
Lautaro Lasagna tenía 19 años cuando, la noche del 2 de abril del 2013, desafió al temporal y salió a nadar las aguas que habían transformado las calles de su barrio en un río. Así fue como salvó la vida de 32 personas durante la trágica inundación que azotó a La Plata y que dejó como saldo 89 víctimas fatales e innumerables pérdidas materiales y afectivas.
Seis años después de aquella fatídica jornada, Lasanga dialogó con Política&Medios y reflexionó sobre como el paso del tiempo le dio una nueva visión sobre la importancia de sus acciones: “Fueron muchas horas de rescate, estaba todo oscuro y hay caras que no me acuerdo. Pero al día de hoy, son los vecinos los que me frenan, me dicen 'vos me ayudaste' y me dan las gracias por haberlos salvado”, describió el joven, que en aquel momento estudiaba para ser guardavidas pero jamás había ejercido. “Lo de esa noche fue como una tesis, una recibida acelerada”, reflexionó.
Lasagna recordó que, al comenzar las primeras lluvias fuertes, cerca de las cinco de la tarde, las calles de Tolosa, el barrio en el que vive desde que es pequeño, se transformaron en un río. Por eso, junto a su padre, tomó la decisión de salir a buscar a sus abuelos, que vivían a unas pocas cuadras.
“En mi casa el agua ya nos llegaba hasta las rodillas, así que mi mamá se fue a la planta alta y mi papá y yo agarramos el kayak que teníamos y salimos a buscar a mis abuelos. Pero en el camino un montón de gente desesperada nos empezó a pedir ayuda”, detalló sobre lo sucedido aquella noche.
“No había luz, hacía mucho frío y la gente nos gritaba desde las casas: nos decían que se estaban ahogando, que se morían, que no sabían nadar”, recordó el joven que hoy tiene 25 años y ejerce como guardavidas en diferentes playas de la Costa Atlántica. “Entre tanta gente que pedía ayuda tuvimos que empezar a elegir a quien rescatar, porque no dábamos abasto. Así que decidimos priorizar a los niños y ancianos”, agregó.
Esa noche, Lautaro y su padre rescataron a 32 personas y cuatro perros. Nadando contra la corriente, rompieron vidrios y patearon puertas para ingresar a las casas del barrio y salvar a quienes gritaban por auxilio. A algunos los llevaron a refugiarse a su propia casa, donde Gabriela, la mamá de Lautaro, los guareció con abrigo y comida en la planta alta. A otros, los refugiaron en la estación de servicio de 13 y 530, que estaba más elevada y permitía ponerse a salvo.
Cerca de las siete de la mañana –y después de más de 10 horas de rescates- Lautaro y su padre volvieron a su casa donde Gabriela los esperaba con un grupo de vecinos en el segundo piso.
“Fuimos inconscientes. No pensamos antes de actuar. Estaba todo oscuro, apenas hacíamos pie y la corriente traía vidrios y objetos que nos lastimaban”, recordó sobre el momento en que se enfrentó al caudal imparable que había sumergido a su barrio. “Por suerte no nos pasó nada y, casi sin pensarlo, pudimos ayudar a mucha gente”, resumió.