Uno de cada tres trabajadores registrados en nuestro país es pobre, a pesar de tener todos los beneficios que implica el empleo formal, como aportes previsionales, aguinaldo, convenios salariales colectivos, entre otros.
El dato se vuelve más crudo al analizar el mercado informal, donde el 70% de los trabajadores que no se encuentran registrado se encuentran bajo la línea de la pobreza, sin tener siquiera los beneficios antes mencionados u obra social para cubrir gastos médicos.
La devaluación que experimentó en las últimas décadas la moneda nacional ha ido dando lugar a un fenómeno donde la pobreza no viene precedida por una situación de desempleo o de subempleo: los “trabajadores pobres” son prácticamente la norma en un país cuyos salarios mínimos han pasado de ser los más altos de América Latina, a principios de la década pasada, a encontrarse entre los más bajos en la actualidad.
El programa económico de ajuste ejecutado por el Gobierno de Javier Milei no hizo más que intensificar abruptamente esta situación, lo cual se puede ilustrar con estadísticas brutales, como los 5,3 millones de nuevos pobres registrados en el primer semestre. Pero no es más que una -acelerada- continuidad del proceso que venía atravesando desde la post pandemia con el Gobierno de Alberto Fernández, y que ya durante la gestión de Mauricio Macri se venía evidenciando con claridad.
La cuestión es que ese 30% de los trabajadores en blanco que son pobres en la actualidad ya duplica a las cifras del año pasado, según un informe dependiente del Instituto Gino Germani, de la Universidad de Buenos Aires.
Al respecto, los investigadores Eduardo Chávez Molina y José Rodríguez de la Fuente, estiman que en la nuestro país existen más de 2 millones de trabajadores formales en situación de pobreza. El cálculo se realizó en base a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que toma en consideración los principales conglomerados urbanos del país, dejando afuera a ciudades de menos de 200.000 habitantes. La cantidad podría ser aún mayor si se contemplaran estos parajes.
Entre las reflexiones del reporte, se destaca un “cambio significativo en la configuración de la pobreza en los últimos años”, que expone la delicada situación económica de nuestro país, donde un empleo registrado no garantiza no caer en la pobreza.
A su vez, el aumento del universo de trabajadores -y en particular formales- que no logra salir de la pobreza, nos pone ante “un cambio en la estructura social que pone en evidencia la necesidad de analizar no solo los ingresos, sino también los mecanismos de inserción ocupacional y la calidad del empleo disponible”.
No obstante, el documento aclara que, a doferencia de la post-pandemia, donde se registró un empobrecimiento generalizado, a partir de este año volvieron a observarse viejos patrones de concentración de la riqueza y crecimiento de la pobreza.
Mientras unos pocos estan ganando, las grandes mayorías están perdiendo en los últimos tiempos. Además, se distingue que aquellos que poseen microempresas o formación profesional, si bien se ven afectados, cuentan con herramientas para continuar huyéndole al umbral de pobreza.
Dentro de los 'perdedores' de este modelo, han caído trabajadores de rubros que emplean masivamente: construcción, comercio, administrativos, personal de limpieza o trabajadores domésticos, gastronómicos. Se trata de actividades donde también se advierte mucho empleo informal pero que, cuando cumplen con lo que la Ley demanda, tampoco alcanza.
Para sorpresa de nadie, los investigadores destacan que “la pobreza ha crecido notablemente en las clases medias, en particular entre los trabajadores no manuales de grandes establecimientos y los propietarios o directivos de pequeños negocios. En estos grupos, la pobreza se ha triplicado en tan solo siete años”.
Allí comienzan a entrecruzarse variables como la calidad del empleo y la cantidad de horas que conlleva la actividad. El desgaste sostenido de los ingresos ha ido dando lugar a un fenómeno que ahora puede resultar usual pero que antaño parecía inverosímil: centenares de miles de argetinos reparten su tiempo entre diferentes actividades que terminan conformando un collage de ingresos.
No hablamos sólo de 'changas' o empleos temporales, sino de actividades de baja carga horaria que se han ido institucionalizando como un complemento del empleo 'principal'.
A pesar de esto, se destaca que la pobreza ha afectado tanto a subocupados (trabajan menos de 35 horas semanales) y sobreocupados (trabajan más de 45 horas semanales). Tampoco alcanza con ese esfuerzo extra, que generaciones atrás podía marcar una diferencia.
El informe concluye señalando que “al analizar la relación entre pobreza y horas trabajadas, se destaca el incremento en el porcentaje de trabajadores regulados que son pobres”, aunque hace especial énfasis en “los sobreocupados, cuyo número ha crecido en aproximadamente 20 puntos porcentuales, mientras que los ocupados plenos y los subocupados han aumentado alrededor de 15 puntos porcentuales”.