionalizado, e impulsa un vacío en la discusión política por los asuntos públicos donde el contenido que más se observa es de pura adrenalina polarizada.
Este paradigma del nexo entre emoción y política no buscó persuadir con ideas, sino consolidar un núcleo emocional, casi tribal. La victimización —“no apto para kukas, zurdos o periodistas”— y la apelación al fin de la “izquierda como mal sueño”, reforzaron un relato excluyente y radicalizado.
En tiempos donde la confianza institucional es frágil —con recortes a medios públicos, controles de prensa, “botón muteador” en conferencia de prensa y manipulación algorítmica—, eventos como este refuerzan cámaras de eco, censuran disidencias y fomentan un clima de intolerancia.
Por eso, hoy más que nunca debemos preguntarnos como sociedad hacia dónde va el debate político. Activar emocionalmente a una base electoral es legítimo, pero si el objetivo es sobrevivir y proliferar mediante la exclusión de la prensa y la estigmatización del otro, la democracia queda reducida a un show emocional, sin deliberación ni pluralismo.
Los líderes democráticos deben comprometerse con la transparencia, el respeto institucional y el derecho al pluralismo. No basta con viralizar discursos si se cercena el acceso a la información y se promueve la intolerancia.
La sociedad civil, los medios y las universidades deben ejercer un mecanismo de control: monitorear discursos, defender la libertad de prensa, denunciar exclusiones y reafirmar canales de diálogo democráticos.
“La Derecha Fest” representa la cara más rústica, electrizante y preocupante de cómo la comunicación política puede erosionar la base de la democracia: reduciendo el discurso al odio coreado, construyendo un relato tribal y prescindiendo de la pluralidad. Deberíamos preguntarnos: ¿qué mensaje se envía acerca del futuro institucional del país? Porque gobernar también significa comunicar con responsabilidad, apertura, tolerancia y respeto a la diversidad de voces.