Por: Miguel Di Spalatro
La reciente decisión del intendente de 25 de Mayo, Ramiro Egüen, del partido GEN, de demoler un mural pintado por Santiago Maldonado no sólo es un golpe al arte y la memoria, sino también un reflejo de una gestión marcada por el autoritarismo y la prepotencia. Este acto, ocurrido en un contexto simbólico como el aniversario del velatorio de Maldonado, es mucho más que la destrucción de una obra: es un intento deliberado de borrar las huellas de quienes incomodan con su legado.
El mural, que había sido pintado por Santiago años antes de su desaparición y muerte en circunstancias que todavía interpelan a la justicia y a la sociedad, simbolizaba mucho más que una expresión artística. Era una pieza de memoria colectiva que en 25 de Mayo había encontrado eco desde los primeros días de su desaparición, cuando cientos de vecinos se movilizaban por las calles del pueblo del que era oriundo, exigiendo su aparición con vida. Hoy, la topadora de Egüen no solo atenta contra ese recuerdo, sino que también busca imponer una narrativa autoritaria en la localidad.
La actitud del intendente no sorprende: desde que Ramiro Egüen asumió al frente de la comuna parece más interesado en el espectáculo que en la gestión, como lo evidencian sus repetidas puestas en escena, desde desfilar en un tanque de guerra hasta arremeter contra opositores políticos con zapines y órdenes despectivas para que “se pongan a trabajar”. Su actitud recuerda, en muchos sentidos, a la del presidente Javier Milei, con quien comparte la exaltación de un discurso agresivo y provocador que no tolera la disidencia ni la pluralidad de voces.
A poco de asumir el cargo, Egüen fue acusado por su antecesor, Hernán Ralinqueo, por pagar una veintena de sobresueldos a funcionarios políticos. La irregularidad se ventiló en una sección del Concejo Deliberante y fue en paralelo a la derogación de un decreto que aumentaba los sueldos a los trabajadores municipales y al despido de personal de planta permanente.
“En diciembre echaron a 300 empleados de la Municipalidad, donde el 70 por ciento pertenecía a la planta permanente. En los medios decían que los echaron por estar afiliados al peronismo o al sindicato”, relato Ralinqueo.
Los ingresos por la fuerza, a lugares privados es otra constante de la gestión Egüen. A la confitería de la laguna de 25 Mayo entraron, sacaron todas las cosas y, con el argumento que eran tierras de la municipalidad, echaron a todos. El local de la confitería lo habían construidos los dueños que trabajaban en el lugar desde hace 20 años. Otro caso dedesalojo intempestivo fue el centro cultural que funcionaba en la ex estación del ferrocarril, y con la misma agresividad la “gente” de Egüen entró a un taller de autos que hacía más de 30 años trabajaba con el municipio para reclamar se le entregaran vehículos por cuya reparación aún no se había pagado.
“A un comerciante que los criticó, al otro día fueron y le decomisaron una máquina elevadora”, ejemplifica el ex intendente Ralinqueo.
Egüen parece haber convertido 25 de Mayo, una localidad bonaerense con poco más de 23.000 habitantes, en su propio feudo, donde no solo destruye murales sino que también toma decisiones arbitrarias. Las denuncias sobre su gestión se acumulan: sospechas de corrupción, acusación de manejo discrecional de concesiones municipales y violencia institucional son sólo algunas de las sombras que acechan a su mandato. Casos como el intento de despojar de su concesión a un frigorífico local, señalado por empresarios y trabajadores como un acto de represalia política, son un ejemplo más del clima de persecución que vive el distrito.
La demolición del mural parece alinearse con un proyecto que busca, desde la base, consolidar un modelo de intolerancia y olvido. La actitud de Egüen no es un hecho aislado, sino un síntoma de un país en el que sectores del poder pretenden reescribir la historia y silenciar las voces incómodas.
Sin embargo, la figura de Santiago Maldonado, convertida en símbolo de lucha por los derechos humanos, trasciende las paredes y los murales. Su arte y su historia seguirán presentes en la memoria colectiva mientras que quienes quieren imponer el silencio como norma y la soberbia como estilo, pasaran al olvido, dejando tras de sí el vacío de su intolerancia y el rechazo de una sociedad que no claudicará en su búsqueda de verdad y justicia.