
Patricia Bullrich se moviliza en su campaña presidencial casi sola. La extitular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso; y el candidato a diputado, Damián Arabia, son los únicos asistentes full time. De vez en cuando, suma alguna otra figura para un destino específico a su móvil, denominado la “Patoneta”.
Así está la candidata presidencial de Juntos por el Cambio a un mes de las elecciones en las que podría quedar fuera de todo, si se cumplen los pronósticos de las encuestas que llegan a su despacho.
Ni siquiera los tres festejos de victorias radicales en elecciones provinciales le sumaron entusiasmo a una campaña que podría ser el final para siempre de Juntos por el Cambio, en caso de que Bullrich no clasifique al ballotage.
El último triunfo de la UCR, en Mendoza, tuvo un aliciente negativo: por la mañana, el presidente de ese partido y gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, había participado en Salta de un acto con Sergio Massa, junto a sus colegas del norte del país. También fue a ese evento otro gobernador radical de la zona, el correntino Gustavo Valdés. Un mensaje para un eventual ballotage sin Bullrich.
La última semana de la candidata presidencial de JxC fue de tropezones. El lunes amaneció pidiendo no votar el proyecto de ley de su rival Sergio Massa para eliminar del impuesto a las ganancias a empleados y jubilados, pero al día siguiente cambió de idea y habló en televisión de abstención. Nadie le prestó atención. Quien había ordenado votar en contra había sido el economista Daniel Artana, asistente de Carlos Melconian, el potencial ministro de un eventual gobierno de JxC.
Melconian tiene su agenda personal: casi no se muestra con Bullrich y empezó a quedar relegado de las fotos. Prefiere estar sola. O con casi nadie. Tan extraño es su entorno que mandó al economista Martín Siarcusa y el director de Radio y Televisión Argentina, Cristian Larsen a negociar condiciones para el debate presidencial.
Los enviados del resto de los candidatos, asesores conocidos y de trayectoria, se codeaban para preguntarse quiénes eran los discípulos de Bullrich. Nadie sabía bien.
Siarcusa y Larsen pidieron que los candidatos pudieran tener papeles en el atril. Lo lograron, pero sorprendieron con su vehemencia. Bullrich no confía en su memoria. También hubo una excesiva obsesión por la iluminación, por temor a quedar en penumbras.
No está claro cómo es el coaching de Bullrich para el debate ni quiénes son los que la entrenan, pero sí los asistentes en contenido. En Santiago del Estero tendrá que hablar de Economía, Educación y Derechos Humanos.
Sobre el primer tema debería hablar con Melconian, pero prefiere seguir fijando líneas con Luciano Laspina, a quien quería como ministro antes de la irrupción del armenio. O con Siarcusa. A Bullrich le encantan los juegos de equilibrio. Pero necesita que alguien lo siga. De lo contrario, termina jugando sola.
El diputado radical Fabio Quetglas la asiste en educación, un arquitecto experto en temas de urbanismo que milita en la UCR de la provincia de Buenos Aires. Bullrich hablará de garantizar 190 días de clase, si es necesario, irrumpiendo en las autonomías provinciales.
En Derechos Humanos y convivencia democrática la candidata de JxC la tiene complicada, porque pueden correrla desde los dos costales: el progresismo kirchnerista y la ultraderecha de La Libertad Avanza, que rozan la reivindicación de la dictadura militar. Apostará a su plan para evitar los piquetes, una promesa de moda.
En el segundo debate se hablará sobre Seguridad y trabajo; producción y desarrollo humano, vivienda y protección del ambiente.
En Seguridad no necesita asistencia y para el resto de los temas empezó a revisar apuntes. A sus asesores no les gusta que ensaye explicaciones tan largas. Creen que suele irse por las ramas y alimenta los videos virales que luego la perjudican.
Bullrich no siempre acepta consejos y detesta que le acerquen fórmulas de éxito. Le gusta ser auténtica y arriesgar, pese a que ya no son muchos los que hablen con ella. Casi nadie.