
En esas paradojas históricas y efemérides caprichosas que tiene la política sudamericana, a pocos días de cumplirse el primer aniversario del inicio del gran estallido social chileno -que las autoridades oficiales siguen minimizando o desvirtuando en su sentido histórico- se dará el Plebiscito para que el pueblo trasandino decida si quiere una nueva Carta Magna, o prefiere mantener el status quo constitucional. Así, debe elegir si desea dejar atrás el orden constitucional (y por lo tanto el orden político, económico, social, cultural) de la Dictadura, o abrir nuevas perspectivas en materia de derechos, soberanía, recursos, etc.
Chile deberá escoger entre el “Apruebo” o el “Rechazo”, para crear o no una nueva Constitución. Dentro de esas opciones, habrá otras dos alternativas más: la de conformar una “Convención Constitucional” (para la cual se votarán un centenar y medio de ciudadanos para diseñar la nueva Carta Magna), o la opción de “Convención Mixta” (con 50% de ciudadanos electos y otro 50% de congresistas), quienes tendrán la tarea constitucional a su cargo.
Difícilmente pueda encontrarse un evento político comparable en las últimas tres décadas que permita identificar los proyectos sociales y económicos antagónicos que traducen los sectores políticos de Chile. Es como si la aceptación o el rechazo a una nueva Constitución fuera un “testeo” identitario, si desnudara el lugar interpretativo de la realidad social y comunitaria en la que se paran los chilenos.
Asimismo, da un claro indicador de la tamaña trascendencia que posee ese evento, aunque el oficialismo y sus cómplices le quiten entidad y hagan inútiles malabarismos para ridiculizarlo, el hecho que los sectores tradicionales y de los poderes reales hagan tantos esfuerzos por menospreciar el valor de la reforma. Han gastado grandes sumas de dinero en difundir por todos los medios posibles, lo inútil de cambiar “el estado de cosas”y de sembrar la incertidumbre sobre la chavización o argentinización “del modelo” chileno. Hicieron una feroz campaña de miedo para advertir todo lo que se perdería con el cambio constitucional,y cómo dicho cambio haría aterrizar al Chile del crecimiento, la estabilidad, la disminución de la pobreza y el continuismo institucional, en el barro de la más latina de las américas. Palabras como populismo y socialismo se usaron a discreción, asegurando que la eventual nueva carta, no sólo no solucionaría los problemas que llevaron al estallido social, sino que los agravaría, atentando contra la libertad de empresa, contra el capitalismo, la propiedad privada y las inversiones. Como si la profundización en materia de derechos sociales, económicos o culturales, fueran inversamente proporcionales al ethos tradicional de Chile.
El orden imperante tiene ciertos indicadores para confiar en un “rechazo” al cambio. La situación de pandemia, la baja participación electoral que tiene el pueblo chileno (como el voto no es obligatorio, tienen una de las tasas más bajas del mundo en participación), y el apartamiento crónico a la política que se ha difundido en Chile desde el aterrizaje de los chicago boys allá por los años setenta, proceso que Alberto Mayol caracteriza muy bien como un ciclo “despolitizador”.
Pero, como puede asumirse, desde el estallido y, en realidad, desde la eclosión de los años anteriores -sobre todo desde el 2011- la activación política chilena viene en crecimiento y con una participación de jóvenes que no se registraba en más de medio siglo. Además, la campaña oficial hizo que muchos se interesen y tengan una opinión formada sobre el plebiscito, obligando a que se informen y lean sobre el tema, que como puede imaginarse, hegemoniza totalmente la agenda política. Una baja participación alimentaría la idea del continuismo, de lo que puede deducirse, observando las multitudinarias marchas de desencanto sobre el modelo, que una alta participación redundaría en un rechazo.
Asimismo, todos aquellos que han sido víctima de la brutal represión, que continúa hasta el presente, se sienten en la obligación moral de participar activamente, no sólo con su voto, sino que también en manifestarse. Parecería que no hay lugar para la apatía política en el Chile de hoy.