
Reuniones políticas diarias, reencuentro con su histórico vocero, actividad en redes sociales y cumbres con figuras internacionales son parte de la nueva agenda de Mauricio Macri, que sus allegados definen como la del nuevo candidato presidencial de Juntos por el Cambio.
Él no lo desmiente y hasta se enoja con la presidenta del PRO Patricia Bullrich cuando lo jubila en entrevistas. Tampoco lo confirma, conocedor de las encuestas que lo ubican como una alta imagen negativa, imposible de remontar en un ballotage.
Como Macri, Bullrich no escapa al rechazo de una parte de la sociedad, mientras que Horacio Rodríguez Larreta cae en sus niveles de adhesión, pero mantiene un nivel de repudio bajo y esperanzador.
Pero el jefe de Gobierno no supo o no quiso ser líder del PRO cuando su valoración estaba por las nubes y a Macri no le atendían el teléfono y ahora volvió a quedar como su empleado raso.
Este año se consolidó en esa posición cuando lo visitó en su quinta de Villa La Angostura y en la casa que alquiló en Acassuso, convertida en la residencia de las últimas reuniones políticas.
Como jefe, Macri logró que Larreta y Bullrich se vieran allí las caras más de una vez y acercaran posiciones, después de tensiones por la presión del jefe de Gobierno para que cancelara sus aspiraciones presidenciales.
En el mundo PRO abundan versiones sobre los intentos fallidos de Larreta para ser el único candidato PRO.
Hablan de un ultimátum a Bullrich en enero, con un detalle de los costos de una campaña presidencial. “Te puedo ganar con dos mangos”, le habría respondido la ex ministra.
También se mencionan llamados de empresarios del círculo rojo que confían más en el jefe de Gobierno y que chocaron con la jefa del PRO, sin los resultados esperados.
Enterado, Macri pasó a mostrarse como mediador y eventual candidato si la interna no se resuelve, fortalecido porque no hubo ni habrá una crítica personal a su gestión presidencial.
Un caso inédito entre los ex jefes de Estado y mucho más si se tiene en cuenta que quiso ser reelecto y perdió en primera vuelta. Un liderazgo a prueba de fuego.
Su círculo más cercano está activo y fortalecido. Iván Pavlovsky, su histórico vocero desde los tiempos de Boca, volvió a escoltarlo día y noche. Se sumó a los incondicionales que lo acompañan desde hace dos años, como el legislador porteño Darío Nieto y el diputado Hernán Lombardi.
Tampoco falta Fernando D’Andreis, ex secretario general de la presidencia y considerado un confidente para Macri desde que lo veía en las reuniones familiares durante su primer matrimonio.
D’Andreis arma reuniones con legisladores y dirigentes de todo el país y celebra que todos respondan el teléfono. Y es de los más interesados en una segunda presidencia de Macri.
Su actividad en las redes sociales ya no es la de un ex jefe de Estado: opina sobre la crisis energética, la actividad sindical y hasta la ley de alquileres.
Fulvio Pompeo, quien fuera jefe en los hechos de la cancillería en su presidencia, se encarga de su agenda internacional, que tiene una próxima escala en Washington, para exponer en la universidad de Georgetown.
Los macristas duros creen que puede ganar si se presenta, porque en una segunda vuelta o ballotage el Frente de Todos no tiene cómo enfrentarlo. Creen que lo votarían en silencio, como ocurrió con la fórmula Alberto-CFK.
Los larretistas no están de acuerdo: aseguran que el voto de sectores medios indecisos será decisivo y nunca acompañaría a Macri.
Los radicales miran a la interna PRO sorprendidos, sin saber hasta dónde puede llegar. Gerardo Morales, el presidente de la UCR, ya le avisó a Bullrich que no aceptará ningún mecanismo para resolverla en la primaria presidencial, como podía ser una ley de lemas a la santacruceña, una idea que circuló en la jefatura de Gobierno.
La única solución serán las fórmulas cruzadas, como ocurrió en Córdoba, que dejaría a Larreta con la minoría de la UCR por su alianza con Martín Lousteau. Pero antes de llegar a ese dilema, en el PRO, la última palabra parece tenerla Macri. Nadie se la quitó.